LOS 7 ENSAYOS DE JOSE CALOS
MARIATEGUI ANALISIS
EL PROCESO DE LA LITERATURA
PROFSOR:
LIC: EFREN MEDARDO HUAYAPA MERMA
ALUMNOS:
CHIJCHIAPAZA BLAS STEFANI
MAMANI
TELLERIA LILIANA
PACHECO
MAMANI DETSI
PEREZ
GOMEZ KATTY
VENTURA
CAUNA ERIKA
FACULTAD:
CONTABILIDAD
CURSO:
ANALISIS DE LA REALIDAD ECONOMICA Y SOCIAL
CICLO:
II-B
EL PROCESO DE LA LITERATURA
I. TESTIMONIO DE PARTE...........................................................................p.
3
II. LA LITERATURA DE LA COLONIA.............................................................p.
5
III. EL COLONIALISMO SUPÉRSTITE.............................................................p.
5
IV. RICARDO PALMA, LIMA Y LA COLONIA..................................................p.
7
V. GONZÁLEZ PRADA..................................................................................p.
12
VI. MELGAR.................................................................................................p.
14
VII. ABELARDO GAMARRA..........................................................................p.
16
VIII. CHOCANO............................................................................................p.
17
IX. RIVA AGÜERO Y SU INFLUENCIA. LA GENERACIÓN
"FUTURISTA"
.......................................................................................................................p.
18
X. "COLÓNIDA" Y VALDELOMAR.............................................................p.
20
XI. NUESTROS "INDEPENDIENTES”..........................................................p.
23
XII. EGUREN...................................................................................................p.
24
XIII. ALBERTO HIDALGO............................................................................p.
26
XIV. CÉSAR VALLEJO..................................................................................p.
27
XV. ALBERTO GUILLÉN..............................................................................p.
32
XVI. MAGDA PORTAL..................................................................................p.
35
XVII. LAS CORRIENTES DE HOY. -EL INDIGENISMO...........................p.
38
XVIII. ALCIDES SPELUCÍN..........................................................................p.
45
XIX. BALANCE PROVISORIO......................................................................p.
47
REFERENCIAS................................................................................................p.
48
PROCESO
DE
LA
LITERATURA
I TESTIMONIO DE PARTE:
La palabra proceso
tiene en este caso su acepción judicial. No escondo ningún propósito de
participar en la elaboración de la historia de la literatura peruana. Me
propongo, sólo, aportar mi testimonio a un juicio que considero abierto. Me
parece que en este proceso se ha oído hasta ahora, casi exclusivamente,
testimonios de defensa, y que es tiempo de que se oiga también testimonios de
acusación. Todo crítico, todo testigo, cumple consciente o inconscientemente,
una misión. Contra lo que baratamente pueda sospecharse, mi voluntad es
afirmativa, mi temperamento es de constructor, y nada me es más antitético que
el bohemio puramente iconoclasta y disolvente; pero mi misión ante el pasado,
parece ser la de votar en contra. No me eximo de cumplirla, ni me excuso por su
parcialidad. Piero Gobetti, uno de los espíritus con quienes siento más amorosa
asonancia, escribe en uno de sus admirables ensayos: "El verdadero
realismo tiene el culto de las fuerzas que crean los resultados, no la
admiración de los resultados intelectualísticamente contemplados (1). Mi
crítica renuncia a ser imparcial o agnóstica, si la verdadera crítica puede
serlo, cosa que no creo absolutamente. Toda crítica obedece a preocupaciones de
filósofo, de político, o de moralista. Croce ha demostrado lúcidamente que la
propia crítica impresionista o hedonista de Jules Lemaitre, que se suponía
exenta de todo sentido filosófico, no se sustraía más que la de Saint Beuve, al
pensamiento, a la filosofía de su tiempo (2). El espíritu del hombre es indivisible;
y yo no me duelo de esta fatalidad, sino, por el contrario, la reconozco como
una necesidad de plenitud y coherencia. Declaro, sin escrúpulo, que traigo a la
exégesis literaria todas mis pasiones e ideas políticas, aunque, dado el
descrédito y degeneración de este vocablo en el lenguaje corriente, debo
agregar que la política en mí es filosofía y religión. Pero esto no quiere
decir que considere el fenómeno literario o artístico desde puntos de vista
extraestéticos, sino que mi concepción estética se unimisma, en la intimidad de
mi conciencia, con mis concepciones morales, políticas y religiosas, y que, sin
dejar de ser concepción estrictamente estética, no puede operar independiente o
diversamente. Riva Agüero enjuició la literatura con evidente criterio
"civilista". Su ensayo sobre "el carácter de la literatura del
Perú independiente" (3) está en todas sus partes, inequívocamente transido
no sólo de conceptos políticos sino aun de sentimientos de casta. Ni disimula
demasiado Riva Agüero el fondo político de su crítica, al mezclar a sus
valoraciones literarias consideraciones antihistóricas respecto al presunto
error en que incurrieron los fundadores de la independencia prefiriendo la
república a la monarquía, y vehementes impugnaciones de la tendencia a oponer a
los oligárquicos partidos tradicionales, partidos de principios, por el temor
de que provoquen combates sectarios y antagonismos sociales. Pero Riva Agüero
no podía confesar explícitamente la trama política de su exégesis: primero,
porque sólo posteriormente a los días de su obra, hemos aprendido a ahorrarnos
muchos disimulos evidentes e inútiles; segundo, porque condición de predominio
de su clase -la aristocracia "encomendera"- era, precisamente, la
adopción formal de los principios e instituciones de otra clase -la burguesía
liberal- y, aunque se sintiese íntimamente monárquica, española y
tradicionalista, esa aristocracia necesitaba conciliar anfibológicamente su
sentimiento reaccionario con la práctica de una política republicana y capitalista
y el respeto de una constitución demo-burguesa. Concluida la época de
incontestada autoridad "civilista" en la vida intelectual del Perú,
la tabla de valores establecida por Riva Agüero ha pasado a revisión con todas
las piezas filiares y anexa (4). Por mi parte, a su inconfesa parcialidad
"civilista" o colonialista enfrento mi explícita parcialidad
revolucionaria o socialista
II. LA LITERATURA DE LA COLONIA
La literatura
española, como la italiana y la francesa, comienzan con los primeros cantos y
relatos escritos en esas lenguas. Sólo a partir de la producción de obras
propiamente artísticas, de méritos perdurables, en español, italiano y francés,
aparecen respectivamente las literaturas española, italiana y francesa. La
diferenciación de estas lenguas del latín no estaba aún acabada, y del latín se
derivaban directamente todas ellas, consideradas por mucho tiempo como lenguaje
popular. Pero la literatura nacional de dichos pueblos latinos nace,
históricamente, con el idioma nacional, que es el primer elemento de
demarcación de los confines generales de una literatura.
El florecimiento de
las literaturas nacionales coincide, en la historia de Occidente, con la
afirmación política de la idea nacional. El "nacionalismo" en la
historiografía literaria, es por tanto un fenómeno de la más pura raigambre
política, extraño a la concepción estética del arte. Tiene su más vigorosa
definición en Alemania, desde la obra de los Schlegel, que renueva
profundamente la crítica y la historiografía literarias. Francesco de Sanctis
-autor de la justamente célebre Storia della letteratura italiana, de la cual
Brunetiére escribía con fervorosa admiración, "esta historia de la
literatura italiana que yo no me canso de citar y que no se cansan en Francia
de no leer"- considera característico de la crítica ochocentista
"quel pregio de la nazionalitá, tanto stimato dai critici moderni e pel
cuale lo Schlegel esalta il Calderón, nazionalissimo spagnuolo e deprime il
Metastasio non punto italiano" (5). La literatura nacional es en el Perú,
como la nacionalidad misma, de irrenunciable filiación española. Es una
literatura escrita, pensada y sentida en español, aunque en los tonos, y aun en
la sintaxis y prosodia del idioma, la influencia indígena sea en algunos casos
más o menos palmaria e intensa. La civilización autóctona no llegó a la
escritura y, por ende, no llegó propia y estrictamente a la literatura, o más
bien, ésta se detuvo en la etapa de los aedas, de las leyendas y de las
representaciones coreográfico-teatrales. La escritura y la gramática quechuas
son en su origen obra española y los escritos quechuas pertenecen totalmente a
literatos bilingües como El Lunarejo, hasta la aparición de Inocencio Mamani,
el joven autor de Tucuípac Munashcan (6). La lengua castellana, más o menos
americanizada, es el lenguaje literario y el instrumento intelectual de esta
nacionalidad cuyo trabajo de definición aún no han concluido. No traduce una
realidad mensurable e idéntica. Como toda sistematización, no aprehende sino
aproximadamente la movilidad de los hechos (La nación misma es una abstracción,
una alegoría, un mito, que no corresponde a una realidad constante y precisa,
científicamente determinable). Remarcando el carácter de excepción de la
literatura hebrea, De Sanctis constata lo siguiente: "Verdaderamente una
literatura del todo nacional es una quimera. Tendría ella por condición un
pueblo.
La poesía griega tenía de la asiática, y la
latina de la griega y la italiana de la griega y la latina" El dualismo
quechua-español del Perú, no resuelto aún, hace de la literatura nacional un
caso de excepción que no es posible estudiar con el método válido para las
literaturas orgánicamente nacionales, nacidas y crecidas sin la intervención de
una conquista
tomaron sólo lo
hinchado y lo malo y que no tuvieron la comprensión ni el sentimiento del
medio, exceptuando a Garcilaso, que sintió la naturaleza y a Caviedes que fue
personalísimo en sus agudezas y que en ciertos aspectos de la vida nacional, en
la malicia criolla, puede y debe ser considerado como el lejano antepasado de
Segura, de Pardo, de Palma y de Paz Soldán" (8). Las dos excepciones,
mucho más la primera que la segunda, son incontestables. Garcilaso, sobre todo,
es una figura solitaria en la literatura de la Colonia. En Garcilaso se dan
la mano dos edades,
dos culturas. Pero Garcilaso es más inka que conquistador, más quechua que
español. Es, también, un caso de excepción. Y en esto residen precisamente su
individualidad y su grandeza. Garcilaso nació del primer abrazo, del primer
amplexo fecundo de las dos razas, la conquistadora y la indígena. Es,
históricamente, el primer "peruano", si entendemos la
"peruanidad" como una formación social, determinada por la conquista
y la colonización españolas. Garcilaso llena con su nombre y su obra una etapa
entera de la literatura peruana. Es el primer peruano, sin dejar de ser
español. Su obra, bajo su aspecto histórico-estético, pertenece a la épica
española. Es inseparable de la máxima epopeya de España: el descubrimiento y
conquista de América. Colonial, española, aparece la literatura peruana, en su
origen, hasta por los géneros y asuntos de su primera época. La infancia de
toda literatura, normalmente desarrollada, es la lírica (9). La literatura oral
indígena obedeció, como todas, esta ley. Los españoles trajeron un género
narrativo bien desarrollado que del poema épico avanzaba ya a la novela. Y la
novela caracteriza la etapa literaria que empieza con la Reforma y el
Renacimiento. La novela renacerá, sin duda, como arte realista, en la sociedad
proletaria; pero, por ahora, el relato proletario, en cuanto expresión de la
epopeya revolucionaria, tiene más de épica que de novela propiamente dicha. La
épica medioeval, que decaía en Europa en la época de la Conquista, encontraba
aquí los elementos y estímulos de un renacimiento. El conquistador podía sentir
y expresar épicamente la Conquista. La obra de Garcilaso está, sin duda, entre
la épica y la historia. La épica, como observa muy bien De Sanctis, pertenece a
los tiempos de lo maravilloso (10). La mejor prueba de la irremediable
mediocridad de la literatura de la Colonia la tenemos en que, después de
Garcilaso, no ofrece ninguna original creación épica. eruditismo, el
escolasticismo, el clasicismo trasnochado de los autores. Es un repertorio de rapsodias
y ecos, si no de plagios. El acento más personal es, en efecto, el de Caviedes,
que anuncia el gusto limeño por el tono festivo y burlón. literatura española.
III. EL COLONIALISMO SUPÉRSTITE
Nuestra literatura no cesa de ser española en
la fecha de la fundación de la República. Sigue siéndolo por muchos años, ya en
uno, ya en otro. En todo caso, si no española, hay que llamarla por luengos
años, literatura colonial. Por el carácter de excepción de la literatura
peruana, su estudio no se acomoda a los usados esquemas de clasicismo,
romanticismo y modernismo, de antiguo, medioeval y moderno, de poesía popular y
literaria, etc. Y no intentaré sistematizar este estudio conforme la
clasificación marxista en literatura feudal o aristocrática, burguesa y
proletaria. Para no agravar la impresión de que mi alegato está organizado
según un esquema político o clasista y conformarlo más bien a un sistema de
crítica e historia artística, puedo construirlo con otro andamiaje, sin que
esto implique otra cosa que un método de explicación y ordenación, y por ningún
motivo una teoría que prejuzgue e inspire la interpretación de obras y autores.
Una teoría moderna -literaria, no sociológica- sobre el proceso normal de la
literatura de un pueblo distingue en él tres períodos: un período colonial, un
período cosmopolita, un período nacional. Durante el primer período un pueblo,
literariamente, no es sino una colonia, una dependencia de otro.
El acento de Pardo
y Aliaga no es el de un hombre que se siente peruano sino el de un hombre que
se siente español en un país conquistado por España para los descendientes de
sus capitanes y de sus bachilleres. Este mismo espíritu, en menores dosis, pero
con los mismos resultados, caracteriza casi toda nuestra literatura hasta la generación
"colónida" que, iconoclasta ante el pasado y sus valores, acata, como
su maestro, a González Prada y saluda, como su precursor a Eguren, esto es a
los dos literatos más liberados de españolismo. ¿Qué cosa mantiene viva durante
tanto tiempo en nuestra literatura la nostalgia de la Colonia? No por cierto
únicamente el pasadismo individual de los literatos. La razón es otra. Para
descubrirla hay que sondear en un mundo más complejo que el que abarca
regularmente la mirada del crítico. La literatura de un pueblo se alimenta y se
apoya en su substratum económico y político. En un país dominado por los
descendientes de los encomenderos y los oidores del Virreinato, nada era más
natural, por consi-guiente, que la serenata bajo sus balcones. La autoridad de
la casta feudal reposaba en parte sobre el prestigio del Virreinato. Únicamente
los temperamentos superiores -precursores siempre, en todos los pueblos y todos
los climas, de las cosas por venir- eran capaces de sustraerse a esta fatalidad
histórica, demasiado imperiosa para los clientes de la clase latifundista. La
flaqueza, la anemia, la flacidez de nuestra literatura colonial y colonialista
provienen de su falta de raíces. La vida, como lo afirmaba Wilson, viene de la
tierra. Y en el Perú la literatura no ha brotado de la tradición, de la
historia, del pueblo indígenas. Nació de una importación de literatura
española; se nutrió luego de la imitación de la misma literaturaLa literatura
colonial, malgrado algunas solitarias y raquíticas evocaciones del imperio y
sus fastos, se ha sentido extraña al pasado inkaico. Ha carecido absolutamente
de aptitud e imaginación para reconstruirlo. A su historiógrafo Riva Agüero
esto le ha parecido muy lógico. Vedado de estudiar y denunciar esta
incapacidad, Riva Agüero se ha apresurado a justificarla, suscribiendo con
complacencia y convicción el juicio de un escritor de la metrópoli. "Los
sucesos del Imperio Incaico -escribe- según el muy exacto decir de un famoso
crítico (Menéndez Pelayo) nos interesan tanto como pudieran interesar a los
españoles de hoy las historias y consejas de los Turdetanos y Carpetanos".
Y en las conclusiones del mismo ensayo dice: "El sistema que para
americanizar la literatura se remonta hasta los tiempos anteriores a la
Conquista, y trata de hacer vivir poéticamente las civilizaciones quechua y
azteca, y las ideas y los sentimientos de los aborígenes, me parece el más
estrecho e infecundo. No debe llamársele americanismo sino exotismo. Ya lo han
dicho Menéndez Pelayo, Rubio y Juan Valera; aquellas civilizaciones o
semicivilizaciones murieron, se extinguieron, y no hay modo de reanudar su
tradición, puesto que no dejaron literatura. Para los criollos de raza
española, son extranjeras y peregrinas y nada nos liga con ellas; y extranjeras
y peregrinas son también para los mestizos y los indios cultos, porque la
educación que han recibido los ha europeizado por completo. Ninguno de ellos se
encuentra en la situación de Garcilaso de la Vega". En opinión de Riva
Agüero -opinión característica de un descendiente de la Conquista, de un
heredero de la Colonia, para quien constituyen artículos de fe los juicios de
los eruditos de la Corte-, "recursos mucho más abundantes ofrecen las
expediciones españolas del XVI y las aventuras de la Conquista" (11).
Adulta ya la República, nuestros literatos no han logrado sentir el Perú sino
como una colonia de España. A España partía, en pos no sólo de modelos sino
también de temas, su imaginación domesticada. Ejemplo: la Elegía a la muerte de
Alfonso XII de Luis Benjamín Cisneros, que fue sin embargo, dentro de la
desvaída y ramplona tropa romántica, uno de los espíritus más liberales y
ochocentistas. El literato peruano no ha sabido casi nunca sentirse vinculado
al pueblo. No ha podido ni ha deseado traducir el penoso trabajo de formación
de un Perú integral, de un Perú nuevo. Entre el Inkario y la Colonia, ha optado
por la Colonia. El Perú nuevo era una nebulosa. Sólo el Inkario y la Colonia
existían neta y definidamente. Y entre la balbuceante literatura peruana y el Inkario
y el indio se interponía, separándolos e incomunicándolos, la Conquista.
Destruida la civilización inkaica por España, constituido el nuevo Estado sin
el indio y contra el indio, sometida la raza aborigen a la servidumbre, la
literatura peruana tenía que ser criolla, costeña, en la proporción en que
dejara de ser española. No pudo por esto, surgir en el Perú una literatura
vigorosa. El cruzamiento del invasor con el indígena no había producido en el
Perú un tipo más o menos homogéneo. A la sangre ibera y quechua se había
mezclado un copioso torrente de sangre africana. Más tarde la importación de
culis debía añadir a esta mezcla un poco de sangre asiática. Por ende, no había
un tipo sino diversos tipos de criollos, de mestizos. La función de tan disímiles
elementos étnicos se cumplía, por otra parte, en un tibio y sedante pedazo de
tierra baja, donde una naturaleza indecisa y negligente no podía imprimir en el
blando producto de esta experiencia sociológica un fuerte sello individual. Era
fatal que lo heteróclito y lo abigarrado de nuestra composición étnica
trascendiera a nuestro proceso literario. El orto de la literatura peruana no
podía semejarse, por ejemplo, al de la literatura argentina. En la república
del sur, el cruzamiento del europeo y del indígena produjo al gaucho. En el
gaucho se fundieron perdurable y fuertemente la raza forastera y conquistadora
y la raza aborigen. Consiguientemente la literatura argentina -que es entre las
literaturas iberoamericanas la que tiene tal vez más personalidad- está
permeada de sentimiento gaucho. Los mejores literatos argentinos han extraído
del estrato popular sus temas y sus personajes. Santos Vega, Martín Fierro,
Anastasio el Pollo, antes que en la imaginación artística, vivieron en la
imaginación popular. Hoy mismo la literatura argentina, abierta a las más
modernas y distintas influencias cosmopolitas, no reniega su espíritu gaucho.
Por el contrario, lo reafirma altamente. Los más ultraístas poetas de la nueva
generación se declaran descendientes del gaucho Martín Fierro y de su bizarra
estirpe de payadores. Uno de los más saturados de occidentalismo y modernidad,
Jorge Luis Borges, adopta frecuentemente la prosodia del pueblo. Discípulos de
Listas y Hermosillas, los literatos del Perú independiente, en cambio, casi
invariablemente desdeñaron la plebe. Lo único que seducía y deslumbraba su
cortesana y pávida fantasía de hidalgüelos de provincia era lo español, lo
virreinal. Pero España estaba muy lejos. El Virreinato -aunque subsistiese el
régimen feudal establecido por los conquistadores- pertenecía al pasado. Toda
la literatura de esta gente da, por esto, la impresión de una literatura
desarraigada y raquítica, sin raíces en su presente. Es una literatura de
implícitos "emigrados", de nostálgicos sobrevivientes. Los pocos
literatos vitales, en esta palúdica y clorótica teoría de cansinos y chafados
rétores, son los que de algún modo tradujeron al pueblo. La literatura peruana
es una pesada e indigesta rapsodia de la literatura española, en todas las
obras en que ignora al Perú viviente y verdadero. El ay indígena, la pirueta
zamba, son las notas más animadas y veraces de esta literatura sin alas y sin
vértebras. En la trama de las Tradiciones ¿no se descubre en seguida la hebra
del chispeante y chismoso medio pelo limeño? Esta es una de las fuerzas vitales
de la prosa del tradicionista. Melgar, desdeñado por los académicos,
sobrevivirá a Althaus, a Pardo y a Salaverry, porque en sus yaravíes encontrará
siempre el pueblo un vislumbre de su auténtica tradición sentimental y de su
genuino pasado literario.
IV. RICARDO PALMA, LIMA Y LA COLONIA
El colonialismo
-evocación nostálgica del Virreinato- pretende anexarse la figura de don
Ricardo Palma. Esta literatura servil y floja, de sentimentaloides y retóricos,
se supone consustanciada con las Tradiciones. La generación
"futurista", que más de una vez he calificado como la más pasadista
de nuestras generaciones, ha gastado la mejor parte de su elocuencia en esta
empresa de acaparamiento de la gloria de Palma. Es este el único terreno en el
que ha maniobrado con eficacia. Palma aparece oficialmente como el máximo
representante del colonialismo. Pero si se medita seriamente sobre la obra de
Palma confrontándola con el proceso político y social del Perú y con la inspiración
del género colonialista, se descubre lo artificioso y lo convencional de esta
anexión. Situar la obra de Palma dentro de la literatura colonialista es no
sólo empequeñecerla sino también deformarla. Las Tradiciones no pueden ser
identificadas con una literatura de reverente y apologética exaltación de la
Colonia y sus fastos, absolutamente peculiar y característica, en su tonalidad
y en su espíritu, de la académica clientela de la casta feudal. Don Felipe
Pardo y Don José Antonio de Lavalle, conservadores convictos y confesos,
evocaban la Colonia con nostalgia y con unción. Ricardo Palma, en tanto, la
reconstruía con un realismo burlón y una fantasía irreverente y satírica. La
versión de Palma es cruda y viva. El espíritu de las Tradiciones no se deja mistificar.
Es demasiado evidente en toda la obra. Riva Agüero que, en su estudio sobre el
carácter de la literatura del Perú independiente, de acuerdo con los intereses
de su gens y de su clase, lo coloca dentro del colonialismo, reconoce en Palma,
"perteneciente a la generación que rompió con el amaneramiento de los
escritores del coloniaje", a un literato "liberal e hijo de la
República". Se siente a Riva Agüero íntimamente descontento del espíritu
irreverente y heterodoxo de Palma. Riva Agüero trata de rechazar este
sentimiento, pero sin poder evitar que aflore netamente en más de un pasaje de
su discurso. Constata que Palma "al hablar de la Iglesia, de los jesuitas,
de la nobleza, se sonríe y hace sonreír al lector". Cuida de agregar que "con
sonrisa tan fina que no hiere". Dice que no será él quien le reproche su
volterianismo. Pero concluye confesando así su verdadero sentimiento: "A
veces la burla de Palma, por más que sea benigna y suave, llega a destruir la
simpatía histórica. Vemos que se encuentra muy desligado de las añejas
preocupaciones, que, a fuerza de estar libre de esas ridiculeces, no las
comprende; y una ligera nube de indiferencia y despego se interpone entonces
entre el asunto y el escritor" (12). Si el propio crítico e historiógrafo
de la literatura peruana que ha juntado, solidarizándolos, el elogio de Palma y
la apología de la Colonia, reconoce tan explícitamente la diferencia
fundamental de sentimiento que distingue a Palma de Pardo y de Lavalle, ¿cómo
se ha creado y mantenido el equívoco de una clasificación que virtualmente los
confunde y reúne? La explicación es fácil. Este equívoco se ha apoyado, en su
origen, en la divergencia personal entre Palma y González Prada; se ha
alimentado, luego, del contraste espiritual entre "palmistas" y
"pradistas". Haya de la Torre, en una carta sobre Mercurio Peruano, a
la revista Sagitario de La Plata, tiene una observación acertada: "Entre
Palma que se burlaba y Prada que azotaba, los hijos de ese pasado y de aquellas
castas doblemente zaheridas prefirieron el alfilerazo al látigo" (l3).
Pertenece al mismo Haya una precisa y, a mi juicio, oportuna e inteligente mise
au point sobre el sentido histórico y político de las Tradiciones.
"Personalmente -escribe-, creo que Palma fue tradicionista, pero no tradicionalista.
Creo que Palma hundió la pluma en el pasado para luego blandirla en alto y
reírse de él. Ninguna institución u hombre de la Colonia y aun de la República
escapó a la mordedura tantas veces tan certera de la ironía, el sarcasmo y
siempre el ridículo de la jocosa crítica de Palma. Bien sabido es que el clero
católico tuvo en la literatura de Palma un enemigo y que sus Tradiciones son el
horror de frailes y monjas. Pero por una curiosa paradoja, Palma se vio
rodeado, adulado y desvirtuado por una troupe de gente distinguida,
intelectuales, católicos, niños bien y admiradores de apellidos sonoros"
(l4). No hay nada de extraño ni de insólito en que esta penetrante aclaración
del sentido y la filiación de las Tradiciones venga de un escritor que jamás ha
oficiado de crítico literario. Para una interpretación profunda del espíritu de
una literatura, la mera erudición literaria no es suficiente. Sirven más la
sensibilidad política y la clarividencia histórica. El crítico profesional
considera la literatura en sí misma. No percibe sus relaciones con la política,
la economía, la vida en su totalidad. De suerte que su investigación no llega
al fondo, a la esencia de los fenómenos literarios. Y, por consiguiente, no
acierta a definir los oscuros factores de su génesis ni de su subconsciencia.
Una historia de la literatura peruana que tenga en cuenta las raíces sociales y
políticas de ésta, cancelará la convención contra la cual hoy sólo una
vanguardia protesta. Se verá entonces que Palma está menos lejos de González
Prada de lo que hasta ahora parece (15). Las Tradiciones de Palma tienen,
política y socialmente, una filiación democrática. Palma interpreta al medio
pelo. Su burla roe risueñamente el prestigio del Virreinato y el de la
aristocracia. Traduce el malcontento zumbón del demos criollo. La sátira de las
Tradiciones no cala muy hondo ni golpea muy fuerte; pero, precisamente por
esto, se identifica con el humor de un demos blando, sensual y azucarado. Lima
no podía producir otra literatura. Las Tradiciones agotan sus posibilidades. A
veces se exceden a sí mismas. Si la revolución de la independencia hubiese sido
en el Perú la obra de una burguesía más o menos sólida, la literatura
republicana habría tenido otro tono. La nueva clase dominante se habría expresado,
al mismo tiempo, en la obra de sus estadistas, y en el verbo, el estilo y la
actitud de sus poetas, de sus novelistas y de sus críticos. Pero en el Perú el
advenimiento de la república no representó el de una nueva clase dirigente. La
onda de la revolución era continental: no era casi peruana. Los liberales, los
jacobinos, los revolucionarios peruanos, no constituían sino un manípulo. La
mejor savia, la más heroica energía, se gastaron en las batallas y en los
intervalos de la lucha. La república no reposaba sino en el ejército de la
revolución. Tuvimos, por esto, un accidentado, un tormentoso período de
interinidad militar. Y no habiendo podido cuajar en este período la clase
revolucionaria, resurgió automáticamente la clase conservadora. Los encomenderos
y terratenientes que, durante la revolución de la independencia oscilaron
ambiguamente, entre patriotas y realistas, se encargaron francamente de la
dirección de la república. Toda su inquietud, toda su rebeldía, se resolvían en
el chiste, la murmuración y el epigrama. Y esto es precisamente lo que
encuentra su expresión literaria en la prosa socarrona de las Tradiciones.
Palma pertenece absolutamente a una mesocracia a la que un complejo conjunto de
circunstancias históricas no consintió transformarse en una burguesía. Como
esta clase compósita, como esta clase larvada, Palma guardó un latente rencor
contra la aristocracia antañona y reaccionaria. El colonialismo, el civilismo,
por órgano de Riva Agüero y otros de sus portavoces intelectuales, se anexan a
Palma, no sólo porque esta anexión no presenta ningún peligro para su política
sino, principalmente, por la irremediable mediocridad de su propio elenco
literario. Los críticos de esta casta saben muy bien que son vanos todos los
esfuerzos por inflar el volumen de don Felipe Pardo o don José Antonio de
Lavalle. La literatura civilista no ha producido sino parvos y secos ejercicios
de clasicismo o desvaídos y vulgares conatos románticos. Tiene parte en él
-como en mi anterior artículo lo observaba-, el "gonzálezpradismo".
En un "ensayo acerca de las literaturas del Perú" de Federico More,
hallo el siguiente juicio sobre el autor de las Tradiciones: "Ricardo
Palma, representativo, expresador y centinela del Colonialismo, es un
historizante anecdótico, divertido narrador de chascarrillos fichados y
anaquelados. Escribe con vistas a la Academia de la Lengua y, para contar los
devaneos y discreteos de las marquesitas de pelo ensortijado y labios
prominentes, quiere usar el castellano del siglo de oro" (16). More
pretende que de Palma quedará sólo la "risilla chocarrera". Esta
opinión, para algunos, no reflejará más que una notoria ojeriza de More, a
quien todos reconocen poca consecuencia en sus amores, pero a quien nadie niega
una gran consecuencia en sus ojerizas. Pero hay dos razones para tomarla en
consideración: 1ª La especial beligerancia que da a More su título de discípulo
de González Prada. 2ª La seriedad del ensayo que contiene estas frases. En este
ensayo More realiza un concienzudo esfuerzo por esclarecer el espíritu mismo de
la literatura nacional. "La literatura -escribe- sólo es traducción de un
estado político y social".
Pero al hacerlo conviene exponer y comentar
las líneas esenciales de la tesis de More. Ésta busca los factores raciales y las
raíces telúricas de la literatura peruana. Estudia sus colores y sus líneas
esenciales; prescinde de sus matices y de sus contornos complementarios. El
método es de panfletario; no es de crítico. Esto da cierto vigor, cierta fuerza
a las ideas, pero les resta flexibilidad. Pero si las conclusiones no son
siempre justas, los conceptos en que reposan son, en cambio, verdaderos. More
siente el dualismo peruano. Sostiene que en el Perú "o se es colonial o se
es inkaico". Yo, que reiteradamente he escrito que el Perú hijo de la
Conquista es una formación costeña, no puedo dejar de declararme de acuerdo con
More respecto al origen y al proceso del conflicto entre inkaísmo y
colonialismo. No estoy lejos de pensar como More que este conflicto, este
antagonismo, "es y será por muchos años, clave sociológica y política de
la vida peruana". El dualismo peruano se refleja y se expresa,
naturalmente, en la literatura. "Literariamente -escribe More-, el Perú
preséntase, como es lógico, dividido. Surge un hecho fundamental: los andinos
son rurales, los limeños urbanos. Y así las dos literaturas. Para quienes
actúan bajo la influencia de Lima todo tiene idiosincrasia iberafricana: todo
es romántico y sensual. Para quienes actuamos bajo la influencia del Cuzco, la
parte más bella y honda de la vida se realiza en las montañas y en los valles y
en todo hay subjetividad indescifrada y sentido dramático. El limeño es
colorista: el serrano musical. Para los herederos del coloniaje, el amor es un
lance. Para los retoños de la raza caída, el amor es un coro trasmisor de las
voces del destino". Mas esta literatura serrana que More define con tanta
vehemencia, oponiéndola a la literatura limeña o colonial, sólo ahora empieza a
existir seria y válidamente. Estimo mucho, como se verá más adelante, la figura
de Abelardo Gamarra; pero me parece que More, tal vez, la superestima. Aunque
en un pasaje de su estudio conviene en que "no fue, por desgracia Gamarra,
el artista redondo y facetado, limpio y fulgente, el cabal hombre de letras que
se necesita". El propio More reconoce que "las regiones andinas, el
inkaísmo, aún no tienen el sumo escritor que sintetice y condense, en
fulminantes y lucientes páginas, las inquietudes, las modalidades y las
oscilaciones del alma inkaica". Su testimonio sufraga y confirma, por
ende, la tesis de que la literatura peruana hasta Palma y González Prada es
colonial, es española. La prosa polémica del regionalismo y el radicalismo
provincianos desciende de González Prada, a quien, en justicia, More, su discípulo,
reprocha su excesivo amor a la retórica. Gamarra es para More el representativo
del Perú integral. Con Gamarra empieza, a su juicio, un nuevo capítulo de
nuestra literatura. El nuevo capítulo comienza, en mi concepto, con González
Prada que marca la transición del españolismo puro a un europeísmo más o menos
incipiente en su expresión pero decisivo en sus consecuencias. Pero Ricardo
Palma, a quien More erróneamente designa como un "representativo,
expresador y centinela del colonismo", malgrado sus limitaciones, es
también de este Perú integral que en nosotros principia a concretarse y
definirse. Palma traduce el criollismo, el mestizaje, la mesocracia de una Lima
republicana que, si es la misma que aclama a Piérola -más arequipeño que limeño
en su temperamento y en su estilo-, es igualmente la misma que, en nuestro
tiempo, revisa su propia tradición, reniega su abolengo colonial, condena y
critica su centralismo, sostiene las reivindicaciones del indio y tiende sus
dos manos a los rebeldes de provincias.
La requisitoria
contra el colonialismo, contra el "limeñismo" si así prefiere
llamarlo More, ha partido de Lima. El proceso de la capital -en abierta pugna
con lo que Luis Alberto Sánchez denomina "perricholismo", y con una
pasión y una severidad que precisamente a Sánchez alarman y preocupan-, lo
estamos haciendo hombres de la capital (l7). En Lima, algunos escritores que
del esteticismo d'annunziano importado por Valdelomar habíamos evolucionado al
criticismo socializante de la revista España, fundamos hace diez años Nuestra
Época, para denunciar, sin reservas y sin compromisos con ningún grupo y ningún
caudillo, las responsabilidades de la vieja política (18). En Lima, algunos
estudiantes, portavoces del nuevo espíritu, crearon hace cinco años las universidades
populares e inscribieron en su bandera el nombre de González Prada. Henríquez
Ureña dice que hay dos Américas: una buena y otra mala. Lo mismo se podría
decir de Lima. Lima no tiene raíces en el pasado autóctono. Lima es la hija de
la Conquista. Pero desde que, en la mentalidad y en el espíritu, cesa de ser
sólo española para volverse un poco cosmopolita, desde que se muestra sensible
a las ideas y a las emociones de la época, Lima deja de aparecer exclusivamente
como la sede y el hogar del colonialismo y españolismo. La nueva peruanidad es
una cosa por crear. Su cimiento histórico tiene que ser indígena. Su eje
descansará quizá en la piedra andina, mejor que en la arcilla costeña. Bien.
Pero a este trabajo de creación, la Lima renovadora, la Lima inquieta, no es ni
quiere ser extraña.
V. GONZÁLEZ PRADA
González Prada es, en nuestra literatura, el
precursor de la transición del período colonial al período cosmopolita. Ventura
García Calderón lo declara "el menos peruano" de nuestros literatos.
Pero ya hemos visto que hasta González Prada lo peruano en esta literatura no
es aún peruano sino sólo colonial. El autor de Páginas Libres, aparece como un
escritor de espíritu occidental y de cultura europea. Mas, dentro de una
peruanidad por definirse, por precisarse todavía, ¿por qué considerarlo como el
menos peruano de los hombres de letras que la traducen? ¿Por ser el menos
español? ¿Por no ser colonial? La razón resulta entonces paradójica. Por ser la
menos española, por no ser colonial, su literatura anuncia precisamente la
posibilidad de una literatura peruana. González Prada no interpretó este
pueblo, no esclareció sus problemas, no legó un programa a la generación que
debía venir después. Mas representa, de toda suerte, un instante -el primer
instante lúcido-, de la conciencia del Perú. Federico More lo llama un
precursor del Perú nuevo, del Perú integral. Pero Prada, a este respecto, ha
sido más que un precursor. En la prosa de Páginas Libres, entre sentencias
alambicadas y retóricas, se encuentra el germen del nuevo espíritu nacional.
"No forman el verdadero Perú -dice González Prada en el célebre discurso
del Politeama de 1888- las agrupaciones de criollos y extranjeros que habitan
la faja de tierra situada entre el Pacífico y los Andes; la nación está formada
por las muchedumbres de indios diseminadas en la banda oriental de la
cordillera'' (l9). Y aunque no supo hablarle un lenguaje desnudo de retórica,
González Prada no desdeñó jamás a la masa. "Platón -les recordó en la
conferencia del Ateneo- decía que en materia de lenguaje el pueblo era un
excelente maestro. Los idiomas se vigorizan y retemplan en la fuente popular,
más que en las reglas muertas de los gramáticos y en las exhumaciones
prehistóricas de los eruditos. De las canciones, refranes y dichos del vulgo
brotan las palabras originales, las frases gráficas, las construcciones
atrevidas. Las multitudes transforman las lenguas como los infusorios modifican
los continentes". "El poeta legítimo -afirmó en otro pasaje del mismo
discurso- se parece al árbol nacido en la cumbre de un monte: por las ramas,
que forman la imaginación, pertenece a las nubes; por las raíces, que
constituyen los afectos, se liga con el suelo. "Las obras maestras se
distinguen por la accesibilidad, pues no forman el patrimonio de unos cuantos
elegidos, sino la herencia de todos los hombres con sentido común. Homero y
Cervantes son ingenios democráticos: un niño les entiende. Los talentos que
presumen de aristocráticos, los inaccesibles a la muchedumbre, disimulan lo
vacío del fondo con lo tenebroso de la forma". "Si Herodoto hubiera
escrito como Gracián, si Píndaro hubiera cantado como Góngora ¿habrían sido
escuchados y aplaudidos en los juegos olímpicos? Ahí están los grandes
agitadores de almas en los siglos XVI y XVIII, ahí está particularmente
Voltaire con su prosa, natural como un movimiento respiratorio, clara como un
alcohol rectificado" (20). Simultáneamente, González Prada denunció el
colonialismo. Volvamos los ojos a los autores castellanos, estudiemos sus obras
maestras, enriquezcamos su armoniosa lengua; pero recordemos constantemente que
la dependencia intelectual de España significaría para nosotros la definida
prolongación de la niñez" En la obra de González Prada, nuestra literatura
inicia su contacto con otras literaturas. Su poesía y aun su prosa acusan un
trato íntimo de las letras italianas. Su prosa tronó muchas veces contra las
academias y los puristas, y, heterodoxamente, se complació en el neologismo y
el galicismo. Su verso buscó en otras literaturas nuevos troqueles y exóticos
ritmos. Percibió bien su inteligencia el nexo oculto pero no ignoto que hay
entre conservantismo ideológico y academicismo literario. Y combinó por eso el
ataque al uno con la requisitoria contra el otro. ¿Quién negará, por ejemplo,
el fondo político del concepto en apariencia exclusivamente literario, que
define a González Prada como "el menos peruano de nuestros
literatos"? Negar peruanismo a su personalidad no es sino un modo de negar
validez en el Perú a su protesta. Es un recurso simulado para descalificar y
desvalorizar su rebeldía. La misma tacha de exotismo sirve hoy para combatir el
pensamiento de vanguardia. Muerto Prada, la gente que no ha podido por estos
medios socavar su ascendiente ni su ejemplo, ha cambiado de táctica. Ha tratado
de deformar y disminuir su figura, ofreciéndole sus elogios comprometedores. Se
ha propagado la moda de decirse herederos y discípulos de Prada. La figura de
González Prada ha corrido el peligro de resultar una figura oficial, académica.
Afortunada-mente la nueva generación ha sabido insurgir oportunamente contra
este intento. Los jóvenes distinguen lo que en la obra de González Prada hay de
contingente y temporal de lo que hay de perenne y eterno. Saben que no es la
letra sino el espíritu lo que en Prada representa un valor duradero. Los falsos
gonzález-pradistas repiten la letra; los verdaderos repiten el espíritu.. El
hecho de que la trascendencia política de su obra sea mayor que su
trascendencia literaria no desmiente ni contraría el hecho anterior y primario,
de que esa obra, en sí, más que política es literaria. Todos constatan que
González Prada no fue acción sino verbo. Pero no es esto lo que a González
Prada define como literato más que como político.
El hecho de que la
trascendencia política de su obra sea mayor que su trascendencia literaria no
desmiente ni contraría el hecho anterior y primario, de que esa obra, en sí,
más que política es literaria. Todos constatan que González Prada no fue acción
sino verbo. Pero no es esto lo que a González Prada define como literato más
que como político. Es su verbo mismo. El verbo, puede ser programa, doctrina. Y
ni en Páginas Libres ni en Horas de Lucha encontramos una doctrina ni un
programa propiamente dichos. En los discursos, en los ensayos que componen
estos libros, González Prada no trata de definir la realidad peruana en un
lenguaje de estadista o de sociólogo. No quiere sino sugerirla en un lenguaje
de literato. No concreta su pensamiento en proposiciones ni en conceptos. Lo
esboza en frases de gran vigor panfletario y retórico, pero de poco valor
práctico y científico. "El Perú es una montaña coronada por un
cementerio". "El Perú es un organismo enfermo: donde se aplica el
dedo brota el pus". Las frases más recordadas de González Prada delatan al
hombre de letras: no al hombre de Estado. Son las de un acusador, no las de un
realizador. El propio movimiento radical aparece en su origen como un fenómeno
literario y no como un fenómeno político. El embrión de la Unión Nacional o
Partido Radical se llamó "Círculo Literario". Este grupo literario se
transformó en grupo político obedeciendo al mandato de su época. El proceso
biológico del Perú no necesitaba literatos sino políticos. La literatura es
lujo, no es pan. Los literatos que rodeaban a González Prada sintieron vaga
pero perentoriamente la necesidad vital de esta nación desgarrada y
empobrecida. "El «Círculo Literario», la pacífica sociedad de poetas y
soñadores -decía González Prada en su discurso del Olimpo de 1887-, tiende a
convertirse en un centro militante y propagandista. ¿De dónde nacen los
impulsos de radicalismo en literatura? Aquí llegan ráfagas de los huracanes que
azotan a las capitales europeas, repercuten voces de la Francia republicana e
incrédula. Hay aquí una juventud que lucha abiertamente por matar con muerte
violenta lo que parece destinado a sucumbir con agonía inoportunamente larga,
una juventud, en fin, que se impacienta por suprimir los obstáculos y abrirse
camino para enarbolar la bandera roja en los desmantelados torreones de la
literatura nacional" (22). González Prada no resistió el impulso histórico
que lo empujaba a pasar de la tranquila especulación parnasiana a la áspera
batalla política. Pero no pudo trazar a su falange un plan de acción. Su
espíritu individualista, anárquico, solitario, no era adecuado para la
dirección de una vasta obra colectiva. Cuando se estudia el movimiento radical,
se dice que González Prada no tuvo temperamento de conductor, de caudillo, de
condotiero. Mas no es ésta la única constatación que hay que hacer. Se debe
agregar que el temperamento de González Prada era fundamentalmente literario.
Si González Prada no hubiese nacido en un país urgido de reorganización y
moralización políticas y sociales, en el cual no podía fructificar una obra
exclusivamente artística, no lo habría tentado jamás la idea de formar un
partido. Su cultura coincidía, como es lógico, con su temperamento. Era una
cultura principalmente literaria y filosófica. Leyendo sus discursos y sus
artículos, se nota que González Prada carecía de estudios específicos de
Economía y Política. Sus sentencias, sus imprecaciones, sus aforismos, son de
inconfundibles factura e inspiración literarias. Engastado en su prosa elegante
y bruñida, se descubre frecuentemente un certero concepto sociológico o
histórico. Ya he citado alguno. Pero en conjunto, su obra tiene siempre el
estilo y la estructura de una obra de literato.
Nutrido del
espíritu nacionalista y positivista de su tiempo, González Prada exaltó el
valor de la Ciencia. Mas esta actitud es peculiar de la literatura moderna de
su época. La Ciencia, la Razón, el Progreso, fueron los mitos del siglo
diecinueve. González Prada, que por la ruta del liberalismo y del
enciclopedismo llegó a la utopía anarquista, adoptó fervorosamente estos mitos.
Hasta en sus versos hallamos la expresión enfática de su racionalismo. ¡Guerra
al menguado sentimiento! ¡Culto divino a la Razón! Le tocó a González Prada
enunciar solamente lo que hombres de otra generación debían hacer. Predicó
realismo. Condenando los gaseosos verbalismos de la retórica tropical, conjuró
a sus contemporáneos a asentar bien los pies en la tierra, en la materia.
"Acabemos ya -dijo- el viaje milenario por regiones de idealismo sin
consistencia y regresemos al seno de la realidad, recordando que fuera de la
Naturaleza no hay más que simbolismos ilusorios, fantasías mitológicas,
desvanecimientos metafísicos. A fuerza de ascender a cumbres enrarecidas, nos
estamos volviendo vaporosos, aeriformes: solidifiquémonos. Más vale ser hierro
que nube" (23). Pero él mismo no consiguió nunca ser un realista. De su
tiempo fue el materialismo histórico. Sin embargo, el pensamiento de González
Prada, que no impuso nunca límites a su audacia ni a su libertad, dejó a otros
la empresa de crear el socialismo peruano. Fracasado el partido radical, dio su
adhesión al lejano y abstracto utopismo de Kropotkin. Y en la polémica entre
marxistas y bakuninistas, se pronunció por los segundos. Su temperamento
reaccionaba en éste como en todos sus conflictos con la realidad, conforme a su
sensibilidad literaria y aristocrática. La filiación literaria del espíritu y
la cultura de González Prada, es responsable de que el movimiento radical no
nos haya legado un conjunto elemental siquiera de estudios de la realidad
peruana y un cuerpo de ideas concretas sobre sus problemas. El programa del
Partido Radical, que por otra parte no fue elaborado por González Prada, queda
como un ejercicio de prosa política de "un círculo literario". Ya
hemos visto cómo la Unión Nacional, efectivamente, no fue otra cosa. * * * El
pensamiento de González Prada, aunque subordinado a todos los grandes mitos de
su época, no es monótonamente positivista. En González Prada arde el fuego de
los racionalistas del siglo XVIII. Su Razón es apasionada. Su Razón es
revolucionaria. El positivismo, el historicismo del siglo XIX representan un
racionalismo domesticado. Traducen el humor y el interés de una burguesía a la
que la asunción del poder ha tornado conservadora. El racionalismo, el
cientificismo de González Prada no se contentan con las mediocres y pávidas
conclusiones de una razón y una ciencia burguesas. En González Prada subsiste,
intacto en su osadía, el jacobino. Javier Prado, García Calderón, Riva Agüero,
divulgan un positivismo conservador. González Prada enseña un positivismo
revolucionario. Los ideólogos del civilismo, en perfecto acuerdo con sus
sentimientos de clase, nos sometieron a la autoridad de Taine; el ideólogo del
radicalismo se reclamó siempre de pensamiento superior y distinto del que,
concomitante y consustancial en Francia con un movimiento de reacción política,
sirvió aquí a la apología de las oligarquías ilustradas. No obstante su
filiación racionalista y cientificista, González Prada no cae casi nunca en un
intelectualismo exagerado. Lo preservan de este peligro su sentimiento
artístico y su exaltado anhelo de justicia. En el fondo de este parnasiano, hay
un romántico que no desespera nunca del poder del espíritu. Una de sus agudas
opiniones sobre Renán, el que ne dépasse pas le doute, nos prueba que González
Prada percibió muy bien el riesgo de un criticismo exacerbado. "Todos los
defectos de Renán se explican por la exageración del espíritu crítico; el temor
de engañarse y la manía de creerse un espíritu delicado y libre de pasión, le
hacían muchas veces afirmar todo con reticencias o negar todo con
restricciones, es decir, no afirmar ni negar y hasta contradecirse, pues le
acontecía emitir una idea y en seguida, valiéndose de un pero, defender lo
contrario. De ahí su escasa popularidad: la multitud sólo comprende y sigue a
los hombres que franca y hasta brutalmente afirman con las palabras como
Mirabeau, con los hechos como Napoleón". González Prada prefiere siempre
la afirmación a la negación, a la duda. Su pensamiento es atrevido, intrépido,
temerario. Teme a la incertidumbre. Su espíritu siente hondamente la angustiosa
necesidad de dépasser le doute. La fórmula de Vasconcelos pudo ser también la
de González Prada: "pesimismo de la realidad, optimismo del ideal"..
Miraría con desdén a los repetidores mediocres de sus frases. Amaría sólo una
juventud capaz de traducir en acto lo que en él no pudo ser sino idea y no se
sentiría renovado y renacido sino en hombres que supieran decir una palabra
verdaderamente nueva, verdaderamente actual. De González Prada debe decirse lo
que él, en Páginas Libres, dice de Vigil. "Pocas vidas tan puras, tan
llenas, tan dignas de ser imitadas. Puede atacarse la forma y el fondo de sus
escritos, puede tacharse hoy sus libros de anticuados e insuficientes, puede,
en fin, derribarse todo el edificio levantado por su inteligencia; pero una
cosa permanecerá invulnerable y de pie, el hombre".
VI. MELGAR
Durante su período
colonial, la literatura peruana se presenta, en sus más salientes peripecias y
en sus más conspicuas figuras, como un fenómeno limeño. No importa que en su
elenco estén representadas las provincias. El modelo, el estilo, la línea, han sido
de la capital. Y esto se explica. La literatura es un producto urbano. La
gravitación de la urbe influye fuertemente en todos los procesos literarios. En
el Perú, de otro lado, Lima no ha sufrido las concurrencias de otras ciudades
de análogos fueros. Un centralismo extremo le ha asegurado su dominio. Por
culpa de esta hegemonía absoluta de Lima, no ha podido nuestra literatura
nutrirse de savia indígena. Lima ha sido la capital española primero. Ha sido
la capital criolla después. Y su literatura ha tenido esta marca. El
sentimiento indígena no ha carecido totalmente de expresión en este período de
nuestra historia literaria. Su primer expresador de categoría es Mariano
Melgar. La crítica limeña lo trata con un poco de desdén. Lo siente demasiado
popular, poco distinguido. Le molesta en sus versos, junto con una sintaxis un
tanto callejera, el empleo de giros plebeyos. Le disgusta en el fondo, el
género mismo. No puede ser de su gusto un poeta que casi no ha dejado sino
yaravíes. Esta crítica aprecia más cualquier oda soporífera de Pando. Por
reacción, no superestimo artísticamente a Melgar. Lo juzgo dentro de la
incipiencia de la literatura peruana de su época. Mi juicio no se separa de un
criterio de relatividad. Melgar es un romántico. Lo es no sólo en su arte sino
también en su vida. El romanticismo no había llegado, todavía, oficialmente a
nuestras letras. En Melgar no es, por ende, como más tarde en otros, un gesto
imitativo; es un arranque espontáneo. Y éste es un dato de su sensibilidad
artística. Se ha dicho que debe a su muerte heroica una parte de su renombre
literario. Pero esta valorización disimula mal la antipatía desdeñosa que la
inspira. La muerte creó al héroe, frustró al artista. Melgar murió muy joven. Y
aunque resulta siempre un poco aventurada toda hipótesis sobre la probable
trayectoria de un artista, sorprendido prematuramente por la muerte, no es
excesivo suponer que Melgar, maduro, habría producido un arte más purgado de
retórica y amaneramiento clásicos y, por consiguiente, más nativo, más puro. La
ruptura con la metrópoli habría tenido en su espíritu consecuencias
particulares y, en todo caso, diversas de las que tuvo en el espíritu de los
hombres de letras de una ciudad tan española, tan colonial como Lima. Mariano
Melgar, siguiendo el camino de su impulso romántico, habría encontrado una
inspiración cada vez más rural, cada vez más indígena. Los que se duelen de la
vulgaridad de su léxico y sus imágenes, parten de un prejuicio aristocratista y
academicista. El artista que en el lenguaje del pueblo escribe un poema de
perdurable emoción vale, en todas las literaturas, mil veces más que el que, en
lenguaje académico, escribe una acrisolada pieza de antología. De otra parte,
como lo observa Carlos Octavio Bunge en un estudio sobre la literatura
argentina, la poesía popular ha precedido siempre a la poesía artística.
Algunos yaravíes de Melgar viven sólo como fragmentos de poesía popular. Pero,
con este título, han adquirido sustancia inmortal.
Tienen, a veces, en
sus imágenes sencillas, una ingenuidad pastoril que revela su trama indígena,
su fondo autóctono. La poesía oriental, se caracteriza por un rústico panteísmo
en la metáfora. Melgar se muestra muy indio en su imaginismo primitivo y
campesino. Este romántico, finalmente, se entrega apasionadamente a la
revolución. En él la revolución no es liberalismo enciclopedista. Es,
fundamentalmente, cálido patriotismo. Como en Pumacahua, en Melgar el
sentimiento revolucionario se nutre de nuestra propia sangre y nuestra propia
historia. Para Riva Agüero, el poeta de los yaravíes no es sino "un
momento curioso de la literatura peruana". Rectifiquemos su juicio,
diciendo que es el primer momento peruano de esta literatura.
VII. ABELARDO
GAMARRA
Abelardo Gamarra no tiene hasta ahora un sitio
en las antologías. La crítica relega desdeñosamente su obra a un plano
secundario. Al plano, casi negligible para su gusto cortesano, de la literatura
popular. Ni siquiera en el criollismo se le reconoce un rol cardinal. Cuando se
historia el criollismo se cita siempre antes a un colonialista tan inequívoco
como don Felipe Pardo. Sin embargo, Gamarra es uno de nuestros literatos más
representativos. Es, en nuestra literatura esencialmente capitalina, el
escritor que con más pureza traduce y expresa a las provincias. Tiene su prosa
reminiscencias indígenas. Ricardo Palma es un criollo de Lima; el Tunante es un
criollo de la sierra. La raíz india está viva en su arte jaranero. Del indio
tiene el Tunante la tesonera y sufrida naturaleza, la panteísta despreocupación
del más allá, el alma dulce y rural, el buen sentido campesino, la imaginación
realista y sobria. Del criollo, tiene el decir donairoso, la risa zumbona, el
juicio agudo y socarrón, el espíritu aventurero y juerguista. Procedente de un
pueblo serrano, el Tunante se asimiló a la capital y a la costa, sin
desnaturalizarse ni deformarse. Por su sentimiento, por su entonación, su obra
es la más genuinamente peruana de medio siglo de imitaciones y balbuceos. Lo es
también por su espíritu. Desde su juventud, Gamarra militó en la vanguardia.
Participó en la protesta radical, con verdadera adhesión a su patriotismo
revolucionario. Lo que en otros corifeos del radicalismo era sólo una actitud
intelectual y literaria, en el Tunante era un sentimiento vital, un impulso
anímico. Gamarra sentía hondamente, en su carne y en su espíritu, la repulsa de
la aristocracia encomendera y de su corrompida e ignorante clientela.
Comprendió siempre que esta gente no representaba al Perú; que el Perú era otra
cosa. Este sentimiento, lo mantuvo en guardia contra el civilismo y sus
expresiones intelectuales e ideológicas. Su seguro instinto lo preservó, al
mismo tiempo, de la ilusión "demócrata". El Tunante no se engañó
sobre Piérola. Percibió el verdadero sentido histórico del gobierno del 95. Vio
claro que no era una revolución democrática sino una restauración civilista. Y,
aunque hasta su muerte, guardó el más fervoroso culto a González Prada, cuyas
retóricas catilinarias tradujo a un lenguaje popular, se mostró nostalgioso de
un espíritu más realizador y constructivo. Su intuición histórica echaba de
menos en el Perú a un Alberdi, a un Sarmiento. En sus últimos años, sobre todo,
se dio cuenta de que una política idealista y renovadora debe asentar bien los
pies en la realidad y en la historia. No es su obra la de un simple
costumbrista satírico. Bajo el animado retrato de tipos y costumbres, es
demasiado evidente la presencia de un generoso idealismo político y social.
Esto es lo que coloca a Gamarra muy por encima de Segura. La obra del Tunante
tiene un ideal; la de Segura no tiene ninguno. Por otra parte, el criollismo
del Tunante es más integral, más profundo que el de Segura. Su versión de las
cosas y los tipos es más verídica, más viviente. Gamarra tiene en su obra -que
no por azar es la más popular, la más leída en provincias-, muchos atisbos
agudísimos, muchos aciertos plásticos. El Tunante es un Pancho Fierro de
nuestras letras. Es un ingenio popular; un escritor intuitivo y espontáneo.
Heredero del espíritu de la revolución de la independencia, tuvo lógica-mente
que sentirse distinto y opuesto a los herederos del espíritu de la Conquista y
la Colonia. Y, por esto, no diploma ni breveta su obra la autoridad de
academias ni ateneos ("¡De las Academias, líbranos Señor!" -pensaba seguramente,
como Rubén Darío, el Tunante). Se le desdeña por su sintaxis. Se le desdeña por
su ortografía. Pero se le desdeña, ante todo, por su espíritu. La vida se burla
alegremente de las reservas y los remilgos de la crítica, concediendo a los
libros de Gamarra la supervivencia que niega a los libros de renombre y mérito
oficialmente sancionados. A Gamarra no lo recuerda casi la crítica; no lo
recuerda sino el pueblo. Pero esto le basta a su obra para ocupar de hecho en
la historia de nuestras letras el puesto que formalmente se le regatea. La obra
de Gamarra aparece como una colección dispersa de croquis y bocetos. No tiene
una creación central. No es una afinada modulación artística. Este es su
defecto. Pero de este defecto no es responsable totalmente la calidad del
artista. Es responsable también la incipiencia de la literatura que representa.
El Tunante quería hacer arte en el lenguaje de la calle. Su intento no era
equivocado. Por el mismo camino han ganado la inmortalidad los clásicos de los
orígenes de todas las literaturas.
VIII. CHOCANO
José Santos Chocano pertenece, a mi juicio, al
período colonial de nuestra literatura. Su poesía grandílocua tiene todos sus
orígenes en España. Una crítica verbalista la presenta como una traducción del
alma autóctona. Pero este es un concepto artificioso, una ficción retórica. Su
lógica, tan simplista como falsa, razona así: Chocano es exuberante, luego es
autóctono. Sobre este principio, una crítica fundamentalmente incapaz de sentir
lo autóctono, ha asentado casi todo el dogma del americanismo y el tropicalismo
esenciales del poeta de Alma América. Este dogma pudo ser incontestable en un
tiempo de absoluta autoridad del colonialismo. Ahora una generación iconoclasta
lo pasa incrédulamente por la criba de su análisis. La primera cuestión que se
plantea es ésta: ¿Lo autóctono es, efectivamente, exuberante? Un crítico sagaz,
extraño en este caso a todo interés polémico, como Pedro Henríquez Ureña,
examinando precisamente el tema de la exuberancia en la literatura
hispano-americana, observa que esta literatura, en su mayor parte, no aparece
por cierto como un producto del trópico. Procede, más bien, de ciudades de
clima templado y hasta un poco otoñal. Muy aguda y certeramente apunta
Henríquez Ureña: "En América conservamos el respeto al énfasis mientras
Europa nos lo prescribió; aún hoy nos quedan tres o cuatro poetas vibrantes,
como decían los románticos. El arte indio es la antítesis, la contradicción del
arte de Chocano. El indio esquematiza, estiliza las cosas con un sintetismo y
un primitivismo hieráticos. Nadie pretende encontrar en la poesía de Chocano la
emoción de los Andes. La crítica que la proclama autóctona, la imagina
únicamente depositaria de la emoción de la "montaña", esto es de la
floresta. Riva Agüero es uno de los que suscriben este juicio. Pero los
literatos que sin noción ninguna de la "montaña", se han apresurado a
descubrirla o reconocerla íntegramente en la ampulosa poesía de Chocano, no han
hecho otra cosa que tomar al pie de la letra una conjetura del poeta. No han
hecho sino repetir a Chocano, quien desde hace mucho tiempo se supone "el
cantor de América autóctona y salvaje". La "montaña" no es sólo
exuberancia. Es, sustancialmente, muchas otras cosas que no están en la poesía
de Chocano. Ante su espectáculo, ante sus paisajes, la actitud de Chocano es la
de un espectador elocuente. Nada más. Todas sus imágenes son las de una
fantasía exterior y extranjera. No se oye la voz de un hombre de la floresta.
Se oye, a lo más, la voz de un forastero imaginativo y ardoroso que cree
poseerla y expresarla. Y esto es muy natural. La "montaña" no existe
casi sino como naturaleza, como paisaje, como escenario. No ha producido
todavía una estirpe, un pueblo, una civilización. Chocano, en todo caso, no se
ha nutrido de su savia. Por su sangre, por su mentalidad, por su educación, el
poeta de Alma América es un hombre de la costa. Procede de una familia
española. Su formación espiritual e intelectual se ha cumplido en Lima. Y su
énfasis -este énfasis que, en último análisis, resulta la única prueba de su
autoctonismo y de su americanismo artístico o estéticodesciende totalmente de
España. Los antecedentes de la técnica y los modelos de la elocuencia de
Chocano están en la literatura española. Todos reconocen en su manera la
influencia de Quintana, en su espíritu la de Espronceda. Chocano se reclama de
Byron y de Hugo. Pero las influencias más directas que se constatan en su arte
son siempre las de poetas de idioma español. Su egotismo romántico es el de
Díaz Mirón, de quien tiene también el acento arrogante y soberbio. Y el
modernismo y el decadentismo que llegan hasta las puertas de su romanticismo
son los de Rubén Darío. Estos rasgos deciden y señalan demasiado netamente, la
verdadera filiación artística de Chocano quien, a pesar de las sucesivas ondas
de modernidad que han visitado su arte sin modificarlo absolutamente en su
esencia, ha conservado en su obra la entonación y el temperamento de un
supérstite del romanticismo español y de su grandilocuencia. Su filiación
espiritual coincide, por otra parte, con su filiación artística. El
"cantor de América autóctona y salvaje" es de la estirpe de los
conquistadores. Lo siente y lo dice él mismo en su poesía, que si no carece de
admiración literaria y retórica a los inkas, desborda de amor a los héroes de
la Conquista y a los magnates del Virreinato. Chocano no pertenece a la
plutocracia capitalina. Este hecho lo diferencia de los literatos
específicamente colonialistas. No consiente, por ejemplo, identificarlo con
Riva Agüero. En su espíritu se reconoce al descendiente de la Conquista más
bien que al descendiente del Virreinato (Y Conquista y Virreinato social y
económicamente constituyen dos fases de un mismo fenómeno, pero espiritualmente
no tienen idéntica categoría. La Conquista fue una aventura heroica; el
Virreinato fue una empresa burocrática. Los conquistadores eran, como diría
Blaise Cendrars, de la fuerte raza de los aventureros; los virreyes y los
oidores eran blandos hidalgos y mediocres bachilleres). Las primeras peripecias
de la poesía de Chocano son de carácter romántico. No en balde el cantor de
Iras Santas se presenta como un discípulo de Espronceda. No en balde se siente
en él algo de romanticismo byroniano. La actitud de Chocano es, en su juventud,
una actitud de protesta. Esta protesta tiene a veces un acento anárquico. Tiene
otras veces un tinte de protesta social. Pero carece de concreción. Se agota en
una delirante y bizarra ofensiva verbal contra el gobierno militar de la época.
No consigue ser más que un gesto literario. Chocano aparece luego,
políticamente enrolado en el pierolismo. Su revolucionarismo se conforma con la
revolución del 95 que liquida un régimen militar para restaurar, bajo la
gerencia provisoria de don Nicolás de Piérola, el régimen civilista. Más tarde,
Chocano se deja incorporar en la clientela intelectual de la plutocracia. No se
aleja de Piérola y su pseudo-democracia para acercarse a González Prada sino
para saludar en Javier Prado y Ugarteche al pensador de su generación. La
trayectoria política de un literato no es también su trayectoria artística.
Pero sí es, casi siempre, su trayectoria espiritual. La literatura, de otro
lado, está como sabemos íntimamente permeada de política, aun en los casos en
que parece más lejana y más extraña a su influencia. Y lo que queremos
averiguar, por el momento, no es estrictamente la categoría artística de
Chocano sino su filiación espiritual, su posición ideológica. Una y otra no
están nítidamente expresadas por su poesía. Tenemos, por consiguiente, que
buscarlas en su prosa, la cual, además de haber sido más explícita que su
poesía, no ha sido esencialmente contradicha ni atenuada por ella. La poesía de
Chocano nos coloca, primero, ante un caso de individualismo exasperado y
egoísta, asaz frecuente y casi característico en la falange romántica. Este
individualismo es todo el anarquismo de Chocano. Y en los últimos años, el
poeta, lo reduce y lo limita. No renuncia absolutamente a su egotismo sensual;
pero sí renuncia a una buena parte de su individualismo filosófico. El culto
del Yo se ha asociado al culto de la Jerarquía. El poeta se llama
individualista, pero no se llama liberal. Su individualismo deviene un
"individualismo jerárquico". Es un individualismo que no ama la
libertad. Que la desdeña casi. En cambio, la jerarquía que respeta no es la
jerarquía eterna que crea el Espíritu; es la jerarquía precaria que imponen, en
la mudable perspectiva de lo presente, la fuerza, la tradición y el dinero. Del
mismo modo doma el poeta los primitivos arranques de su espíritu. Su arte, en
su plenitud, acusa -por su exaltado aunque retórico amor a la Naturaleza- un
panteísmo un poco pagano. Roma es, ideológicamente, la ciudadela histórica de
la reacción. Los que peregrinan por sus colinas y sus basílicas en busca del
evangelio cristiano regresan desilusionados; pero los que se contentan con
encontrar, en su lugar, el fascismo y la Iglesia -la autoridad y la jerarquía
en el sentido romano-, arriban a su meta y hallan su verdad. De estos últimos
peregrinos es el poeta de Alma América. Él, que nunca ha sido cristiano, se
confiesa finalmente católico. Romántico fatigado, hereje converso, se refugia
en el sólido aprisco de la tradición y del orden, de donde creyó un día partir
para siempre a la conquista del futuro.
IX. RIVA AGÜERO
Y SU INFLUENCIA. LA GENERACIÓN "FUTURISTA"
La generación "futurista" -como
paradójicamente se le apoda-, señala un momento de restauración colonialista y
civilista en el pensamiento y la literatura del Perú. La autoridad sentimental
e ideológica de los herederos de la Colonia se encontraba comprometida y
socavada por quince años de predicación radical. Después de un período de
caudillaje militar análogo al que siguió a la revolución de la independencia,
la clase latifundista había restablecido su dominio político pero no había
restablecido igualmente su dominio intelectual. El radicalismo, alimentado por
la reacción moral de la derrota -de la cual el pueblo sentía responsable a la
plutocracia-, había encontrado un ambiente favorable a la propagación de su
verbo revolucionario. Su propaganda había rebelado, sobre todo, a las
provincias. Una marejada de ideas avanzadas había pasado por la República. La
antigua guardia intelectual del civilismo, envejecida y debilitada, no podía
reaccionar eficazmente contra la generación radical. Y es que Prado y García
Calderón representan la misma restauración. Su ideología tiene los mismos
rasgos esenciales. Se reduce en el fondo, a un positivismo conservador. Un
fraseario más o menos idealista y progresista disimula el ideario tradicional.
Como ya lo he observado, Riva Agüero, Prado y García Calderón coinciden en el
acatamiento a Taine. Riva Agüero para esclarecernos más su filiación, nos
descubre en su varias veces citada tesis -que es incontestablemente el primer
manifiesto político y literario de la generación "futurista"- su
adhesión a Brunetiére. La revisión de valores de la literatura con que debutó
Riva Agüero en la política, corresponde absolutamente a los fines de una
restauración. Idealiza y glorifica la Colonia, buscando en ella las raíces de
la nacionalidad. Superestima la literatura colonialista exaltando enfáticamente
a sus mediocres cultores. Trata desdeñosamente el romanticismo de Mariano
Melgar. El pensamiento de Riva Agüero a este respecto es inequívoco. El Perú,
según él, desciende de la Conquista. Su infancia es la Colonia. La literatura
peruana deviene desde este momento acentuadamente colonialista. Se inicia un
fenómeno que no ha terminado todavía y que Luis Alberto Sánchez designa con el
nombre de "perricholismo". En este fenómeno -en sus orígenes, no en
sus consecuencias- se combinan y se identifican dos sentimientos: limeñismo y
pasadismo. Lo que, en política, se traduce así: centralismo y conservantismo.
Porque el pasadismo de la generación de Riva Agüero no constituye un gesto
romántico de inspiración meramente literaria. Esta generación es
tradicionalista pero no romántica. Su literatura, más o menos teñida de
"modernismo", se presenta por el contrario como una reacción contra
la literatura del romanticismo. El romanticismo condena radicalmente el
presente en el nombre del pasado o del futuro. Riva Agüero y sus
contemporáneos, en cambio, aceptan el presente, aunque para gobernarlo y
dirigirlo invoquen y evoquen el pasado. Se caracterizan, espiritual e
ideológicamente, por un conservantismo positivista, por un tradicionalismo
oportunista. Su pasadismo, por eso, está menos localizado en el tiempo que el
del núcleo de su generación. Es un pasadismo integral. Enamorado del
Virreinato, Gálvez no se siente, sin embargo, acaparado exclusivamente por el
culto de esta época. Para él "todo tiempo pasado fue mejor". Puede
observarse que, en cambio, su pasadismo está más localizado en el espacio. El
tema de sus evocaciones es casi siempre limeño. Pero también esto me parece en
Gálvez un rasgo romántico. Gálvez, de otro lado, se aparta a veces del credo de
Riva Agüero. Sus opiniones sobre la posibilidad de una literatura genuinamente
nacional son heterodoxas dentro del fenómeno "futurista". Acerca del
americanismo en la literatura, Gálvez, aunque sea con no pocas reservas y
concesiones, se declara de acuerdo con la tesis del líder de su generación y su
partido. No lo convence la aserción de que es imposible revivir poéticamente
las antiguas civilizaciones americanas. "Por mucho que sean civilizaciones
desaparecidas y por honda que haya sido la influencia española -escribe-, ni el
material mismo se ha extinguido, ni tan puros hispanos somos los que más lo
fuéramos, que no sintamos vinculaciones con aquella raza, cuya tradición áurea
bien merece un recuerdo y cuyas ruinas imponentes y misteriosas nos subyugan y
nos impresionan. Precisamente porque andamos tan mezclados y son tan
encontradas nuestras raíces históricas, por lo mismo que nuestra cultura no es
tan honda como parece, el material literario de aquellas épocas definitivamente
muertas es enorme para nosotros, sin que esto signifique que lo consideremos
primordial y porque alguna levadura debe haber en nuestras almas de la
gestación del imperio incaico y de las luchas de las dos razas, la indígena y
la española, cuando aún nos encoge el alma y nos sacude con emoción extraña y
dolorida la música temblorosa del yaraví. Además, nuestra historia no puede
partir sólo de la Conquista y por vago que fuese el legado síquico que hayamos
recibido de los indios, siempre algo tenemos de aquella raza vencida, que en
viviente ruina anda preterida y maltratada en nuestras serranías, constituyendo
un grave problema social, que si palpita dolorosamente en nuestra vida, ¿por
qué no puede tener un lugar en nuestra literatura que ha sido tan fecunda en
sensaciones históricas de otras razas que realmente nos son extranjeras y
peregrinas?" (27). No acierta Gálvez, sin embargo, en la definición de una
literatura nacional. "Es cuestión de volver el alma -dice- a las rumorosas
palpitaciones de lo que nos rodea". Mas, a renglón seguido, reduce sus
elementos a "la historia, la tradición y la naturaleza". El pasadista
reaparece aquí íntegramente. Una literatura genuinamente nacionalista, en su
concepto, debe nutrirse sobre todo de la historia, la leyenda, la tradición,
esto es del pasado.
X. COLÓNIDA Y BALDELOMAR
"Colónida" representó una
insurrección -decir una revolución sería exagerar su importancia- contra el
academicismo y sus oligarquías, su énfasis retórico, su gusto conservador, su
galantería dieciochesca y su melancolía mediocre y ojerosa. Los colónidas
virtualmente reclamaron sinceridad y naturalismo. Su movimiento, demasiado
heteróclito y anárquico, no pudo condensarse en una tendencia ni concretarse en
una fórmula. Agotó su energía en su grito iconoclasta y su orgasmo esnobista.
Una efímera revista de Valdelomar dio su nombre a este movimiento. Porque
"Colónida" no fue un grupo, no fue un cenáculo, no fue una escuela,
sino un movimiento, una actitud, un estado de ánimo. Varios escritores hicieron
"colonidismo" sin pertenecer a la capilla de Valdelomar. El
"colonidismo" careció de contornos definidos. Fugaz meteoro
literario, no pretendió nunca cuajarse en una forma. No impuso a sus adherentes
un verdadero rumbo estético. El "colonidismo" no constituía una idea
ni un método. Constituía un sentimiento ególatra, individualista, vagamente
iconoclasta, imprecisamente renovador. "Colónida" no era siquiera un
haz de temperamentos afines; no era al menos propiamente una generación. En sus
rangos, con Valdelomar, More, Gibson, etc., militábamos algunos escritores
adolescentes, novísimos, principiantes. Los "colónidos" no coincidían
sino en la revuelta contra todo academicismo. Insurgían contra los valores, las
reputaciones y los temperamentos académicos. Su nexo era una protesta; no una
afirmación. Conservaron sin embargo, mientras convivieron en el mismo
movimiento, algunos rasgos espirituales comunes. Tendieron a un gusto
decadente, elitista, aristocrático, algo mórbido. Valdelomar, trajo de Europa
gérmenes de d'annunzianismo que se propagaron en nuestro ambiente voluptuoso,
retórico y meridional. La bizarría, la agresividad, la injusticia y hasta la
extravagancia de los "colónidos" fueron útiles. Cumplieron una
función renovadora. Sacudieron la literatura nacional. La denunciaron como una
vulgar rapsodia de la más mediocre literatura española. Le propusieron nuevos y
mejores modelos, nuevas y mejores rutas. Atacaron a sus fetiches, a sus iconos.
Iniciaron lo que algunos escritores calificarían como "una revisión de
nuestros valores literarios". "Colónida" fue una fuerza
negativa, disolvente, beligerante. Un gesto espiritual de varios literatos que
se oponían al acaparamiento de la fama nacional por un arte anticuado, oficial
y pompier. De otro lado, los "colónidos" no se comportaron siempre
con injusticia. Simpatizaron con todas las figuras heréticas, heterodoxas,
solitarias de nuestra literatura. Loaron y rodearon a González Prada. En el
"colonidismo" se advierte algunas huellas de influencia del autor de
Páginas Libres y Exóticas. Se observa también que los "colónidos"
tomaron de González Prada lo que menos les hacía falta. Amaron lo que en
González Prada había de aristócrata, de parnasiano, de individualista;
ignoraron lo que en González Prada había de agitador, de revolucionario. More
definía a González Prada como "un griego nacido en un país de
zambos". "Colónida", además, valorizó a Eguren, desdeñado y
desestimado por el gusto mediocre de la crítica y del público de entonces. El
fenómeno "colónida" fue breve. Después de algunas escaramuzas
polé-micas, el "colonidismo" tramontó definitivamente. Cada uno de
los "colónidos" siguió su propia trayectoria personal. El movimiento
quedó liquidado. Nada importa que perduren algunos de sus ecos y que se agiten,
en el fondo de más de un temperamento joven, algunos de sus sedimentos. El
"colonidismo", como actitud espiritual, no es de nuestro tiempo. La
apetencia de renovación que generó el movimiento "colónida" no podía
satisfacerse con un poco de decadentismo y otro poco de exotismo.
"Colónida" no se disolvió explícita ni sensiblemente porque jamás fue
una facción, sino una postura interina, un ademán provisorio. El
"colonidismo" negó e ignoró la política. Su elitismo, su individualismo,
lo alejaban de las muchedumbres, lo aislaban de sus emociones. Los
"colónidos" no tenían orientación ni sensibilidad políticas. La
política les parecía una función burguesa, burocrática, prosaica. La revista
Colónida era escrita para el Palais Concert y el jirón de la Unión. Federico
More tenía afición orgánica a la conspiración y al panfleto; pero sus
concepciones políticas eran antidemocráticas, antisociales, reaccionarias. More
soñaba con una aristarquía, casi con una artecracia. Desconocía y despreciaba
la realidad social. Detestaba el vulgo y el tumulto. Pero terminado el
experimento "colónida", los escritores que en él intervinieron, sobre
todo los más jóvenes, empezaron a interesarse por las nuevas corrientes
políticas. Hay que buscar las raíces de esta conversión en el prestigio de la
literatura política de Unamuno, de Araquistáin, de Alomar y de otros escritores
de la revista España; en los efectos de la predicación de Wilson, elocuente y
universitaria, propugnando una nueva libertad; y en la sugestión de la
mentalidad de Víctor M. Maúrtua cuya influencia en el orientamiento socialista
de varios de nuestros intelectuales casi nadie conoce. Esta nueva actitud
espiritual fue marcada también por una revista, más efímera aún que Colónida:
Nuestra Época. En Nuestra Época, destinada a las muchedumbres y no al Palais
Concert, escribieron Félix del Valle, César Falcón, César Ugarte, Valdelomar,
Percy Gibson, César A. Rodríguez, César Vallejo y yo. Este era ya, hasta
estructuralmente, un conglomerado distinto del de Colónida. Valdelomar decía en
broma casi todas las cosas que el público tomaba en serio. Las decía pour
épater les bourgeois. Si los burgueses se hubiesen reído con él de sus
"poses" megalomaníacas, Valdelomar no hubiese insistido tanto en su
uso. Valdelomar impregnó su obra de un humorismo elegante, alado, ático, nuevo
hasta entonces entre nosotros. Sus artículos de periódicos, sus "diálogos
máximos", solían estar llenos del más gentil donaire. Esta prosa habría
podido ser más cincelada, más elegante, más duradera; pero Valdelomar no tenía
casi tiempo para pulirla. Era una prosa improvisada y periodística (29). Ningún
humorismo menos acerbo, menos amargo, menos acre, menos maligno que el de
Valdelomar. Valdelomar caricaturizaba a los hombres, pero los caricaturizaba
piadosamente. Miraba las cosas con una sonrisa bondadosa. Evaristo, el empleado
de la botica aldeana, hermano gemelo de un sauce hepático y desdichado, es una
de esas caricaturas melancólicas que a Valdelomar le agradaba trazar. En el
acento de esta novela de sabor pirandelliano se siente la ternura de Valdelomar
por su desventurado, pálido y canijo personaje. Valdelomar parece caer a veces
en la desesperanza y en el pesimismo. Pero estos son desmayos pasajeros,
depresiones precarias de su ánimo. Era Valdelomar demasiado panteísta y sensual
para ser pesimista. Creía con D'Annunzio que "la vida es bella y digna de
ser magníficamente vivida". En sus cuentos y paisajes aldeanos se reconoce
este rasgo de su espíritu. Valdelomar buscó perennemente la felicidad y el
placer. Pocas veces logró gozarlos; pero estas pocas veces supo poseerlos
plena, absoluta, exaltadamente. En su "Confiteor" -que es tal vez la
más noble, la más pura, la más bella poesía erótica de nuestra literatura-,
Valdelomar toca el más alto grado de exaltación dionisíaca. Transido de emoción
erótica, el poeta piensa que la naturaleza, el Universo, no pueden ser extraños
ni indiferentes a su amor. Su amor no es egoísta: necesita sentirse rodeado por
una alegría cósmica. He aquí esta nota suprema de”confiteor”.
Ml AMOR ANIMARÁ EL MUNDO
¿Qué haré el día en
que sus ojos tengan para mí una mirada de amor?
Mi alma llenará el mundo de alegría, la
Naturaleza
vibrará con el temblor de mi corazón, todos
serán felices: el cielo, el mar, los árboles, el paisaje... Mi pasión pondrá en
el universo,
ahora triste, las
alegres notas
de una divina
coloración; cantarán las aves, las copas
de los árboles entonarán una balada;
hasta el panteón llegará la alegría de mi alma
y los muertos
sentirán el soplo fresco de mi amor. ¿ES
POSIBLE SUFRIR?
¿Quién dice que la vida es triste?
¿Quién habla de dolor?
¿Quién se queja?...
¿Quién sufre?... ¿Quién llora?
"Confiteor"
es la ingenua confidencia lírica de un enamorado exultante de amor y de
felicidad. Delante de la amada, el poeta "tiembla como un junco
débil". Y con la cándida convicción de los enamorados, dice que no todos
pueden comprender su pasión. La imagen de su amada, es una imagen prerrafaelista,
presentida sólo por los que han "contemplado el lienzo de Burne Jones
donde está el ángel de la Anunciación". En el amor, ninguno de nuestros
poetas había llegado antes a este lirismo absoluto. Su obra es esencialmente
fragmentaria y escisípara. La existencia y el trabajo del artista se resentían
de indisciplina y exuberancia criollas. Valdelomar reunía, elevadas a su máxima
potencia, las cualidades y los defectos del mestizo costeño. Era un
temperamento excesivo, que del más exasperado orgasmo creador caía en el más
asiático y fatalista renunciamiento de todo deseo. Simultáneamente ocupaban su
imaginación un ensayo estético, una divagación humorística, una tragedia
pastoril (Verdolaga), una vida romancesca (La Mariscala). Pero poseía el don
del creador. Los gallinazos del Martinete, la Plaza del Mercado, las riñas de
gallos, cualquier tema podía poner en marcha su imaginación, con fructuosa
cosecha artística. De muchas cosas, Valdelomar es descubridor. A él se le
reveló, primero que a nadie en nuestras letras, la trágica belleza agonal de
]as corridas de toros. En tiempos en que este asunto estaba reservado aún a la
prosa pedestre de los iniciados en la tauromaquia, escribió su Belmonte, el
trágico. La "greguería" empieza con Valdelomar en nuestra literatura.
Me consta que los primeros libros de Gómez de la Serna que arribaron a Lima,
gustaron sobremanera a Valdelomar. El gusto atomístico de la
"greguería" era, además, innato en él, aficionado a la pesquisa
original y a la búsqueda microcósmica. Pero, en cambio, Valdelomar no
sospechaba aún en Gómez de la Serna al descubridor del Alba. Su retina de
criollo impresionista era experta en gozar voluptuosamente, desde la ribera
dorada, los colores ambiguos del crepúsculo. Impresionismo: esta es, dentro de su
variedad espacial, la filiación más precisa de su arte.
XI. NUESTROS
"INDEPENDIENTES"
Al margen de los
movimientos, de las tendencias, de los cenáculos y hasta de las propias
generaciones, no han faltado en el proceso de nuestra literatura casos más o menos
independientes y solitarios de vocación literaria. Pero en el proceso de una
literatura se borra lentamente el recuerdo del escritor y del artista que no
dejan descendencia. El escritor, el artista, pueden trabajar fuera de todo
grupo, de toda escuela, de todo movimiento. Mas su obra entonces no puede
salvarlo del olvido si no es en sí misma un mensaje a la posteridad. No
sobrevive sino el precursor, el anticipador, el suscitador. Por esto, las
individualidades me interesan, sobre todo, por su influencia. Tenemos el caso
de José María Eguren, que representa en nuestra historia literaria la poesía
"pura", antes que la poesía simbolista. El caso de Eguren, empero,
por su excepcional ascendiente, no se mantiene extraño al juego de las
tendencias. Constituye un valor surgido aparte de una generación, pero que
deviene luego un valor polémico en el diálogo de dos generaciones en contraste.
Desconocido, desdeñado por la generación "futurista" que aclama como
su poeta a Gálvez, Eguren es descubierto y adoptado por el movimiento
"colónida". La revelación de Eguren empieza en la revista
Contemporáneos, sobre la que debo decir algunas palabras. Contemporáneos marca
incontestablemente una fecha en nuestra historia literaria. Fundada por Enrique
Bustamante y Ballivián y Julio Alfonso Hernández, esta revista aparece como el
órgano de un grupo de "independientes" que sienten la necesidad de
afirmar su autonomía del cenáculo "colonialista". De la generación de
Riva Agüero, estos "independientes" repudian más la estética que el
espíritu. Contemporáneos se presenta, ante todo, como la avanzada del
modernismo en el Perú. Su programa es exclusivamente literario. Hasta como
simple revista de renovación literaria, le faltan agresividad, exaltación,
beligerancia. Tiene la ponderación parnasiana de Enrique Bustamante y
Ballivián, su director. Mas sus actitudes poseen de todos modos un sentido de
protesta. Los "independientes" de Contemporáneos bus-can la amistad
de González Prada. Este gesto afirma por sí solo una "secesión". El
poeta de Exóticas, el prosador de Páginas Libres, que entonces no colaboraba
sino en algún acre y pobre periódico anarquista, reaparece en 1909 ante el
público de las revistas literarias, en compañía de unos independientes que
estimaban en él al parnasiano, al aristócrata, más que al acusador, más que al
rebelde. Pero no importa. Este hecho anuncia ya una reacción. La revista
Contemporáneos, desaparecida después de unos cuantos números, intenta renacer
en una revista más voluminosa, Cultura. Bustamante y Ballivián se asocia para
esta tentativa a Valdelomar. Pero antes del primer número, los codirectores
riñen. Cultura sale sin Valdelomar. El primer y único número da la impresión de
una revista más ecléctica, menos representativa que Contemporáneos. El fracaso
de este experimento prepara a Colónida. Pero estos y otros intentos revelan que
si la generación de Riva Agüero no pudo desdoblarse y dividirse en dos bandos,
en dos grupos antagónicos y definidos, no constituyó tampoco una generación
uniforme y unánime. En ninguna generación se presentan esta uniformidad, esta
unanimidad. La de Riva Agüero tuvo sus "independientes", tuvo sus
heterodoxos. Espiritual e ideológicamente, el de más personalidad y
significación fue sin duda Pedro S. Zulen. A Zulen no le disgustaban únicamente
el academicismo y la retórica de los "futuristas"; le disgustaba
profundamente el espíritu conservador y tradicionalista. Frente a una
generación "colonialista", Zulen se declaró
"pro-indigenista". Los demás "independientes" -Enrique
Bustamante y Ballivián, Alberto J. Ureta, etc.- se contentaron con una
implícita secesión literaria.
XII. EGUREN:
José María Eguren representa en nuestra
historia literaria la poesía pura. Este concepto no tiene ninguna afinidad con
la tesis del Abate Brémond. Quiero simplemente expresar que la poesía de Eguren
se distingue de la mayor parte de la poesía peruana en que no pretende ser
historia, ni filosofía ni apologética sino exclusiva y solamente poesía. Los
poetas de la República no heredaron de los poetas de la Colonia la afición a la
poesía teológica -mal llamada religiosa o mística- pero sí heredaron la afición
a la poesía cortesana y ditirámbica. El parnaso peruano se engrosó bajo la
República con nuevas odas, magras unas, hinchadas otras. Los poetas pedían un
punto de apoyo para mover el mundo, pero este punto de apoyo era siempre un
evento, un personaje. La poesía se presentaba, por consiguiente, subordinada a
la cronología. Odas a los héroes o hechos de América cuando no a los reyes de
España, constituían los más altos monumentos de esta poesía de efemérides o de
ceremonia que no encerraba la emoción de una época o de una gesta sino apenas
de una fecha. La poesía satírica estaba también, por razón de su oficio,
demasiado encadenada al evento, a la crónica. En otros casos, los poetas
cultivaban el poema filosófico que generalmente no es poesía ni es filosofía.
La poesía degeneraba en un ejercicio de declamación metafísica. El arte de
Eguren es la reacción contra este arte gárrulo y retórico, casi íntegramente
compuesto de elementos temporales y contingentes. Eguren se comporta siempre
como un poeta puro. No escribe un solo verso de ocasión, un solo canto sobre
medida. No se preocupa del gusto del público ni de la crítica. No canta a
España, ni a Alfonso XIII, ni a Santa Rosa de Lima. No recita siquiera sus
versos en veladas ni fiestas. Es un poeta que en sus versos dice a los hombres
únicamente su mensaje divino. ¿Cómo salva este poeta su personalidad? ¿Cómo
encuentra y afina en esta turbia atmósfera literaria sus medios de expresión?
Enrique Bustamante y Ballivián que lo conoce íntimamente nos ha dado un
interesante esquema de su formación artística: "Dos han sido los más
importantes factores en la formación del poeta dotado de riquísimo
temperamento: las impresiones campestres recibidas en su infancia en
Chuquitanta, hacienda de su familia en las inmediaciones de Lima, y las
lecturas que desde su niñez le hiciera de los clásicos españoles su hermano Jorge.
Ello seguramente ha de tener origen (aunque discrepemos de la opinión del
crítico) en que los primeros versos del poeta fueron escritos para sus sobrinas
y que son cuadros de la infancia en que ellas figuran" Encuentro excesivo
o, más bien, impreciso, calificar a Eguren de poeta de la infancia. Pero me
parece evidente su calidad esencial de poeta de espíritu y sensibilidad
infantiles. Toda su poesía es una versión encantada y alucinada de la vida. Su
simbolismo viene, ante todo, de sus impresiones de niño. No depende de
influencias ni de sugestiones literarias. Tiene sus raíces en la propia alma
del poeta. La poesía de Eguren es la prolongación de su infancia. Eguren
conserva íntegramente en sus versos la ingenuidad y la réverie del niño. Por
eso su poesía es una visión tan virginal de las cosas. En sus ojos deslumbrados
de infante, está la explicación total del milagro. Este rasgo del arte de
Eguren no aparece sólo en las que específicamente pueden ser clasificadas como
poesías de tema infantil. Eguren expresa siempre las cosas y la Naturaleza con
imágenes que es fácil identificar y reconocer como escapadas de su
subconsciencia de niño. La plástica imagen de un "rey colorado de barba de
acero" -una de las notas preciosas de "Eroe" poesía de música
rubendariana- no puede ser encontrada sino por la imaginación de un infante.
"Los reyes rojos", una de las más bellas creaciones del simbolismo de
Eguren, acusa análogo origen en su bizarra composición de calcomanía:
Desde
la aurora combaten dos reyes rojos,
con
lanza de oro. Por verde bosque y en los purpurinos
cerros vibra su ceño. Falcones reyes batallan
en lejanías de oro azulinas
.
Por la luz cadmio, airadas se ven pequeñas
sus formas negras. Viene la noche y firmes
combaten foscos los reyes rojos.
Nace también de este encantamiento del alma de
Eguren su gusto por lo maravilloso y lo fabuloso. Su mundo es el mundo
indescifrable y aladinesco de "la niña de la lámpara azul". Con
Eguren aparece por primera vez en nuestra literatura la poesía de lo maravilloso.
Uno de los elementos y de las características de esta poesía es el exotismo.
Simbólicas tiene un fondo de mitología escandinava y de medioevo germano. Los
mitos helenos no asoman nunca en el paisaje wagneriano y grotesco de sus cromos
sintetistas.Se pretende que en Eguren hay trazas especiales de la influencia de
Rimbaud. Mas el gran Rimbaud era, temperamentalmente, la antítesis de Eguren.
Nietzscheano, agónico, Rimbaud habría exclamado con el Guillén de Deucalión:
"Yo he de ayudar al Diablo a conquistar el cielo". André Rouveyre lo
declara "el prototipo del sarcasmo demoníaco y del blasfemo
despreciante". Mílite de la Comuna, Rimbaud tenía una psicología de
aventurero y de revolucionario. "Hay que ser absolutamente moderno",
repetía. Y para serlo dejó a los veintidós años la literatura y París. A ser
poeta en París prefirió ser pioneer en África. Su vitalidad excesiva no se
resignaba a una bohemia citadina y decadente, más o menos verleniana. Rimbaud,
en una palabra, era un ángel rebelde. Eguren, en cambio, se nos muestra siempre
exento de satanismo. Sus tormentas, sus pesadillas son encantada e
infantilmente feéricas. Eguren encuentra pocas veces su acento y su alma tan
cristalinamente como en "Los Ángeles Tranquilos":
Pasó
el vendaval; ahora con perlas y berilos
,
cantan la soledad aurora los ángeles tranquilos.
Modulan canciones santas en dulces bandolines;
viendo
caídas las hojosas plantas de campos y jardines.
Mientras
el sol en la neblina vibra sus oropeles
besan la muerte blanquecina en los Saharas
crueles.
Se
alejan de madrugada
con
perlas y berilos
y
con la luz del cielo en la mirada
los
ángeles tranquilos.
El poeta de
Simbólicas y de La Canción de las Figuras representa, en nuestra poesía, el
simbolismo; pero no un simbolismo. Y mucho menos una escuela simbolista. Que
nadie le regatee originalidad. No es lícito regatearla a quien ha escrito
versos tan absoluta y rigurosamente originales como los de "El
Duque":
Hoy
se casa el duque Nuez;
viene
el chantre, viene el juez
y
con pendones escarlata
florida
cabalgata;
a
la una, a las dos, a las diez;
que
se casa el Duque primor
con
la hija de Clavo de Olor.
Allí
están, con pieles de bisonte,
los
caballos de Lobo del Monte,
y
con ceño triunfante,
Galo
cetrino, Rodolfo Montante.
Y
en la capilla está la bella,
mas
no ha venido el Duque tras ella;
los
magnates postradores,
aduladores
al
suelo el penacho inclinan;
los
corvados, los bisiestos
dan
sus gestos, sus gestos, sus gestos;
y
la turba melenuda
estornuda,
estornuda, estornuda.
Y
a los pórticos y a los espacios
mira
la novia con ardor...
son
sus ojos dos topacios
de
brillor.
Y
hacen fieros ademanes,
nobles
rojos como alacranes;
concentrando
sus resuellos
grita
el más hercúleo de ellos:
¿Quién
al gran Duque entretiene?
¡ya
el gran cortejo se irrita! ...
Pero
el Duque no viene;...
se
lo ha comido Paquita.
Rubén Darío creía
pensar en francés más bien que en castellano. Probablemente no se engañaba. El
decadentismo, el preciosismo, el bizantinismo de su arte son los del París
finisecular y verleniano del cual el poeta se sintió huésped y amante. Su
barca, "provenía del divino astillero del divino Watteau". Y el
galicismo de su espíritu engendraba el galicismo de su lenguaje. Eguren no
presenta el uno ni el otro. Ni siquiera su estilo se resiente de afrancesamiento
(3l). Su forma es española; no es francesa.Pero Hidalgo, por su espíritu, está,
sin quererlo y sin saberlo, en la última estación romántica. En muchos versos
suyos, encontramos la confesión de su individualismo absoluto. De todas las
tendencias literarias contemporáneas, el unanimismo es, evidentemente, la más
extraña y ausente de su poesía. Cuando logra su más alto acento de lírico puro,
se evade a veces de su egocentrismo. Así, por ejemplo, cuando dice: "Soy
apretón de manos a todo lo que vive. / Poseo plena la vecindad del mundo".
Mas con estos versos empieza su poema "Envergadura del Anarquista"
que es la más sincera y lírica efusión de su individualismo. Y desde el segundo
verso, la idea de "vecindad del mundo" acusa el sentimiento de secesión
y de soledad. El poema a Lenin es una creación lírica (Hidalgo se engaña sólo
en cuanto se supone ajeno a la emoción histórica). Este poema, que ha salvado
íntegramente todos los riesgos profesionales, es a la vez de una gran pureza
poética. Lo trascribiría entero, si estos versos no bastasen.
XIII. ALBERTO HIDALGO:
Alberto Hidalgo
significó en nuestra literatura, de 1917 al 18, la exasperación y la
terminación del experimento "colónida". Hidalgo llevó la megalomanía,
la egolatría, la beligerancia del gesto "colónida" a sus más extremas
consecuencias. Los bacilos de esta fiebre, sin la cual no habría sido posible
tal vez elevar la temperatura de nuestras letras, alcanzaron en el Hidalgo,
todavía provinciano, de Panoplia Lírica, su máximo grado de virulencia.
Valdelomar estaba ya de regreso de su aventuroso viaje por los dominios
d'annunzianos, en el cual -acaso porque en D'Annunzio junto a Venecia bizantina
están el Abruzzo rústico y la playa adriática- , descubrió la costa de la
criolledad y entrevió lejano el continente del inkaísmo. Valdelomar había
guardado, en sus actitudes más ególatras, su humorismo. Hidalgo, un poco tieso
aún dentro de su chaqué arequipeño, no tenía la misma agilidad para la sonrisa.
El gesto "colónida" en él era patético. Pero Hidalgo, en cambio, iba
a aportar a nuestra renovación literaria, quizá por su misma bronca virginidad
de provinciano, a quien la urbe no había aflojado, un gusto viril por la
mecánica, el maquinismo, el rascacielos, la veloci-dad, etc. Si con Valdelomar
incorporamos en nuestra sensibilidad, antes estragada por el espeso chocolate
escolástico, a D'Annunzio, con Hidalgo asimilamos a Marinetti, explosivo,
trepidante, camorrista. Hidalgo, panfletista y lapidario, continuaba, desde
otro punto de vista, la línea de González Prada y More. Era un personaje
excesivo para un público sedentario y reumático. La fuerza centrífuga y
secesionista que lo empuja, se lo llevó de aquí en un torbellino
El disparate -si
enjuiciamos la actualidad de Hidalgo por Descripción del Cielodesaparece casi
completamente de su poesía. Es más bien, uno de los elementos de su prosa; y
nunca es, en verdad, disparate absoluto. Carece de su incoherencia alucinada:
tiende, más bien, al disparate lógico, racional. La épica revolucionaria - que
anuncia un nuevo romanticismo indemne del individualismo del que terminano se
concilia con su temperamento ni con su vida, violentamente anárquicos. A su
individualismo exasperado, debe Hidalgo su dificultad para el cuento o la
novela. Cuando los intenta, se mueve dentro de un género que exige la
extraversión del artista. Los cuentos de Hidalgo son los de un artista
introvertido. Sus personajes aparecen esquemáticos, artificiales, mecánicos. Le
sobra a su creación, hasta cuando es más fantástica, la excesiva, intolerante y
tiránica presencia del artista, que se niega a dejar vivir a sus criaturas por
su propia cuenta, porque pone demasiado en todas ellas su individualidad y su
intención.
XIV. CÉSAR VALLEJO
El primer libro de
César Vallejo, Los Heraldos Negros, es el orto de una nueva poesía en el Perú.
No exagera, por fraterna exaltación, Antenor Orrego, cuando afirma que "a
partir de este sembrador se inicia una nueva época de la libertad, de la autonomía
poética, de la vernácula articulación verbal" (33). Vallejo es el poeta de
una estirpe, de una raza. En Valleio se encuentra, por primera vez en nuestra
literatura, sentimiento indígena virginalmente expresado. Melgar - signo
larvado, frustrado- en sus yaravíes es aún un prisionero de la técnica clásica,
un gregario de la retórica española. Vallejo, en cambio, logra en su poesía un
estilo nuevo. El sentimiento indígena tiene en sus versos una modulación
propia. Su canto es íntegramente suyo. Al poeta no le basta traer un mensaje
nuevo. Necesita traer una técnica y un lenguaje nuevos también. Su arte no
tolera el equívoco y artificial dualismo de la esencia y la forma. "La
derogación del viejo andamiaje retórico -remarca certeramente Orrego- no era un
capricho o arbitrariedad del poeta, era una necesidad vital. Cuando se comienza
a comprender la obra de Vallejo, se comienza a comprender también la necesidad
de una técnica renovada y distinta" (34). El sentimiento indígena es en
Melgar algo que se vislumbra sólo en el fondo de sus versos; en Vallejo es algo
que se ve aflorar plenamente al verso mismo cambiando su estructura. En Melgar
no es sino el acento; en Vallejo es el verbo. En Melgar, en fin, no es sino
queja erótica; en Vallejo es empresa metafísica. Vallejo es un creador
absoluto. Los Heraldos Negros podía haber sido su obra única. No por eso
Vallejo habría dejado de inaugurar en el proceso de nuestra literatura una
nueva época. En estos versos del pórtico de Los Heraldos Negros principia acaso
la poesía peruana (Peruana, en el sentido de indígena).
Hay
golpes en la vida, tan fuertes Yo no sé!
Golpes como del
odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo
lo sufrido
se empozara en el
alma Yo no sé!
Son pocos; pero son
...Abren zanjas oscuras
en el rostro más
fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los
potros de bárbaros atilas;
o los heraldos
negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas
hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe
adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes
sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en
la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre...Pobre
...pobre!Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el
hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos
locos, y todo lo vivido
se empoza, como
charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la
vida, tan fuertes ...Yo no sé!
Clasificado dentro
de la literatura mundial, este libro, Los Heraldos Negros, pertenece
parcialmente, por su título verbigracia, al ciclo simbolista. Pero el
simbolismo es de todos los tiempos. El simbolismo, de otro lado, se presta
mejor que ningún otro estilo a la interpretación del espíritu indígena. El
indio, por animista y por bucólico, tiende a expresarse en símbolos e imágenes
antropomórficas o campesinas. Vallejo además no es sino en parte simbolista. Se
encuentra en su poesía -sobre todo de la primera manera- elementos de
simbolismo, tal como se encuentra elementos de expresionismo, de dadaísmo y de
suprarrealismo. El valor sustantivo de Vallejo es el de creador. Su técnica
está en continua elaboración. El procedimiento, en su arte, corresponde a un
estado de ánimo. Cuando Vallejo en sus comienzos toma en préstamo, por ejemplo,
su método a Herrera y Reissig, lo adapta a su personal lirismo. Mas lo fundamental,
lo característico en su arte es la nota india. Hay en Vallejo un americanismo
genuino y esencial; no un americanismo descriptivo o localista. Vallejo no
recurre al folclore. La palabra quechua, el giro vernáculo no se injertan
artificiosamente en su lenguaje; son en él producto espontáneo, célula propia,
elemento orgánico. Se podría decir que Vallejo no elige sus vocablos. Su
autoctonismo no es deliberado. Vallejo no se hunde en la tradición, no se
interna en la historia, para extraer de su oscuro substratum perdidas
emociones. Su poesía y su lenguaje emanan de su carne y su ánima. Su mensaje
está en él. El sentimiento indígena obra en su arte quizá sin que él lo sepa ni
lo quiera. Uno de los rasgos más netos y claros del indigenismo de Vallejo me
parece su frecuente actitud de nostalgia. Valcárcel, a quien debemos tal vez la
más cabal interpretación del alma autóctona, dice que la tristeza del indio no
es sino nostalgia. Y bien, Vallejo es acendradamente nostálgico. Tiene la
ternura de la evocación. Pero la evocación en Vallejo es siempre subjetiva. No
se debe confundir su nostalgia concebida con tanta pureza lírica con la
nostalgia literaria de los pasadistas. Vallejo es nostalgioso, pero no
meramente retrospectivo. No añora el Imperio como el pasadismo perricholesco
añora el Virreinato. Su nostalgia es una protesta sentimental o una protesta
metafísica. Nostalgia de exilio; nostalgia de ausencia.
Qué estará haciendo
esta hora mi andina y dulce Rita
de junco y capulí;
ahora que me
asfixia Bizancio y que dormita
la sangre como
flojo cognac dentro de mí.
("Idilio
Muerto", Los Heraldos Negros)
Hermano, hoy estoy
en el poyo de la casa,
donde nos haces una
falta sin fondo!
Me acuerdo que
jugábamos esta hora, y que mamá
nos acariciaba:
"Pero hijos..."
("A mi hermano
Miguel", Los Heraldos Negros)
He almorzado solo
ahora, y no he tenido
madre, ni súplica,
ni sírvete, ni agua,
ni padre que en el
facundo ofertorio
de los choclos,
pregunte para su tardanza
de imagen, por los
broches mayores del sonido.
(XXVIII, Trilce)
Se acabó el
extraño, con quien, tarde
la noche,
regresabas parla y parla.
Ya no habrá quien
me aguarde,
dispuesto mi lugar,
bueno lo malo.
Se acabó la
calurosa tarde;
tu gran bahía y tu
clamor; la charla
con tu madre
acabada
que nos brindaba un
té lleno de tarde.
(XXXIV, Trilce)
Otras veces Vallejo
presiente o predice la nostalgia que vendrá:
Ausente! La mañana
en que a la playa
del mar de sombra y
del callado imperio,
como un pájaro
lúgubre me vaya,
será el blanco
panteón tu cautiverio.
("Ausente",
Los Heraldos Negros)
Verano, ya me voy.
Y me dan pena
las manitas sumisas
de tus tardes.
Llegas devotamente;
llegas viejo;
y ya no encontrarás
en mi alma a nadie.
("Verano",
Los Heraldos Negros)
Vallejo interpreta
a la raza en un instante en que todas sus nostalgias, punzadas por un dolor de
tres siglos, se exacerban. Pero -y en esto se identifica también un rasgo del
alma india-, sus recuerdos están llenos de esa dulzura de maíz tierno que
Vallejo gusta melancólicamente cuando nos habla del "facundo ofertorio de
los choclos". Vallejo tiene en su poesía el pesimismo del indio. Su
hesitación, su pregunta, su inquietud, se resuelven escépticamente en un
"¡para qué!" En este pesimismo se encuentra siempre un fondo de
piedad humana. No hay en él nada de satánico ni de morboso. Es el pesimismo de
un ánima que sufre y expía "la pena de los hombres" como dice Pierre
Hamp. Tiene una vaga trama de fatalismo oriental que lo aproxima, más bien, al
pesimismo cristiano y místico de los eslavos. Pero no se confunde nunca con esa
neurastenia angustiada que conduce al suicidio a los lunáticos personajes de
Andreiev y Arzibachev. Se podría decir que así como no es un concepto, tampoco
es una neurosis. Este pesimismo se presenta lleno de ternura y caridad. Y es
que no lo engendra un egocentrismo, un narcisismo, desencantados y exasperados,
como en casi todos los casos del ciclo romántico. Vallejo siente todo el dolor
humano. Su pena no es personal. Su alma "está triste hasta la muerte"
de la tristeza de todos los hombres. Y de la tristeza de Dios. Porque para el
poeta no sólo existe la pena de los hombres. En estos versos nos habla de la
pena de Dios:
Este arte señala el
nacimiento de una nueva sensibilidad. Es un arte nuevo, un arte rebelde, que
rompe con la tradición cortesana de una literatura de bufones y lacayos. Este
lenguaje es el de un poeta y un hombre. El gran poeta de Los Heraldos Negros y
de Trilce -ese gran poeta que ha pasado ignorado y desconocido por las calles
de Lima tan propicias y rendidas a los laureles de los juglares de feria- se
presenta, en su arte, como un precursor del nuevo espíritu, de la nueva
conciencia. Vallejo, en su poesía, es siempre un alma ávida de infinito,
sedienta de verdad. La creación en él es, al mismo tiempo, inefablemente dolorosa
y exultante. Este artista no aspira sino a expresarse pura e inocentemente. Se
despoja, por eso, de todo ornamento retórico, se desviste de toda vanidad
literaria.Asumo toda la responsabilidad de su estética. Hoy, y más que nunca
quizás, siento gravitar sobre mí, una hasta ahora desconocida obligación
sacratísima, de hombre y de artista: ¡la de ser libre! Si no he de ser hoy
libre, no lo seré jamás. Siento que gana el arco de mi frente su más imperativa
fuerza de heroicidad. Me doy en la forma más libre que puedo y ésta es mi mayor
cosecha artística. ¡Dios sabe hasta dónde es cierta y verdadera mi libertad!
¡Dios sabe cuánto he sufrido para que el ritmo no traspasara esa libertad y
cayera en libertinaje! ¡Dios sabe hasta qué bordes espeluznantes me he asomado,
colmado de miedo, temeroso de que todo se vaya a morir a fondo para que mi
pobre ánima viva!" Este es inconfundiblemente el acento de un verdadero
creador, de un auténtico artista. La confesión de su sufrimiento es la mejor
prueba de su grandeza.
XV. ALBERTO GUILLÉN
Alberto Guillén heredó de la generación
"colónida" el espíritu iconoclasta y ególatra. Extremó en su poesía
la exaltación paranoica del yo. Pero, a tono con el nuevo estado de ánimo que
maduraba ya, tuvo su poesía un acento viril. Extraño a los venenos de la urbe,
Guillén discurrió, con rústico y pánico sentimiento, por los caminos del agro y
la égloga. Enfermo de individualismo y nietzscheanismo, se sintió un
superhombre. En Guillén la poesía peruana renegaba, un poco desgarbada pero oportuna
y definitivamente, sus surtidores y sus fontanas. Pertenecen a este momento de
Guillén Belleza Humilde y Prometeo. Pero es en Deucalión donde el poeta
encuentra su equilibrio y realiza su personalidad. Clasifico Deucalión entre
los libros que más alta y puramente representan la lírica peruana de la primera
centuria. En Deucalión no hay un bardo que declama en un tinglado ni un
trovador que canta una serenata. Hay un hombre que sufre, que exulta, que
afirma, que duda y que niega. Un hombre henchido de pasión, de ansia, de
anhelo. Un hombre, sediento de verdad, que sabe que "nuestro destino es
hallar el camino que lleva al Paraíso". Deucalión es la canción de la
partida.
Hacia dónde?
¡No importa! La
Vida esconde
mundos en germen
que aún falta
descubrir:
Corazón, es hora de
partir
hacia los mundos
que duermen!
Este nuevo
caballero andante no vela sus armas en ninguna venta. No tiene rocín ni
escudero ni armadura. Camina desnudo y grave como el "Juan Bautista"
de Rodin.
Ayer salí desnudo
a retar al Destino
el orgullo de
escudo
y yelmo el de
Mambrino.
Pero la tensión de
la vigilia de espera ha sido demasiado dura para sus nervios jóvenes. Y, luego,
la primera aventura, como la de Don Quijote, ha sido desventurada y ridícula.
El poeta, además, nos revela su flaqueza desde esta jornada. No está bastante
loco para seguir la ruta de Don Quijote, insensible a las burlas del destino.
Lleva acurrucado en su propia alma al maligno Sancho con sus refranes y sus
sarcasmos. Su ilusión no es absoluta. Su locura no es cabal. Percibe el lado
grotesco, el flanco cómico de su andanza. Y, por consiguiente, fatigado,
vacilante, se detiene para interrogar a todas las esfinges y a todos los
enigmas.
¿Para qué te das
corazón,
para qué te das,
si no has de hallar
tu ilusión
jamás?
Pero la duda, que
roe el corazón del poeta, no puede aún prevalecer sobre su esperanza. El poema
tiene mucha sed de infinito. Su ilusión está herida; pero todavía logra ser
imperativa y perentoria. Este soneto resume entero el episodio:
A mitad del camino
pregunté, como
Dante:
¿sabes tú mi
destino,
mi ruta, caminante?
Como un eco un pollino
me respondió
hilarante,
pero el buen
peregrino
me señaló adelante;
luego se alzó en mí
mismo
una voz de heroísmo
que me dijo:
-¡Marchad!
Y yo arrojé mi duda
y, en mi mano,
desnuda,
llevo mi voluntad!
No es tan fuerte
siempre el caminante. El diablo lo tienta a cada paso. La duda, a pesar suyo,
empieza a filtrarse sagazmente en su conciencia, emponzoñándola y aflojándola.
Guillén conviene con el diablo en que "no sabemos si tiene razón Quijote o
Panza". Mina su voluntad una filosofía relativista y escéptica. Su gesto
se vuelve un poco inseguro y desconfiado. Entre la Nada y el Mito, su impulso
vital lo conduce al Mito. Pero Guillén conoce ya su relatividad. La duda es
estéril. La fe es fecunda. Sólo por esto Guillén se decide por el camino de la
fe. Su quijotismo ha perdido su candor y su pureza. Se ha tornado pragmatista.
"Piensa que te conviene / no perder la esperanza". Esperar, creer, es
una cuestión de conveniencia y de comodidad. Nada importa que luego esta
intuición se precise en términos más nobles: "Y, mejor, no razones, más
valen ilusiones que la razón más fuerte". Pero todavía el poeta recupera,
de rato en rato, su divina locura. Todavía está encendida su alucinación.
Todavía es capaz de expresarse con una pasión sobrehumana:
Igual que el viejo
Pablo
fue postrado en el
suelo,
me ha mordido el
venablo
del infinito anhelo:
por eso, en lo que
os hablo,
pongo el ansia del
vuelo
yo he de ayudar al
Diablo
a conquistar el
Cielo
Y, en este
admirable soneto, grávido de emoción, religioso en su acento, el poeta formula
su evangelio:
Desnuda el corazón
de toda vanidad
y pon tu voluntad
donde esté tu ilusión;
opón tu puño, opón
toda tu libertad
contra el viejo
aluvión
de la Fatalidad;
y que tus
pensamientos,
como los elementos
destrocen toda
brida,
como se abre el
grano
a pesar del gusano
y del lodo a la
vida
La raíz de esta
poesía está a veces en Nietzsche, a veces en Rodó, a veces en Unamuno; pero la
flor, la espiga, el grano, son de Guillén. No es posible discutirle ni
contestarle su propiedad. El pensamiento y la forma se consustancian, se
identifican totalmente en Deucalión. La forma es como el pensamiento, desnuda,
plástica, tensa, urgente. Colérica y serena al mismo tiempo (Una de las cosas
que yo amo más en Deucalión es, precisamente, su prescindencia casi absoluta de
decorado y de indumento; su voluntario y categórico renunciamiento a lo
ornamental y a lo retórico). Deucalión, es una diana. Es un orto. En Deucalión
parte un hombre, mozo y puro todavía, en busca de Dios o a la conquista del
mundo. Mas, en su camino, Guillén se corrompe. Peca por vanidad y por soberbia.
Olvida la meta ingenua de su juventud. Pierde su inocencia. El espectáculo y
las emociones de la civilización urbana y cosmopolita enervan y relajan su
voluntad. Su poesía se contagia del humor negativo y corrosivo de la literatura
de Occidente. Guillén deviene socarrón, befardo, cínico, ácido. Y el pecado
trae la expiación. Tantas gotas, dan una página; tantas páginas y un prólogo,
dan un libro. El lado, el contorno de esta actitud de Guillén más interesante
es su relativismo. Guillén se entretiene en negar la realidad del yo, del
individuo. Pero su testimonio es recusable. Porque tal vez, Guillén razona
según su experiencia personal: "Mi personalidad, como yo la soñé, como yo
la entreví, no se ha realizado; luego la personalidad no existe". En La
Imitación de Nuestro Señor Yo, el pensamiento de Guillén es pirandelliano. He
aquí algunas pruebas:
"El, ella, todos existen, pero
en ti". "Soy todos los hombres en mí".
"¿Mis contradicciones no son
una prueba de que llevo en mí a muchos
hombres?" "Mentira. Ellos
no mueren: somos nosotros que morimos en
Ellos".
Estas líneas
contienen algunas briznas de la filosofía del Uno, Ninguno, Cien Mil de
Pirandello. No creo, sin embargo, que Guillén, si persevera por esta ruta,
llegue a clasificarse entre los especímenes de la literatura humorista y
cosmopolita de Occidente. Guillén, en el fondo, es un poeta un poco rural y
franciscano. No toméis al pie de la letra sus blasfemias. Muy adentro del alma,
guarda un poco de romanticismo de provincia. Su psicología tiene muchas raíces
campesinas. Permanece, íntimamente, extraña al espíritu quintaesenciado de la
urbe. Cuando se lee a Guillén se advierte, en seguida, que no consigue manejar
con destreza el artificio. El título del último libro de Guillén Laureles resume
la segunda fase de su literatura y de su vida. Por conquistar estos y otros
laureles, que él mismo secretamente desdeña, ha luchado, ha sufrido, ha
peleado. El camino del laurel lo ha desviado del camino del Cielo. En la
adolescencia su ambición era más alta. ¿Se contenta ahora de algunos laureles
municipales o académicos? Yo coincido con Gabriel Alomar en acusar a Guillén de
sofocar al poeta de Deucalión con sus propias manos. A Guillén lo pierde la
impaciencia. Quiere laureles a toda costa. Pero los laureles no perduran. La
gloria se construye con materiales menos efímeros. Y es para los que logran
renunciar a sus falaces y ficticias anticipaciones. El deber del artista es no
traicionar su destino. La impaciencia en Guillén se resuelve en abundancia. Y la
abundancia es lo que más perjudica y disminuye el mérito de su obra que, en los
últimos tiempos, aunque adopte en verso la moda vanguardista, se resiente de
cansancio, de desgano y de repetición de sus primeros motivos.
XVI. MAGDA PORTAL:
Magda Portal es ya
otro valor-signo en el proceso de nuestra literatura. Con su advenimiento le ha
nacido al Perú su primera poetisa. Porque hasta ahora habíamos tenido sólo
mujeres de letras, de las cuales una que otra con temperamento artístico o más
específicamente literario. Pero no habíamos tenido propiamente una poetisa.
Conviene entenderse sobre el término. La poetisa es hasta cierto punto, en la
historia de la civilización occidental, un fenómeno de nuestra época. Las
épocas anteriores produjeron sólo poesía masculina. La de las mujeres también
lo era, pues se contentaba con ser una variación de sus temas líricos o de sus
motivos filosóficos. La poesía que no tenía el signo del varón, no tenía
tampoco el de la mujer -virgen, hembra, madre-. Era una poesía asexual. En
nuestra época, las mujeres ponen al fin en su poesía su propia carne y su
propio espíritu. La poetisa es ahora aquella que crea una poesía femenina. Y
desde que la poesía de la mujer se ha emancipado y diferenciado espiritualmente
de la del hombre, las poetisas tienen una alta categoría en el elenco de todas
las literaturas. Su existencia es evidente e interesante a partir del momento
en que ha empezado a ser distinta. En la poesía de Hispanoamérica, dos mujeres,
Gabriela Mistral y Juana de Ibarbourou, acaparan desde hace tiempo más atención
que ningún otro poeta de su tiempo. Delmira Agustini tiene en su país y en
América larga y noble descendencia. Al Perú ha traído su mensaje Blanca Luz
Brum. No se trata de casos solitarios y excepcionales. Se trata de un vasto
fenómeno, común a todas las literaturas. La poesía, un poco envejecida en el
hombre, renace rejuvenecida en la mujer. Un escritor de brillantes intuiciones,
Félix del Valle, me decía un día, constatando la multiplicidad de poetisas de
mérito en el mundo, que el cetro de la poesía había pasado a la mujer. Con su
humorismo ingénito formulaba así su proposición: -La poesía deviene un oficio
de mujeres-. Esta es sin duda una tesis extrema. Pero lo cierto es que la
poesía que, en los poetas, tiende a una actitud nihilista, deportiva,
escéptica, en las poetisas tiene frescas raíces y cándidas flores. Su acento
acusa más élan vital, más fuerza biológica. Magda Portal no es aún bastante
conocida y apreciada en el Perú ni en Hispanoamérica. No ha publicado sino un
libro de prosa: El derecho de matar (La Paz, 1926) y un libro de versos: Una
Esperanza y el Mar (Lima, 1927). El derecho de matar nos presenta casi sólo uno
de sus lados: ese espíritu rebelde y ese mesianismo revolucionario que
testimonian incontestablemente en nuestros días la sensibilidad histórica de un
artista. Además, en la prosa de Magda Portal se encuentra siempre un jirón de
su magnífico lirismo. "El poema de la Cárcel", "La sonrisa de
Cristo" y "Círculos violeta" -tres poemas de este volumen-
tienen la caridad, la pasión y la ternura exaltada de Magda. Pero este libro no
la caracteriza ni la define. El derecho de matar: título de gusto anarcoide y
nihilista, en el cual no se reconoce el espíritu de Magda. Magda es
esencialmente lírica y humana. Su piedad se emparenta -dentro de la autónoma
personalidad de uno y otro- con la piedad de Vallejo. Así se nos presenta, en
los versos de "Ánima absorta" y "Una Esperanza y el Mar". Y
así es seguramente. No le sienta ningún gesto de decadentismo o paradojismo
novecentistas. En sus primeros versos Magda Portal es, casi siempre, la poetisa
de la ternura. Y en algunos se reconoce precisamente su lirismo en su
humanidad. Exenta de egolatría megalómana, de narcisismo romántico, Magda
Portal nos dice: "Pequeña soy. . . !"
Pero, ni piedad, ni
ternura solamente, en su poesía se encuentra todos los acentos de una mujer que
vive apasionada y vehementemente, encendida de amor y de anhelo y atormentada
de verdad y de esperanza. Magda Portal ha escrito en el frontispicio de uno de
sus libros estos pensamientos de Leonardo de Vinci: "El alma, primer
manantial de la vida, se refleja en todo lo que crea". "La verdadera
obra de arte es como un espejo en que se mira el alma del artista". La
fervorosa adhesión de Magda a estos principios de creación es un dato de un
sentido del arte que su poesía nunca contradice y siempre ratifica. En su
poesía Magda nos da, ante todo, una límpida versión de sí misma. No se
escamotea, no se mistifica, no se idealiza. Su poesía es su verdad. Magda no
trabaja por ofrecernos una imagen aliñada de su alma en toilette de gala. En un
libro suyo podemos entrar sin desconfianza, sin ceremonia, seguros de que no
nos aguarda ningún simulacro, ninguna celada. El arte de esta honda y pura
lírica, reduce al mínimo, casi a cero, la proporción de artificio que necesita
para ser arte. Esta es para mí la mejor prueba del alto valor de Magda. En esta
época de decadencia de un orden social -y por consiguiente de un arte- el más
imperativo deber del artista es la verdad. Las únicas obras que sobrevivirán a
esta crisis, serán las que constituyan una confesión y un testimonio. El
perenne y oscuro contraste entre dos principios -el de vida y el de muerte- que
rigen el mundo, está presente siempre en la poesía de Magda. En Magda se siente
a la vez un anhelo angustiado de acabar y de no ser y un ansia de crear y de
ser. El alma de Magda es un alma agónica. Y su arte traduce cabal e
íntegramente las dos fuerzas que la desgarran y la impulsan. A veces triunfa el
principio de vida; a veces triunfa el principio de muerte. La presencia
dramática de este conflicto da a la poesía de Magda Portal una profundidad
metafísica a la que arriba libremente el espíritu, por la propia ruta de su
lirismo, sin apoyarse en el bastón de ninguna filosofía. También le da una
profundidad psicológica que le permite registrar todas las contradictorias
voces de su diálogo, de su combate, de su agonía. La poetisa logra con una
fuerza extraordinaria la expresión de sí misma en estos versos admirables:
Ven, bésame!...
qué importa que
algo oscuro
me esté royendo el
alma
con sus dientes?
Yo soy tuya y tú
eres mío... bésame!...
No lloro hoy ...Me
ahoga la alegría,
una extraña alegría
que yo no sé de
dónde viene.
Tú eres mío... ¿Tú
eres mío?...
Una puerta de hielo
hay entre tú y yo:
tu pensamiento!
Eso que te golpea
en el cerebro
y cuyo martillar
me escapa ...
Ven bésame... ¿Qué
importa?...
Te llamó el corazón
toda la noche,
y ahora que estás
tú, tu carne y tu alma
qué he de fijarme
en lo que has hecho ayer?... ¡Qué importa!
Ven, bésame... tus
labios,
tus ojos y tus
manos...
Luego... nada.
Y tu alma? Y tu
alma!
Esta poetisa
nuestra, a quien debemos saludar ya como a una de las primeras poetisas de
Indoamérica, no desciende de la Ibarbourou. No desciende de la Agustini. No
desciende siquiera de la Mistral, de quien, sin embargo, por cierta afinidad de
acento, se le siente más próxima que de ninguna. Tiene un temperamento original
y autónomo. Su secreto, su palabra, su fuerza, nacieron con ella y están en
ella. En su poesía hay más dolor que alegría, hay más sombra que claridad.
Magda es triste. Su impulso vital la mueve hacia la luz y la fiesta. Y Magda se
siente impotente para gozarlas. Este es su drama. Pero no la amarga ni la
enturbia. En "Vidrios de Amor", poema en dieciocho canciones
emocionadas, toda Magda está en estos versos:
con cuántas
lágrimas me forjaste?
he tenido tantas
veces
la actitud de los
árboles suicidas
en los caminos
polvorientos y solossecretamente,
sin que lo sepas
debe dolerte todo
por haberme hecho
así, sin una dulzura
para mis ácidos
dolores
de dónde vine yo
con mi fiereza
para conformarme?
yo no conozco la
alegría
carroussel de niñez
que no he soñado nunca
ah! - y sin embargo
amo de tal manera
la alegría
como amarán las
amargas plantas
un fruto dulce
madre
receptora alerta
hoy no respondas
porque te ahogarías
hoy no respondas a
mi llanto
casi sin lágrimas
hundo mi angustia
en mí para mirar
la rama izquierda
de mi vida
que no haya puesto
sino amor
al amasar el
corazón de mi hija
quisiera defenderla
de mí misma
como de una fiera
de estos ojos
delatores
de esta voz
desgarrada
donde el insomnio
hace cavernas
y para ella ser
alegre,
ingenua, niña
como si todas las
campanas de alegría
sonaran en mi corazón
su pascua eterna.
¿Toda Magda está en
estos versos? Toda Magda, no. Magda no es sólo madre, no es sólo amor. ¿Quién
sabe de cuántas oscuras potencias, de cuántas contrarias verdades está hecha un
alma como la suya?
XVII. LAS
CORRIENTES DE HOY.- EL INDIGENISMO
La corriente
"indigenista" que caracteriza a la nueva literatura peruana, no debe
su propagación presente ni su exageración posible a las causas eventuales o
contingentes que determinan comúnmente una moda literaria. Y tiene una
significación mucho más profunda. Basta observar su coincidencia visible y su
consanguinidad íntima con una corriente ideológica y social que recluta cada
día más adhesiones en la juventud, para comprender que el indigenismo literario
traduce un estado de ánimo, un estado de conciencia del Perú nuevo.
Este indigenismo
que está sólo en un período de germinación -falta aún un poco para que dé sus
flores y sus frutos- podría ser comparado -salvadas todas las diferencias de
tiempo y de espacio- al "mujikismo" de la literatura rusa
prerevolucionaria. El "mujikismo" tuvo parentesco estrecho con la
primera fase de la agitación social en la cual se preparó e incubó la
revolución rusa. La literatura "mujikista" llenó una misión
histórica. Constituyó un verdadero proceso del feudalismo ruso, del cual salió
éste inapelablemente condenado. La socialización de la tierra, actuada por la
revolución bolchevique, reconoce entre sus pródromos la novela y la poesía
"mujikistas". Nada importa que al retratar al mujik -tampoco importa
si deformándolo o idealizándolo- el poeta o el novelista ruso estuvieran muy
lejos de pensar en la socialización. De igual modo el
"constructivismo" y el "futurismo" rusos, que se complacen
en la representación de máquinas, rascacielos, aviones, usinas, etc.,
corresponden a una época en que el proletariado urbano, después de haber creado
un régimen cuyos usufructuarios son hasta ahora los campesinos, trabaja por
occidentalizar Rusia llevándola a un grado máximo de industrialismo y
electrificación. El "indigenismo" de nuestra literatura actual no
está desconectado de los demás elementos nuevos de esta hora. Por el contrario,
se encuentra articulado con ellos. El problema indígena, tan presente en la
política, la economía y la sociología no puede estar ausente de la literatura y
del arte. Se equivocan gravemente quienes, juzgándolo por la incipiencia o el
oportunismo de pocos o muchos de sus corifeos, lo consideran, en conjunto,
artificioso. Tampoco cabe dudar de su vitalidad por el hecho de que hasta ahora
no ha producido una obra maestra. La obra maestra no florece sino en un terreno
largamente abonado por una anónima u oscura multitud de obras mediocres. El
artista genial no es ordinariamente un principio sino una conclusión. Aparece,
normalmente, como el resultado de una vasta experiencia. Menos aún cabe
alarmarse de episódicas exasperaciones ni de anecdóticas exageraciones. Ni unas
ni otras encierran el secreto ni conducen la savia del hecho histórico. Toda
afirmación necesita tocar sus límites extremos. Detenerse a especular sobre la
anécdota es exponerse a quedar fuera de la historia. Esta corriente, de otro
lado, encuentra un estímulo en la asimilación por nuestra literatura de
elementos de cosmopolitismo. Ya he señalado la tendencia autonomista y
nativista del vanguardismo en América. En la nueva literatura argentina nadie
se siente más porteño que Girondo y Borges ni más gaucho que Güiraldes. En
cambio quienes como Larreta permanecen enfeudados al clasicismo español, se
revelan radical y orgánicamente incapaces de interpretar a su pueblo. Otro
acicate, en fin, es en algunos el exotismo que, a medida que se acentúan los
síntomas de decadencia de la civilización occidental, invade la literatura
europea. A César Moro, a Jorge Seoane y a los demás artistas que últimamente han
emigrado a París, se les pide allá temas nativos, motivos indígenas. Nuestra
escultora Carmen Saco ha llevado en sus estatuas y dibujos de indios el más
válido pasaporte de su arte. Este último factor exterior es el que decide a
cultivar el indigenismo aunque sea a su manera y sólo episódicamente, a
literatos que podríamos llamar "emigrados" como Ventura García
Calderón, a quienes no se puede atribuir la misma artificiosa moda vanguardista
ni el mismo contagio de los ideales de la nueva generación supuestos en los
literatos jóvenes que trabajan en el país. * * * El criollismo no ha podido
prosperar en nuestra literatura, como una corriente de espíritu nacionalista,
ante todo porque el criollo no representa todavía la nacionalidad. Se constata,
casi uniformemente, desde hace tiempo, que somos una nacionalidad en formación.
Se percibe ahora, precisando ese concepto, la subsistencia de una dualidad de
raza y de espíritu. En todo caso, se conviene, unánimemente, en que no hemos
alcanzado aún un grado elemental siquiera de fusión de los elementos raciales
que conviven en nuestro suelo y que componen nuestra población. El criollo no
está netamente definido. Hasta ahora la palabra "criollo" no es casi
más que un término que nos sirve para designar genéricamente una pluralidad,
muy matizada, de mestizos. Nuestro criollo carece del carácter que encontramos,
por ejemplo, en el criollo argentino. El argentino es identificable fácilmente
en cualquier parte del mundo: el peruano, no. Esta confrontación, es
precisamente la que nos evidencia que existe ya una nacionalidad argentina,
mientras no existe todavía, con peculiares rasgos, una nacionalidad peruana. El
criollo presenta aquí una serie de variedades. El costeño se diferencia
fuertemente del serrano. En tanto que en la sierra la influencia telúrica
indigeniza al mestizo, casi hasta su absorción por el espíritu indígena, en la
costa el predominio colonial mantiene el espíritu heredado de España. En el
Uruguay, la literatura nativista, nacida como en la Argentina de la experiencia
cosmopolita, ha sido criollista, porque ahí la población tiene la unidad que a
la nuestra le falta. El nativismo, en el Uruguay, por otra parte, aparece como
un fenómeno esencialmente literario. No tiene, como el indigenismo en el Perú,
una subconsciente inspiración política y económica. Zum Felde, uno de sus
suscitadores como crítico, declara que ha llegado ya la hora de su liquidación.
"A la devoción imitativa de lo extranjero -escribe- había que oponer el
sentimiento autonómico de lo nativo. Era un movimiento de emancipación
literaria. La reacción se operó; la emancipación fue, luego, un hecho. Los
tiempos estaban maduros para ello. Los poetas jóvenes volvieron sus ojos a la
realidad nacional. Y, al volver a ella sus ojos, vieron aquello que, por
contraste con lo europeo, era más genuinamente americano: lo gauchesco. Mas,
cumplida ya su misión, el tradicionalismo debe a su vez pasar. Hora es ya de
que pase, para dar lugar a un americanismo lírico más acorde con el imperativo
de la vida. La sensibilidad de nuestros días se nutre ya de realidades,
idealidades distintas. El ambiente platense ha dejado definitivamente de ser
gaucho; y todo lo gauchesco -después de arrinconarse en los más huraños pagos-
va pasando al culto silencioso de los museos. La vida rural del Uruguay está
toda transformada en sus costumbres y en sus caracteres, por el avance del
cosmopolitismo urbano" (36). En el Perú, el criollismo, aparte de haber
sido demasiado esporádico y superficial, ha estado nutrido de sentimiento
colonial. No ha constituido una afirmación de autonomía. Se ha contentado con
ser el sector costumbrista de la literatura colonial sobreviviente hasta hace
muy poco. Abelardo Gamarra es, tal vez, la única excepción en este criollismo
domesticado, sin orgullo nativo. Nuestro "nativismo" -necesario
también literariamente como revolución y como emancipación-, no puede ser
simple "criollismo". El criollo peruano no ha acabado aún de
emanciparse espiritualmente de España. Su europeización -a través de la cual
debe encontrar, por reacción, su personalidad- no se ha cumplido sino en parte.
Una vez europeizado, el criollo de hoy difícilmente deja de darse cuenta del
drama del Perú. Es él precisamente el que, reconociéndose a sí mismo como un
español bastardeado, siente que el indio debe ser el cimiento de la
nacionalidad (Valdelomar, criollo costeño, de regreso de Italia, impregna-do de
d'annunzianismo y de esnobismo, experimenta su máximo deslumbramiento cuando
descubre o, más bien, imagina el Inkario). Mientras el criollo puro conserva
generalmente su espíritu colonial, el criollo europeizado se rebela, en nuestro
tiempo, contra ese espíritu, aunque sólo sea como protesta contra su limitación
y su arcaísmo. Claro que el criollo, diverso y múltiple, puede abastecer abundantemente
a nuestra literatura -narrativa, descriptiva, costumbrista, folclorista, etc.-,
de tipos y motivos. Pero lo que subconscientemente busca la genuina corriente
indigenista en el indio, no es sólo el tipo o el motivo. Menos aún el tipo o el
motivo pintoresco. El "indigenismo" no es aquí un fenómeno
esencialmente literario como el "nativismo" en el Uruguay. Sus raíces
se alimentan de otro humus histórico. Los "indigenistas" auténticos
-que no deben ser confundidos con los que explotan temas indígenas por mero
"exotismo"- colaboran, conscientemente o no, en una obra política y
económica de reivindicación -no de restauración ni resurrección. El indio no
representa únicamente un tipo, un tema, un motivo, un per-sonaje. Representa un
pueblo, una raza, una tradición, un espíritu. No es posible, pues, valorarlo y
considerarlo, desde puntos de vista exclusivamente literarios, como un color o
un aspecto nacional, colocándolo en el mismo plano que otros elementos étnicos
del Perú. A medida que se le estudia, se averigua que la corriente indigenista
no depende de simples factores literarios sino de complejos factores sociales y
económicos. Lo que da derecho al indio a prevalecer en la visión del peruano de
hoy es, sobre todo, el conflicto y el contraste entre su predominio demográfico
y su servidumbre -no sólo inferioridad- social y económica. La presencia de
tres a cuatro millones de hombres de la raza autóctona en el panorama mental de
un pueblo de cinco millones, no debe sorprender a nadie en una época en que este
pueblo siente la necesidad de encontrar el equilibrio que hasta ahora le ha
faltado en su historia El indigenismo, en nuestra literatura, como se desprende
de mis anteriores proposiciones, tiene fundamentalmente el sentido de una
reivindicación de lo autóctono. No llena la función puramente sentimental que
llenaría, por ejemplo, el criollismo. Habría error, por consiguiente, en
apreciar el indigenismo como equivalente del criollismo, al cual no reemplaza
ni subroga. Si el indio ocupa el primer plano en la literatura y el arte
peruanos no será, seguramente, por su interés literario o plástico, sino porque
las fuerzas nuevas y el impulso vital de la nación tienden a reivindicarlo. El
fenómeno es más instintivo y biológico que intelectual y teorético. Repito que
lo que subconscientemente busca la genuina corriente indigenista en el indio no
es sólo el tipo o el motivo y menos aún el tipo o el motivo
"pintoresco". Si esto no fuese cierto, es evidente que el
"zambo", verbigratia, interesaría al literato o al artista criollo
-en especial al criollo- tanto como el indio. Y esto no ocurre por varias
razones. Porque el carácter de esta corriente no es naturalista o costumbrista
sino, más bien, lírico, como lo prueban los intentos o esbozos de poesía
andina. Y porque una reivindicación de lo autóctono no puede confundir al
"zambo" o al mulato con el indio. El negro, el mulato, el
"zambo" representan, en nuestro pasado, elementos coloniales. El
español importó al negro cuando sintió su imposibilidad de sustituir al indio y
su incapacidad de asimilarlo. El esclavo vino al Perú a servir los fines
colonizadores de España. La raza negra constituye uno de los aluviones humanos
depositados en la Costa por el Coloniaje. Es uno de los estratos, poco densos y
fuertes, del Perú sedimentado en la tierra baja durante el Virreinato y la
primera etapa de la República. Y, en este ciclo, todas las circunstancias han
concurrido a mantener su solidaridad con la Colonia. El negro ha mirado siempre
con hostilidad y desconfianza la sierra, donde no ha podido aclimatarse física
ni espiritualmente. Cuando se ha mezclado al indio ha sido para bastardearlo
comunicándole su domesticidad zalamera y su psicología exteriorizante y
mórbida. Para su antiguo amo blanco ha guardado, después de su manumisión, un
sentimiento de liberto adicto. La sociedad colonial, que hizo del negro un
doméstico -muy pocas veces un artesano, un obrero- absorbió y asimiló a la raza
negra, hasta intoxicarse con su sangre tropical y caliente. Tanto como
impenetrable y huraño el indio, le fue asequible y doméstico el negro. Y nació
así una subordinación cuya primera razón está en el origen mismo de la
importación de esclavos y de la que sólo redime al negro y al mulato la
evolución social y económica que, convirtiéndolo en obrero, cancela y extirpa
poco a poco la herencia espiritual del esclavo. El mulato, colonial aun en sus
gustos, inconscientemente está por el hispanismo, contra el autoctonismo. Se
siente espontáneamente más próximo de España que del Inkario. Sólo el socialismo,
despertando en él conciencia clasista, es capaz de conducirlo a la ruptura
definitiva con los últimos rezagos de espíritu colonial. El desarrollo de la
corriente indigenista no amenaza ni paraliza el de otros elementos vitales de
nuestra literatura. El indigenismo no aspira indudablemente a acaparar la
escena literaria. No excluye ni estorba otros impulsos ni otras
manifestaciones. Pero representa el color y la tendencia más característicos de
una época por su afinidad y coherencia con la orientación espiritual de las
nuevas generaciones, condicionada, a su vez, por imperiosas necesidades de
nuestro desarrollo económico y social. Y la mayor injusticia en que podría
incurrir un crítico, sería cualquier apresurada condena de la literatura
indigenista por su falta de autoctonismo integral o la presencia, más o menos
acusada en sus obras, de elementos de artificio en la interpretación y en la
expresión. La literatura indigenista no puede darnos una versión rigurosamente
verista del indio. Tiene que idealizarlo y estilizarlo. Tampoco puede darnos su
propia ánima. Es todavía una literatura de mestizos. Por eso se llama
indigenista y no indígena. Una literatura indígena, si debe venir, vendrá a su
tiempo. Cuando los propios indios estén en grado de producirla. No se puede
equiparar, en fin, la actual corriente indigenista a la vieja corriente
colonialista. El colonialismo, reflejo del sentimiento de la casta feudal, se
entretenía en la idealización nostálgica del pasado. El indigenismo en cambio
tiene raíces vivas en el presente. Extrae su inspiración de la protesta de
millones de hombres. El Virreinato era; el indio es. Y mientras la liquidación
de los residuos de feudalidad colonial se impone como una condición elemental
de progreso, la reivindicación del indio, y por ende de su historia, nos viene
insertada en el programa de una Revolución. * * * Está, pues, esclarecido que
de la civilización inkaica, más que lo que ha muerto nos preocupa lo que ha
quedado. El problema de nuestro tiempo no está en saber cómo ha sido el Perú.
Está, más bien, en saber cómo es el Perú. El pasado nos interesa en la medida
en que puede servirnos para explicarnos el presente. Las generaciones
constructivas sienten el pasado como una raíz, como una causa. Jamás lo sienten
como un programa. Lo único casi que sobrevive del Tawantinsuyo es el indio. La
civilización ha perecido; no ha perecido la raza. El material biológico del
Tawantinsuyo se revela, después de cuatro siglos, indestructible, y, en parte,
inmutable. El hombre muda con más lentitud de la que en este siglo de la
velocidad se supone. La metamorfosis del hombre bate el récord en el evo
moderno. Pero éste es un fenómeno peculiar de la civilización occidental que se
caracteriza, ante todo, como una civilización dinámica. No es por un azar que a
esta civilización le ha tocado averiguar la relatividad del tiempo. En las
sociedades asiáticas -afines si no consanguíneas con la sociedad inkaica-, se
nota en cambio cierto quietismo y cierto éxtasis. Hay épocas en que parece que
la historia se detiene. Y una misma forma social perdura, petrificada, muchos
siglos. No es aventurada, por tanto, la hipótesis de que el indio en cuatro
siglos ha cambiado poco espiritualmente. La servidumbre ha deprimido, sin duda,
su psiquis y su carne. Le ha vuelto un poco más melancólico, un poco más
nostálgico. Bajo el peso de estos cuatro siglos, el indio se ha encorvado moral
y físicamente. Mas el fondo oscuro de su alma casi no ha mudado. En las sierras
abruptas, en las quebradas lontanas, a donde no ha llegado la ley del blanco,
el indio guarda aún su ley ancestral. El libro de Enrique López Albújar,
escritor de la generación radical, Cuentos Andinos, es el primero que en
nuestro tiempo explora estos caminos. Los Cuentos Andinos aprehenden, en sus
secos y duros dibujos, emociones sustantivas de la vida de la sierra, y nos
presentan algunos escorzos del alma del indio. López Albújar coincide con
Valcárcel en buscar en los Andes el origen del sentimiento cósmico de los
quechuas. "Los Tres Jircas" de López Albújar y "Los Hombres de
Piedra" (37) de Valcárcel traducen la misma mitología. Los agonistas y las
escenas de López Albújar tienen el mismo telón de fondo que la teoría y las
ideas de Valcárcel. Este resultado es singularmente interesante porque es obtenido
por diferentes temperamentos y con métodos disímiles. La literatura de López
Albújar quiere ser, sobre todo, naturalista y analítica; la de Valcárcel,
imaginativa y sintética. El rasgo esencial de López Albújar es su criticismo;
el de Valcárcel, su lirismo. López Albújar mira al indio con ojos y alma de
costeño, Valcárcel, con ojos y alma de serrano. No hay parentesco espiritual
entre los dos escritores; no hay semejanza de género ni de estilo entre los dos
libros. Sin embargo, uno y otro escuchan en el alma del quechua idéntico lejano
latido (38). La Conquista ha convertido formalmente al indio al catolicismo.
Pero, en realidad, el indio no ha renegado sus viejos mitos. Su sentimiento
místico ha variado. Su animismo subsiste. El indio sigue sin entender la metafísica
católica. Su filosofía panteísta y materialista ha desposado, sin amor, al
catecismo. Mas no ha renunciado a su propia concepción de la vida que no
interroga a la Razón sino a la Naturaleza. Los tres jircas, los tres cerros de
Huánuco, pesan en la conciencia del indio huanuqueño más que la ultratumba
cristiana. "Los Tres Jircas" y "Cómo habla la coca" son, a
mi juicio, las páginas mejor escritas de Cuentos Andinos. Pero ni "Los
Tres Jircas" ni "Cómo habla la coca" se clasifican propiamente
como cuentos. "Ushanam Jampi", en cambio, tiene una vigorosa
contextura de relato. Y a este mérito une "Ushanam Jampi" el de ser
un precioso documento del comunismo indígena. Este relato nos entera de la
forma como funciona en los pueblecitos indígenas, a donde no arriba casi la ley
de la República, la justicia popular. Nos encontramos aquí ante una institución
sobreviviente del régimen autóctono. Ante una institución que declara
categóricamente a favor de la tesis de que la organización inkaica fue una
organización comunista. En un régimen de tipo individualista, la administración
de justicia se burocratiza. Es función de un magistrado. El liberalismo, por
ejemplo, la atomiza, la individualiza en el juez profesional. Crea una casta,
una burocracia de jueces de diversas jerarquías. Por el contrario, en un
régimen de tipo comunista, la administración de justicia es función de la
sociedad entera. Es, como en el comunismo indio, función de los yayas, de los
ancianos.
El porvenir de la
América Latina depende, según la mayoría de los pro-nósticos de ahora, de la
suerte del mestizaje. Al pesimismo hostil de los soció-logos de la tendencia de
Le Bon sobre el mestizo, ha sucedido un optimismo mesiánico que pone en el
mestizo la esperanza del Continente. El trópico y el mestizo son, en la
vehemente profecía de Vasconcelos, la escena y el protagonista de una nueva
civilización. Pero la tesis de Vasconcelos que esboza una utopía -en la
acepción positiva y filosófica de esta palabra- en la misma medida en que
aspira a predecir el porvenir, suprime e ignora el presente. Nada es más
extraño a su especulación y a su intento, que la crítica de la realidad
contemporánea, en la cual busca exclusivamente los elementos favorables a su
profecía. El mestizaje que Vasconcelos exalta no es precisamente la mezcla de
las razas española, indígena y africana, operada ya en el continente, sino la
fusión y refusión acrisoladoras, de las cuales nacerá, después de un trabajo
secular, la raza cósmica. El mestizo actual, concreto, no es para Vasconcelos el
tipo de una nueva raza, de una nueva cultura, sino apenas su promesa. La
especulación del filósofo, del utopista, no conoce límites de tiempo ni de
espacio. Los siglos no cuentan en su construcción ideal más que como momentos.
La labor del crítico, del historiógrafo, del político, es de otra índole. Tiene
que atenerse a resultados inmediatos y contentarse con perspectivas próximas.
El mestizo real de la historia, no el ideal de la profecía, constituye el
objeto de su investigación o el factor de su plan. En el Perú, por la impronta
diferente del medio y por la combinación múltiple de las razas entrecruzadas,
el término mestizo no tiene siempre la misma significación. El mestizaje es un
fenómeno que ha producido una variedad compleja, en vez de resolver una dualidad,
la del español y el indio. El Dr. El chino, en cambio, parece haber inoculado
en su descendencia, el fatalismo, la apatía, las taras del Oriente decrépito.
El juego, esto es un elemento de relajamiento e inmoralidad, singularmente
nocivo en un pueblo propenso a confiar más en el azar que en el esfuerzo,
recibe su mayor impulso de la inmigración china. Sólo a partir del movimiento
nacionalista -que tan extensa resonancia ha encontrado entre los chinos
expatriados del continente-, la colonia china ha dado señales activas de
interés cultural e impulsos progresistas. El teatro chino, reservado casi
únicamente al divertimiento nocturno de los individuos de esa nacionalidad, no
ha conseguido en nuestra literatura más eco que el propiciado efímeramente por
los gustos exóticos y artificiales del decadentismo. Valdelomar y los
"colónidas", lo descubrieron entre sus sesiones de opio, contagiados
del orientalismo de Loti y Farrere. El chino, en suma, no transfiere al mestizo
ni su disciplina moral, ni su tradición cultural y filosófica, ni su habilidad
de agricultor y artesano. Un idioma inasequible, la calidad del inmigrante y el
desprecio hereditario que por él siente el criollo, se interponen entre su
cultura y el medio. El aporte del negro, venido como esclavo, casi como
mercadería, aparece más nulo y negativo aún. El negro trajo su sensualidad, su
superstición, su primitivismo. No estaba en condiciones de contribuir a la
creación de una cultura, sino más bien de estorbarla con el crudo y viviente
influjo de su barbarie. El prejuicio de las razas ha decaído; pero la noción de
las diferencias y desigualdades en la evolución de los pueblos se ha ensanchado
y enriquecido, en virtud del progreso de la sociología y la historia. La
inferioridad de las razas de color no es ya uno de los dogmas de que se
alimenta el maltrecho orgullo blanco. Pero todo el relativismo de la hora no es
bastante para abolir la inferioridad de cultura. La raza es apenas uno de los
elementos que determinan la forma de una sociedad. Entre estos elementos,
Vilfredo Pareto distingue las siguientes categorías: "1º El suelo, el
clima, la flora, la fauna, las circunstancias geológicas, mineralógicas, etc.;
2º Otros elementos externos a una dada sociedad, en un dado tiempo, esto es las
acciones de las otras sociedades sobre ella, que son externas en el espacio, y
las consecuencias del estado anterior de esa sociedad, que son externas en el
tiempo; 3º Elementos internos, entre los cuales los principales son la raza,
los residuos o sea los sentimientos que manifiestan, las inclinaciones, los
intereses, las aptitudes al razonamiento, a la observación, el estado de los
conocimientos, etc.". Pareto afirma que la forma de la sociedad es
determinada por todos los elementos que operan sobre ella que, una vez
determinada, opera a su vez sobre esos elementos, de manera que se puede decir
que se efectúa una mutua determinación Lo que importa, por consiguiente, en el
estudio sociológico de los estratos indio y mestizo, no es la medida en que el
mestizo hereda las cualidades o los defectos de las razas progenitoras sino su
aptitud para evolucionar, con más facilidad que el indio, hacia el estado
social, o el tipo de civilización del blanco. El mestizaje necesita ser
analizado, no como cuestión étnica, sino como cuestión sociológica. El problema
étnico en cuya consideración se han complacido sociologistas rudimentarios y
especuladores ignorantes, es totalmente ficticio y supuesto. Asume una
importancia desmesurada para los que, ciñendo servilmente su juicio a una idea
acariciada por la civilización europea en su apogeo -y abandonada ya por esta
misma civilización, propensa en su declive a una concepción relativista de la
historia-, atribuyen las creaciones de la sociedad occidental a la superioridad
de la raza blanca. Las aptitudes intelectuales y técnicas, la voluntad
creadora, la disciplina moral de los pueblos blancos, se reducen, en el
criterio simplista de los que aconsejan la regeneración del indio por el
cruzamiento, a meras condiciones zoológicas de la raza blanca. Pero si la
cuestión racial -cuyas sugestiones conducen a sus superficiales críticos a
inverosímiles razonamientos zootécnicos- es artificial, y no merece la atención
de quienes estudian concreta y políticamente el problema indígena, otra es la
índole de la cuestión sociológica. El mestizaje descubre en este terreno sus
verdaderos conflictos; su íntimo drama. El color de la piel se borra como
contraste; pero las costumbres, los sentimientos, los mitos -los elementos
espirituales y formales de esos fenómenos que se designan con los términos de
sociedad y de cultura-, reivindican sus derechos. El mestizaje -dentro de las
condiciones económicosociales subsistentes entre nosotros-, no sólo produce un
nuevo tipo humano y étnico sino un nuevo tipo social; y si la imprecisión de
aquél, por una abigarrada combinación de razas, no importa en sí misma una
inferioridad, y hasta puede anunciar, en ciertos ejemplares felices, los rasgos
de la raza "cósmica", la imprecisión o hibridismo del tipo social, se
traduce, por un oscuro predominio de sedimentos negativos, en una estagnación
sórdida y morbosa. Los aportes del negro y del chino se dejan sentir, en este
mestizaje, en un sentido casi siempre negativo o desorbitado. En el mestizo no
se prolonga la tradición del blanco ni del indio: ambas se esterilizan y
contrastan. Dentro de un ambiente urbano, industrial, dinámico, el mestizo
salva rápidamente las distancias que lo separan del blanco, hasta asimilarse la
cultura occidental, con sus costumbres, impulsos y consecuencias. Puede
escaparle -le escapa generalmente- el complejo fondo de creencias, mitos y
sentimientos, que se agita bajo las creaciones materiales e intelectuales de la
civilización europea o blanca; pero la mecánica y la disciplina de ésta le
imponen automáticamente sus hábitos y sus concepciones. En contacto con una
civilización maquinista, asombrosamente dotada para el dominio de la
naturaleza, la idea del progreso, por ejemplo, es de un irresistible poder de
contagio o seducción. Pero este proceso de asimilación o incorporación se
cumple prontamente sólo en un medio en el cual actúan vigorosamente las
energías de la cultura industrial. En el latifundio feudal, en el burgo
retardado, el mestizaje carece de elementos de ascensión. En su sopor
extenuante, se anulan las virtudes y los valores de las razas entremezcladas;
y, en cambio, se imponen prepotentes las más enervantes supersticiones. Para el
hombre del poblacho mestizo -tan sombríamente descrito por Valcárcel con una
pasión no exenta de preocupaciones sociológicas- la civilización occidental
constituye un confuso espectáculo, no un sentimiento. Todo lo que en esta
civilización es íntimo, esencial, intransferible, energético, permanece ajeno a
su ambiente vital. Algunas imitaciones externas, algunos hábitos subsidiarios,
pueden dar la impresión de que este hombre se mueve dentro de la órbita de la
civilización moderna. Mas, la verdad es otra. Desde este punto de vista, el
indio, en su medio nativo, mientras la emigración no lo desarraiga ni deforma,
no tiene nada que envidiar al mestizo. Es evidente que no está incorporado aún
en esta civilización expansiva, dinámica, que aspira a la universalidad. Pero
no ha roto con su pasado. Su proceso histórico está detenido, paralizado, mas
no ha perdido, por esto, su individualidad. El indio tiene una existencia
social que conserva sus costumbres, su sentimiento de la vida, su actitud ante
el universo. Los "residuos" y las derivaciones de que nos habla la
sociología de Pareto, que continúan obrando sobre él, son los de su propia
historia. La vida del indio tiene estilo. A pesar de la conquista, del
latifundio, del gamonal, el indio de la sierra se mueve todavía, en cierta
medida, dentro de su propia tradición. El ayllu es un tipo social bien
arraigado en el medio y la raza (41). El indio sigue viviendo su antigua vida
rural. Guarda hasta hoy su traje, sus costumbres, sus industrias típicas. Bajo
el más duro feudalismo, los rasgos de la agrupación social indígena no han
llegado a extinguirse. La sociedad indígena puede mostrarse más o menos
primitiva o retardada; pero es un tipo orgánico de sociedad y de cultura. Y ya
la experiencia de los pueblos de Oriente, el Japón, Turquía, la misma China,
nos han probado cómo una sociedad autóctona, aun después de un largo colapso, puede
encontrar por sus propios pasos, y en muy poco tiempo, la vía de la
civilización moderna y traducir, a su propia lengua, las lecciones de los
pueblos de Occidente.
XVIII. ALCIDES
SPELUCÍN
En el primer libro
de Alcides Spelucín están, entre otras, las poesías que me leyó hace nueve años
cuando nos conocimos en Lima en la redacción del diario donde yo trabajaba.
Abraham Valdelomar medió fraternamente en este encuentro, después del cual
Alcides y yo nos hemos reencontrado pocas veces, pero hemos estado cada día más
próximos. Nuestros destinos tienen una esencial analogía dentro de su
disimilitud formal. Procedemos él y yo, más que de la misma generación, del
mismo tiempo. Nacimos bajo idéntico signo. Nos nutrimos en nuestra adolescencia
literaria de las mismas cosas: decadentismo, modernismo, esteticismo,
individualismo, escepticismo. Coincidimos más tarde en el doloroso y angustiado
trabajo de superar estas cosas y evadirnos de su mórbido ámbito. Partimos al
extranjero en busca no del secreto de los otros sino en busca del secreto de
nosotros mismos. Yo cuento mi viaje en un libro de política; Spelucín cuenta el
suyo en un libro de poesía. Pero en esto no hay sino diferencia de aptitud o,
si se quiere, de temperamento; no hay diferen- cia de peripecia ni de espíritu.
Los dos nos embarcamos en la "barca de oro en pos de una isla buena".
Los dos en la procelosa aventura, hemos encontrado a Dios y hemos descubierto a
la Humanidad. Alcides y yo, puestos a elegir entre el pasado y el porvenir,
hemos votado por el porvenir. Supérstites dispersos de una escaramuza
literaria, nos sentimos hoy combatientes de una batalla histórica. El Libro de
la Nave Dorada es una estación del viaje y del espíritu de Alcides Spelucín.
Orrego advierte de esto al lector, en el prefacio, henchido de emoción, grávido
de pensamiento, que ha escrito para este libro. "No representa -escribe-
la actualidad estética del creador. Es un libro de la adolescencia, la labor
poética primigenia, que apenas rompe el claustro de la anónima intimidad. El
poeta ha recorrido desde entonces mucho camino ascendente y gozoso; también
mucha senda dolorosa. El espíritu está hoy más granado, la visión más luminosa,
el vehículo expresivo más rico, más agilizado y más potente; el pensamiento más
deslumbrado de sabiduría; más extenso de panorama; más valorizado por el
acumulamiento de intuiciones; el corazón más religioso, más estremecido y más
abierto hacia el mundo. Es preciso marcar esto para que el lector se dé cuenta
de la penosa precocidad del poeta que cuando escribe este libro es casi un
niño" (42). Como canción del mar, como balada del trópico, este libro es
en la poesía de América algo así como una encantada prolongación de la
"Sinfonía en Gris Mayor". La poesía de Alcides tiene en esta jornada
ecos melodiosos de la música rubendariana. Se nota también su posterioridad a
las adquisiciones hechas por la lírica hispanoamericana en la obra de Herrera y
Reissig. La huella del poeta uruguayo está espléndidamente viva en versos como
estos:
Y ante un
despertamiento planetario de nardos
bramando lilas
tristes por la ruta de oriente
se van los
vesperales, divinos leopardos.
("Caracol bermejo").
Pero esta presencia
de Herrera y Reissig y la del propio Rubén Darío no es sensible sino en la
técnica, en la forma, en la estética. Spelucín tiene del decadentismo la
expresión; pero no tiene el espíritu. Sus estados de alma no son nunca
mórbidos. Una de las cosas que atraen en él es su salud cabal. Alcides ha
absorbido muchos de los venenos de su época, pero su recia alma, un poco
rústica en el fondo, se ha conservado pura y sana. Así, está más viviente y
personal en esta plegaria de acendrado lirismo.
¿No me darás la
arcilla de la cantera rosa
donde labrar mi
base para gustar Amor?
¿No me darás un
poco de tierra melodiosa
donde plasmar la
fiebre de mi ensueño, Señor?
Alcides se semeja a
Vallejo en la piedad humana, en la ternura humilde, en la efusión cordial. En
una época que era aún de egolatrismo exasperado y bizantinismo d'annunziano, la
poesía de Alcides tiene un perfume de parábola franciscana. Su alma se
caracteriza por un cristianismo espontáneo y sustancial. Su acento parece ser
siempre el de esta otra plegaria con sabor de espiga y de ángelus como algunos
versos de Francis Jammes: Por esta dulce hermana menor de ojos tan suaves ...
Esta claridad, esta inocencia de Alcides, son perceptibles hasta en esas
"aguas fuertes" de estirpe un poco bodeleriana, que, asumiendo
íntegra la responsabilidad de su poesía de juventud, ha incluido en El Libro de
la Nave Dorada. Y son tal vez la raíz de su socialismo que es un acto de amor
más que de protesta.
XIX. BALANCE PROVISORIO
No he tenido en
esta sumarísima revisión de valores signos el propósito de hacer historia ni
crónica. No he tenido siquiera el propósito de hacer crítica, dentro del
concepto que limita la crítica al campo de la técnica literaria. Me he
propuesto esbozar los lineamientos o los rasgos esenciales de nuestra
literatura. He realizado un ensayo de interpretación de su espíritu; no de
revisión de sus valores ni de sus episodios. Mi trabajo pretende ser una teoría
o una tesis y no un análisis. Esto explicará la prescindencia deliberada de
algunas obras que, con incon-testable derecho a ser citadas y tratadas en la
crónica y en la crítica de nuestra literatura, carecen de significación
esencial en su proceso mismo. Esta significación, en todas las literaturas, la dan
dos cosas: el extraordinario valor intrínseco de la obra o el valor histórico
de su influencia. El artista perdura realmente, en el espíritu de una
literatura, o por su obra o por su descendencia. De otro modo, perdura sólo en
sus bibliotecas y en su cronología. Y entonces puede tener mucho interés para
la especulación de eruditos y bibliógrafos; pero no tiene casi ningún interés
para una interpretación del sentido profundo de una literatura. El estudio de
la última generación, que constituye un fenómeno en pleno movimiento, en actual
desarrollo, no puede aún ser efectuado con este mismo carácter de balance (43).
Precisamente en nombre del revisionismo de los nuevos se instaura el proceso de
la literatura nacional. En este proceso como es lógico, se juzga el pasado; no
se juzga el presente. Sólo sobre el pasado puede decir ya esta generación su
última palabra. Los nuevos, que pertenecen más al porvenir que al
presente, son en
este proceso jueces, fiscales, abogados, testigos. Todo, menos acusados. Sería
prematuro y precario, por otra parte, un cuadro de valores que pretendiese
fijar lo que existe en potencia o en crecimiento. La nueva generación señala
ante todo la decadencia definitiva del "colonialismo". El prestigio
espiritual y sentimental del Virreinato, celosa e interesadamente cultivado por
sus herederos y su clientela, tramonta para siempre con esta generación. Este
fenómeno literario e ideológico se presenta, naturalmente, como una faz de un
fenómeno mucho más vastoPero todavía duraba lo fundamental del colonialismo: el
prestigio intelectual y sentimental del Virreinato. Había decaído la antigua
forma; pero no había decaído igualmente el antiguo espíritu. Hoy la ruptura es
sustancial. El "indigenismo", como hemos visto, está extirpando, poco
a poco, desde sus raíces, al "colonialismo". Y este impulso no
procede exclusivamente de la sierra. Valdelomar, Falcón, criollos, costeños, se
cuentan -no discutamos el acierto de sus tentativas-, entre los que primero han
vuelto sus ojos a la raza. Nos vienen, de fuera, al mismo tiempo, variadas
influencias internacionales. Nuestra literatura ha entrado en su período de
cosmopolitismo. En Lima, este cosmopolitismo se traduce, en la imitación entre
otras cosas de no pocos corrosivos decadentismos occidentales y en la adopción
de anárquicas modas finiseculares. Pero, bajo este flujo precario, un nuevo
sentimiento, una nueva revelación se anuncian. Por los caminos universales,
ecuménicos, que tanto se nos reprocha, nos vamos acercando cada vez más a
nosotros mismos.
“JOSÉ
CARLOS
MARIÁTEGUI”
“7
ENSAYOS DE INTERPRETACI ÓN DE LA REALIDAD PERUANA”
EL libro: "7 ENSAYOS DE
INTERPRETACIÓN DE LA REALIDAD PERUANA"
de José Carlos Mariátegui, que es una obra importantísima a nivel literal y
cultural, trata con mucha claridad el tema de la descentralización, en una
realidad no muy lejana a la que nosotros tenemos conocimiento.
Los
|
7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana
|
fueron
|
||||||||||
publicados como
|
libro
|
en 1928.
|
Mariátegui aspira a dar un
testimonio de parte
|
y a
|
||||||||
contribuir a la creación del socialismo peruano.
|
||||||||||||
Básicamente nosotras nos hemos centrado de toda esta obra en el II
|
||||||||||||
Capitulo, que esta titulado como "El problema del indio", en
|
lo económico-social y no
|
|||||||||||
pedagógico,
|
jurídico,
|
eclesiástico,
|
moral
|
o
|
cultural.
|
Para
|
Mariátegui
|
|||||
el problema indígena radica en "El problema de la tierra",
que es
|
examinado
|
por
|
el
|
|||||||||
tercer ensayo.
|
||||||||||||
El
|
problema agrario
|
se presenta
|
como
|
el
|
de la cancelación
|
|||||||
del feudalismo
|
en el Perú, cuyas
|
expresiones
|
encontraba
|
nuestro
|
gran
|
escritor
|
||||||
Mariátegui que eran en su época el latifundio y la servidumbre.
|
De toda esta investigación hemos obtenido conocimientos increíbles que
han hecho que nosotras tengamos noción de algunas realidades de nuestro país
que a ser verdad desconocíamos.
“Esperamos que la presente monografía sea de suma importancia al lector
por ser un tema de suma importancia”
LAS AUTORAS.
A nuestros padres que nos dieron y dan su apoyo en todo momento para
culminar con éxito este trabajo.
Quienes aportaron para el desarrollo de nuestra monografía, trabajamos
voluntariamente con amor y dedicación, queremos ofrecerlo a todos sin distingo
de raza y en especial a todas aquellas personas interesadas en el desarrollo de
este tema tan importante.
Hacemos todo con las mejores intenciones, trabajándolo con respeto y
humildad, ofreciéndolo de corazón. Para algunos esto significa en resumen,
ofrecer lo que hago a Dios.
II.
CAPITULO
“EL
PROBLEMA
DEL
INDIO”
Esta parte dentro de este capítulo, trata sobre el problema indígena,
que ignoran o eluden a éste como problema económico-social, son otros tantos
estériles ejercicios teoréticos –y a veces sólo verbales–, condenados a un
absoluto descrédito. No las salva a algunas su buena fe. Prácticamente, todas
no han servido sino para ocultar o desfigurar la realidad del problema. La
crítica socialista lo descubre y esclarece, porque busca sus causas en la
economía del país y no en su mecanismo administrativo, jurídico o eclesiástico,
ni en su dualidad o pluralidad de razas, ni en sus condiciones culturales y
morales.
La cuestión indígena arranca de nuestra economía. Tiene sus raíces en el
régimen de propiedad de la tierra. Cualquier intento de resolverla con medidas
de administración o policía, con métodos de enseñanza o con obras de vialidad,
constituye un trabajo superficial o adjetivo, mientras subsista la feudalidad
de los “gamonales”.
El “gamonalismo” invalida inevitablemente toda ley u ordenanza de
protección indígena. El hacendado, el latifundista, es un señor feudal. En el
prólogo de Tempestad en los Andes de Valcárcel45, vehemente y beligerante
evangelio indigenista, he explicado así mi punto de vista: “La fe en el
resurgimiento indígena no proviene de un proceso de ‘occidentalización’
material de la tierra quechua. No es la civilización, no es el alfabeto del
blanco, lo que levanta el alma del indio. Es el mito46, es la idea de la
revolución socialista.
La esperanza indígena es absolutamente revolucionaria. El mismo mito, la
misma idea, son agentes decisivos del despertar de otros viejos pueblos, de
otras viejas razas en colapso: hindúes, chinos, etc. La historia universal
tiende hoy como nunca a regirse por el mismo cuadrante. ¿Por qué ha de ser el
pueblo incaico,que construyó el más desarrollado y armónico
sistema comunista, el único insensible a la emoción mundial?
El movimiento indigenista con las corrientes revolucionarias mundiales
es demasiado evidente para que precise documentarla. Yo he dicho ya que he
llegado al entendimiento y a la valorización justa de lo indígena por la vía
del socialismo. Hombre de diversa formación intelectual, influido por sus
gustos tradicionalistas, orientado por distinto género de sugestiones y
estudios, Valcárcel resuelve políticamente su indigenismo en socialismo. En
este libro nos dice, entre otras cosas, que ‘el proletariado indígena espera su
Lenin’. No sería diferente el lenguaje de un marxista.
La reivindicación indígena carece de concreción histórica mientras se
mantiene en un plano filosófico o cultural. Para adquirirla –esto es para
adquirir realidad, corporeidad– necesita convertirse en reivindicación
económica y política.
El socialismo nos ha enseñado a plantear el problema indígena en nuevos
términos. Hemos dejado de considerarlo abstractamente como problema étnico o
moral para reconocerlo concretamente como problema social, económico y
político. Y entonces lo hemos sentido, por primera vez, esclarecido y demarcado.
Los que no han roto todavía el cerco de su educación liberal burguesa y,
colocándose en una posición abstractista y literaria, se entretienen en barajar
los aspectos raciales del problema, olvidan que la política y, por tanto la
economía, lo dominan fundamentalmente.
Emplean un lenguaje pseudo-idealista para escamotear la realidad
disimulándola bajo sus atributos y consecuencias. Oponen a la dialéctica
revolucionaria un confuso galimatías crítico, conforme al cual la solución del
problema indígena no puede partir de una reforma o hecho político porque a los
efectos inmediatos de éste
escaparía una compleja multitud de costumbres y
vicios que sólo pueden transformarse a través de una evolución lenta y normal.
La historia, afortunadamente, resuelve todas las dudas y desvanece todos los
equívocos.
La Conquista fue un hecho político. Interrumpió bruscamente el proceso
autónomo de la nación quechua, pero no implicó una repentina sustitución de las
leyes y costumbres de los nativos por las de los conquistadores. Sin embargo,
ese hecho político abrió, en todos los órdenes de cosas, así espirituales como
materiales, un nuevo período. El cambio de régimen bastó para mudar desde sus
cimientos la vida del pueblo quechua. La Independencia fue otro hecho político.
Tampoco correspondió a una radical transformación de la estructura económica y
social del Perú; pero inauguró, no obstante, otro período de nuestra historia,
y si no mejoró prácticamente la condición del indígena, por no haber tocado
casi la infraestructura económica colonial, cambió su situación jurídica, y
franqueó el camino de su emancipación política y social. Si la República no
siguió este camino, la responsabilidad de la omisión corresponde exclusivamente
a la clase que usufructuó la obra de los libertadores tan rica potencialmente
en valores y principios creadores.
El problema indígena no admite ya la mistificación a que perpetuamente
lo ha sometido una turba de abogados y literatos, consciente o
inconscientemente mancomunados con los intereses de la casta latifundista.
La ley no puede prevalecer contra los gamonales. El funcionario que se
obstinase en imponerla, sería abandonado y sacrificado por el poder central,
cerca del cual son siempre omnipotentes las influencias del gamonalismo, que
actúan directamente o a través del parlamento, por una y otra vía con la misma
eficacia. El nuevo examen del problema indígena, por esto, se preocupa mucho
menos de los lineamientos de una legislación tutelar que de
las consecuencias del régimen de propiedad agraria. El estudio del Dr. José A.
Encinas (Contribución a una legislación tutelar indígena) inicia en 191848 esta
ce demasiado netamente como una simple consecuencia del régimen económico y
social que sobre ella pesa desde hace siglos. Este régimen sucesor de la
feudalidad colonial, es el ‘gamonalismo’. Bajo su imperio, no se puede hablar
seriamente de redención del indio.
El término ‘gamonalismo’ no designa sólo una categoría social y
económica: la de los latifundistas o grandes propietarios agrarios. Designa
todo un fenómeno. El gamonalismo no está representado sólo por los gamonales
propiamente dichos. Comprende una larga jerarquía de funcionarios,
intermediarios, agentes, parásitos, etc. El indio alfabeto se transforma en un
explotador de su propia raza porque se pone al servicio del gamonalismo. El
factor central del fenómeno es la hegemonía de la gran propiedad semifeudal en
la política y el mecanismo del Estado.
Por consiguiente, es sobre este factor sobre el que se debe actuar si se
quiere atacar en su raíz un mal del cual algunos se empeñan en no contemplar
sino las expresiones episódicas o subsidiarias. Esa liquidación del
gamonalismo, o de la feudalidad, podía haber sido realizada por la República
dentro de los principios liberales y capitalistas. Pero por las razones que
llevo ya señaladas estos principios no han dirigido efectiva y plenamente
nuestro proceso histórico. Saboteados por la propia clase encargada de
aplicarlos, durante más de un siglo han sido impotentes para redimir al indio
de una servidumbre que constituía un hecho absolutamente solidario con el de la
feudalidad.
No es el caso de esperar que hoy, que estos principios están en crisis
en el mundo, adquieran repentinamente en el Perú una insó- lita vitalidad
creadora.
El pensamiento revolucionario, y aun el
reformista, no puede ser ya liberal sino socialista. El socialismo aparece en
nuestra historia no por una razón de azar, de imitación o de moda, como
espíritus superficiales suponen, sino como una fatalidad histórica. Y sucede que
mientras, de un lado, los que profesamos el socialismo propugnamos lógicamente
y coherentemente la reorganización del país sobre bases socialistas y –constatando
que el régimen económico y político que combatimos se ha convertido
gradualmente en una fuerza de colonización del país por los capitalismos
imperialistas extranjeros–, proclamamos que éste es un instante de nuestra
historia en que no es posible ser efectivamente nacionalista y revolucionario
sin ser socialista, de otro lado no existe en el Perú, como no ha existido
nunca, una burguesía progresista, con sentido nacional, que se profese liberal
y democrática y que inspire su política en los postulados de su doctrina”.
Con sólo adquirir algo el individuo asciende algunos peldaños en la
escala social, porque las clases se reducen a grupos clasificados por el monto
de la riqueza. A la inversa del globo aerostático, sube más el que más pesa. Al
que diga: la escuela, respóndasele: la escuela y el pan. La cuestión del indio,
más que pedagógica, es económica, es social”. “Sostener la condición económica
del indio –escribe Encinas– es el mejor modo de elevar su condición social. Su
fuerza económica se encuentra en la tierra, allí se encuentra toda su
actividad. Retirarlo de la tierra es variar, profunda y peligrosamente,
ancestrales tendencias de la raza. No hay como el trabajo de la tierra para
mejorar sus condiciones económicas.
Encinas, en otra parte, dice: “Las instituciones jurídicas relativas a
la propiedad tienen su origen en las necesidades económicas. Nuestro Código
Civil no está en armonía con los principios económicos, porque es
individualista en lo que se refiere a la propiedad. La
ilimitación del derecho de propiedad ha creado el latifundio con detrimento de
la propiedad indígena.
La fecundidad de la República, desde las jornadas de la Independencia,
en decretos, leyes y providencias encaminadas a amparar a los indios contra la
exacción y el abuso, no es de las menos considerables. El gamonal de hoy, como
el “encomendero” de ayer, tiene sin embargo muy poco que temer de la teoría
administrativa. Sabe que la práctica es distinta. El carácter individualista de
la legislación de la República ha favorecido, incuestionablemente, la absorción
de la propiedad indígena por el latifundismo. La situación del indio, a este
respecto, estaba contemplada con mayor realismo por la legislación española.
Pero la reforma jurídica no tiene más valor práctico que la reforma
administrativa, frente a un feudalismo intacto en su estructura económica. La
apropiación de la mayor parte de la propiedad comunal e individual indígena
está ya cumplida.
La experiencia de todos los países que han salido de su evo-feudal, nos
demuestra, por otra parte, que sin la disolución del feudo no ha podido
funcionar, en ninguna parte, un derecho liberal. La suposición de que el
problema indígena es un problema étnico, se nutre del más envejecido repertorio
de ideas imperialistas. El concepto de las razas inferiores sirvió al Occidente
blanco para su obra de expansión y conquista.
Esperar la emancipación indígena de un activo cruzamiento de la raza
aborigen con inmigrantes blancos, es una ingenuidad anti sociológica,
concebible sólo en la mente rudimentaria de un importador de carneros merinos.
Los pueblos asiáticos, a los cuales no es inferior en un ápice el pueblo indio,
han asimilado admirablemente la cultura occidental, en lo que tiene de más
dinámico y creador, sin transfusiones de
sangre europea. La degeneración del indio
peruano es una barata invención de los leguleyos de la mesa feudal.
La tendencia a considerar el problema indígena como un problema moral,
encarna una concepción liberal, humanitaria, ochocentista, iluminista, que en
el orden político de Occidente anima y motiva las “ligas de los Derechos del
Hombre”.
La Asociación Pro-Indígena (1909-1917) representó, ante todo, la misma
esperanza, aunque su verdadera eficacia estuviera en los fines concretos e
inmediatos de defensa del indio que le asignaron sus directores, orientación
que debe mucho, seguramente, al idealismo práctico, característicamente sajón,
de Dora Mayer. El experimento está ampliamente cumplido, en el Perú y en el
mundo.
La lucha contra el imperialismo, no confía ya sino en la solidaridad y
en la fuerza de los movimientos de emancipación de las masas coloniales. Pero,
como aparece en el mismo interesante balance de la Pro-Indígena, esta
asociación trabajó, sobre todo, por la formación de un sentido de
responsabilidad. El mejor resultado de la Pro-Indígena resulta sin embargo el
despertar indígena. “Lo que era deseable que sucediera, estaba sucediendo; que
los indígenas mismos, saliendo de la tutela de las clases ajenas concibieran
los medios de su reivindicación”. En el terreno de la razón y la moral, se
situaba hace siglos, con mayor energía, o al menos mayor autoridad, la acción
religiosa. Esta cruzada no obtuvo, sin embargo, sino leyes y providencias muy
sabiamente inspiradas. La suerte de los indios no varió sustancialmente.
Como sabemos no consideraban estas cosas con criterio propia o
sectariamente socialista, busca la explicación de este fracaso en la entraña
económica de la cuestión: “No podía suceder de otro modo: oficialmente se
ordenaba la explotación; se pretendía que humanamente se cometieran iniquidades
o equitativamente se consumaran injusticias. Para extirpar
los abusos, habría sido necesario abolir los repartimientos y las mitas, en dos
palabras, cambiar todo el régimen colonial. Sin las faenas del indio americano
se habrían vaciado las arcas del tesoro español”. Más evidentes posibilidades
de éxito que la prédica liberal tenía, con todo, la prédica religiosa. Esta
apelaba al exaltado y operante catolicismo español mientras aquélla intentaba
hacerse escuchar del exiguo y formal liberalismo criollo.
Pero hoy la esperanza en una solución eclesiástica es indiscutiblemente
la más rezagada y antihistórica de todas. Quienes la representan no se
preocupan siquiera, como sus distantes – ¡tan distantes!– maestros, de obtener
una nueva declaración de los derechos del indio, con adecuadas autoridades y
ordenanzas, sino de encargar al misionero la función de mediar entre el indio y
el gamonal.
La obra que la Iglesia no pudo realizar en un orden medioeval, cuando su
capacidad espiritual e intelectual podía medirse por frailes como el padre de
Las Casas, ¿con qué elementos contaría para prosperar ahora? Las misiones
adventistas, bajo este aspecto- Obra citada. “Sólo el misionero –escribe el
señor José León y Bueno, uno de los líderes de la ‘Acción Social de la Juventud’–
puede redimir y restituir al indio.
Siendo el intermediario incansable entre el gamonal y el colono, entre
el latifundista y el comunero, evitando las arbitrariedades del Gobernador que
obedece sobre todo al interés político del cacique criollo; explicando con
sencillez la lección objetiva de la naturaleza e interpretando la vida en su
fatalidad y en su libertad; condenando el desborde sensual de las muchedumbres
en las fiestas; segando la incontinencia en sus mismas fuentes y revelando a la
raza su misión excelsa, puede devolver al Perú su unidad, su dignidad y su
fuerza”.
El concepto de que el problema del indio es un
problema de educación, no aparece sufragado ni aun por un criterio estricta y
autónomamente pedagógico. La pedagogía tiene hoy más en cuenta que nunca los
factores sociales y económicos.
El pedagogo moderno sabe perfectamente que la educación no es una mera
cuestión de escuela y métodos didácticos. El medio económico social condiciona
inexorablemente la labor del maestro.
El gamonalismo es fundamentalmente adverso a la educación del indio: su
subsistencia tiene en el mantenimiento de la ignorancia del indio el mismo
interés que en el cultivo de su alcoholismo. La escuela moderna –en el supuesto
de que, dentro de las circunstancias vigentes, fuera posible multiplicarla en
proporción a la población escolar campesina–, es incompatible con el latifundio
feudal. La mecánica de la servidumbre, anularía totalmente la acción de la
escuela, si esta misma, por un milagro inconcebible dentro de la realidad
social, consiguiera conservar, en la atmósfera del feudo, su pura misión
pedagógica.
La más eficiente y grandiosa enseñanza normal no podría operar estos
milagros. La escuela y el maestro están irremisiblemente condenados a
desnaturalizarse bajo la presión del ambiente feudal, inconciliable con la más
elemental concepción progresista o evolucionista de las cosas. Cuando se
comprende a media esta verdad, se descubre la fórmula salvadora en los
internados indí-genas. Más la insuficiencia clamorosa de esta fórmula se
muestra en toda su evidencia, apenas se reflexiona en el insignificante
porcentaje de la población escolar indígena que resulta posible alojar en estas
escuelas.
La solución pedagógica, propugnada por muchos con perfecta buena fe,
está ya hasta oficialmente descartada. Los educacionistas son, repito, los que
menos pueden pensar en independizarla de la realidad
económico-social. No existe, pues, en la actualidad, sino como una sugestión
vaga e informe, de la que ningún cuerpo y ninguna doctrina se hace responsable.
Es demasiado sabido que la producción y también el contrabando– de aguardiente
de caña, constituye uno de los más lucrativos negocios de los hacendados de la
Sierra. Aun los de la Costa, explotan en cierta escala este filón. El
alcoholismo del peón y del colono resulta indispensable a la prosperidad de
nuestra gran propiedad agrícola. El nuevo planteamiento consiste en buscar el
problema indígena en el problema de la tierra.
Todas las tesis sobre el problema indígena, que ignoran o eluden a éste
como problema económico-social, son otros tantos estériles ejercicios
teoréticos -y a veces sólo verbales-, condenados a un absoluto descrédito. No
las salva a algunas su buena fe. Prácticamente, todas no han servido sino para
ocultar o desfigurar la realidad del problema. La crítica socialista lo
descubre y escla-rece, porque busca sus causas en la economía del país y no en
su mecanismo administrativo, jurídico o eclesiástico, ni en su dualidad o
pluralidad de razas, ni en sus condiciones culturales y morales.
La cuestión indígena arranca de nuestra economía. Tiene sus raíces en el
régimen de propiedad de la tierra. Cualquier intento de resolverla con medidas
de administración o policía, con métodos de enseñanza o con obras de vialidad,
constituye un trabajo superficial o adjetivo, mientras subsista la feudalidad
de los "gamonales" (1).
El "gamonalismo" invalida inevitablemente toda ley u ordenanza
de protección indígena. El hacendado, el latifundista, es un señor feudal.
Contra su autoridad, sufragada por el ambiente y el hábito, es impotente la ley
escrita. El trabajo gratuito está prohibido por la ley y, sin embargo, el
trabajo gratuito, y aun el trabajo
forzado, sobreviven en el latifundio. El juez,
el subprefecto, el comisario, el maestro, el recaudador, están enfeudados a la
gran propiedad. La ley no puede prevalecer contra los gamonales. El funcionario
que se obstinase en imponerla, sería abandonado y sacrificado por el poder
central, cerca del cual son siempre omnipotentes las influencias del
gamonalismo, que actúan directamente o a través del parlamento, por una y otra
vía con la misma eficacia.
El nuevo examen del problema indígena, por esto, se preocupa mucho menos
de los lineamientos de una legislación tutelar que de las consecuencias del
régimen de propiedad agraria. El estudio del Dr. José A. Encinas (Contribución
a una legislación tutelar indígena) inicia en 1918 esta tendencia, que de
entonces a hoy no ha cesado de acentuarse. Pero, por el carácter mismo de su
trabajo, el Dr. Encinas no podía formular en él un programa económico-social.
Sus proposiciones, dirigidas a la tutela de la propiedad indígena, tenían que
limitarse a este objetivo jurídico.
Esbozando las bases del Home Stead indígena, el Dr. Encinas recomienda
la distribución de tierras del Estado y de la Iglesia. No menciona
absolutamente la expropiación de los gamonales latifundistas. Pero su tesis se
distingue por una reiterada acusación de los efectos del latifundismo, que sale
inapelablemente condenado de esta requisitoria , que en cierto modo preludia la
actual crítica económico-social de la cuestión del indio.
Esta crítica repudia y descalifica las diversas tesis que consideran la
cuestión con uno u otro de los siguientes criterios unilaterales y exclusivos:
administrativo, jurídico, étnico, moral, educacional, eclesiástico.
La derrota más antigua y evidente es, sin duda,
la de los que reducen la protección de los indígenas a un asunto de ordinaria
administración. Desde los tiempos de la legislación colonial española, las
ordenanzas sabias y prolijas, elaboradas después de concienzudas encuestas, se
revelan totalmente infructuosas.
La fecundidad de la República, desde las jornadas de la Independencia,
en decretos, leyes y providencias encaminadas a amparar a los indios contra la
exacción y el abuso, no es de las menos considerables. El gamonal de hoy, como
el "encomendero" de ayer, tiene sin embargo muy poco que temer de la
teoría administrativa. Sabe que la práctica es distinta.
El carácter individualista de la legislación de la República ha
favorecido, incuestionablemente, la absorción de la propiedad indígena por el
latifundismo. La situación del indio, a este respecto, estaba contemplada con
mayor realismo por la legislación española. Pero la reforma jurídica no tiene
más valor práctico que la reforma administrativa, frente a un feudalismo
intacto en su estructura económica. La apropiación de la mayor parte de la
propiedad comunal e individual indígena está ya cumplida. La experiencia de
todos los países que han salido de su evo feudal, nos demuestra, por otra
parte, que sin la disolución del feudo no ha podido funcionar, en ninguna
parte, un derecho liberal.
La suposición de que el problema indígena es un problema étnico, se
nutre del más envejecido repertorio de ideas imperialistas. El concepto de las
razas inferiores sirvió al Occidente blanco para su obra de expansión y
conquista. Esperar la emancipación indígena de un activo cruzamiento de la raza
aborigen con inmigrantes blancos es una ingenuidad anti sociológica, concebible
sólo en la mente rudimentaria de un importador de carneros merinos. Los pueblos
asiáticos, a los cuales no es inferior
en un ápice el pueblo indio, han asimilado
admirablemente la cultura occidental, en lo que tiene de más dinámico y
creador, sin transfusiones de sangre europea. La degeneración del indio peruano
es una barata invención de los leguleyos de la mesa feudal.
La tendencia a considerar el problema indígena como un problema moral,
encarna una concepción liberal, humanitaria, ochocentista, iluminista, que en
el orden político de Occidente anima y motiva las "ligas de los Derechos
del Hombre". Las conferencias y sociedades antiesclavistas, que en Europa
han denunciado más o menos infructuosamente los crímenes de los colonizadores,
nacen de esta tendencia, que ha confiado siempre con exceso en sus llamamientos
al sentido moral de la civilización. González Prada no se encontraba exento de
su esperanza cuando escribía que la "condición del indígena puede mejorar
de dos maneras: o el corazón de los opresores se conduele al extremo de
reconocer el derecho de los oprimidos, o el ánimo de los oprimidos adquiere la
virilidad suficiente para escarmentar a los opresores”.
La Asociación Pro-Indígena (1909-1917) representó, ante todo, la misma
esperanza, aunque su verdadera eficacia estuviera en los fines concretos e
inmediatos de defensa del indio que le asignaron sus directores, orientación
que debe mucho, seguramente, al idealismo práctico, característicamente sajón,
de Dora Mayer.
El experimento está ampliamente cumplido, en el Perú y en el mundo. La
prédica humanitaria no ha detenido ni embarazado en Europa el imperialismo ni
ha bonificado sus métodos. La lucha contra el imperialismo, no confía ya sino
en la solidaridad y en la fuerza de los movimientos de emancipación de las masas
coloniales. Este concepto preside en la Europa contemporánea una acción
antiimperialista, a la cual se adhieren espíritus liberales
como Albert Einstein y Romain Rolland, y que por tanto no puede ser considerada
de exclusivo carácter socialista.
En el terreno de la razón y la moral, se situaba hace siglos, con mayor
energía, o al menos mayor autoridad, la acción religiosa. Esta cruzada no
obtuvo, sin embargo, sino leyes y providencias muy sabiamente inspiradas. La
suerte de los indios no varió sustancialmente. González Prada, que como sabemos
no consideraba estas cosas con criterio propia o sectariamente socialista,
busca la explicación de este fracaso en la entraña económica de la cuestión:
"No podía suceder de otro modo: oficialmente se ordenaba la explotación
del vencido y se pedía humanidad y justicia a los ejecutores de la explotación;
se pretendía que humanamente se cometiera iniquidades o equitativamente se
consumaran injusticias.
Para extirpar los abusos, habría sido necesario abolir los repartimientos
y las mitas, en dos palabras, cambiar todo el régimen Colonial. Sin las faenas
del indio americano se habrían vaciado las arcas del tesoro español”. Más
evidentes posibilidades de éxito que la prédica liberal tenía, con todo, la
prédica religiosa. Ésta apelaba al exaltado y operante catolicismo español
mientras aquélla intentaba hacerse escuchar del exiguo y formal liberalismo
criollo.
Pero hoy la esperanza en una solución eclesiástica es indiscutiblemente
la más rezagada y antihistórica de todas. Quienes la representan no se
preocupan siquiera, como sus distantes -¡tan distantes!- maestros, de obtener
una nueva declaración de los derechos del indio, con adecuadas autoridades y
ordenanzas, sino de encargar al misionero la función de mediar entre el indio y
el gamonal (7). La obra que la
Iglesia no pudo realizar en un orden medioeval, cuando su capacidad espiritual
e intelectual podía medirse por frailes como el padre de Las Casas, ¿con qué
elementos contaría para prosperar ahora? Las
misiones adventistas, bajo este aspecto, han ganado la delantera al clero
católico, cuyos claustros convocan cada día menor suma de vocaciones de
evangelización.
El concepto de que el problema del indio es un problema de educación, no
aparece sufragado ni aun por un criterio estricta y autónomamente pedagógico.
La pedagogía tiene hoy más en cuenta que nunca los factores sociales y
económicos. El pedagogo moderno sabe perfectamente que la educación no es una
mera cuestión de escuela y métodos didácticos.
El medio económico social condiciona inexorablemente la labor del
maestro. El gamonalismo es funda-mentalmente adverso a la educación del indio:
su subsistencia tiene en el mantenimiento de la ignorancia del indio el mismo
interés que en el cultivo de su alcoholismo.La escuela moderna -en el supuesto
de que, dentro de las circunstancias vigentes, fuera posible multiplicarla en
proporción a la población escolar campesina- es incompatible con el latifundio
feudal.
La mecánica de la servidumbre, anularía totalmente la acción de la
escuela, si esta misma, por un milagro inconcebible dentro de la realidad
social, consiguiera conservar, en la atmósfera del feudo, su pura misión
pedagógica. La más eficiente y grandiosa enseñanza normal no podría operar
estos milagros. La escuela y el maestro están irremisiblemente condenados a
desnaturalizarse bajo la presión del ambiente feudal, inconciliable con la más
elemental concepción progresista o evolucionista de las cosas.
Cuando se comprende a media esta verdad, se descubre la fórmula
salvadora en los internados indígenas. Más la insuficiencia clamorosa de esta
fórmula se muestra en toda su evidencia, apenas se
reflexiona en el insignificante porcentaje de la población escolar indígena que
resulta posible alojar en estas escuelas.
La solución pedagógica, propugnada por muchos con perfecta buena fe,
está ya hasta oficialmente descartada. Los educacionistas son, repito, los que
menos pueden pensar en independizarla de la realidad económico-social. No
existe, pues, en la actualidad, sino como una sugestión vaga e informe, de la
que ningún cuerpo y ninguna doctrina se hace responsable.
“EL NUEVO PLANTEAMIENTO CONSISTE EN BUSCAR EL PROBLEMA INDÍGENA EN EL
PROBLEMA DE LA TIERRA”.
Todas las tesis sobre el problema indígena, que ignoran o eluden a éste
como problema económico-social, son otros tantos estériles ejercicios
teoréticos -y a veces sólo verbales-, condenados a un absoluto descrédito. No
las salva a algunas su buena fe. Prácticamente, todas no han servido sino para
ocultar o desfigurar la realidad del problema. La crítica socialista lo
descubre y escla-rece, porque busca sus causas en la economía del país y no en
su mecanismo administrativo, jurídico o eclesiástico, ni en su dualidad o
pluralidad de razas, ni en sus condiciones culturales y morales.
La cuestión indígena arranca de nuestra economía. Tiene sus raíces en el
régimen de propiedad de la tierra. Cualquier intento de resolverla con medidas
de administración o policía, con métodos de enseñanza o con obras de vialidad,
constituye un trabajo superficial o adjetivo, mientras subsista la feudalidad
de los "gamonales". El "gamonalismo" invalida
inevitablemente toda ley u ordenanza de protección indígena.
El hacendado, el latifundista, es un señor feudal. Contra su autoridad,
sufragada por el ambiente y el hábito, es impotente la ley escrita. El trabajo
gratuito está prohibido por la ley y, sin embargo, el trabajo gratuito, y aun
el trabajo forzado, sobreviven en el latifundio. El juez, el subprefecto, el
comisario, el maestro, el recaudador, están enfeudados a la gran propiedad. La
ley no puede prevalecer contra los gamonales.
Desde los tiempos de la legislación colonial española, las ordenanzas
sabias y prolijas, elaboradas después de concienzudas encuestas, se revelan
totalmente infructuosas. La fecundidad de la República, desde las jornadas de
la Independencia, en decretos, leyes y providencias encaminadas a amparar a los
indios contra la exacción y el abuso, no es de las menos
considerables. El gamonal de hoy, como el "encomendero" de ayer,
tiene sin embargo muy poco que temer de la teoría administrativa. Sabe que la
práctica es distinta.
El carácter individualista de la legislación de la República ha
favorecido, incuestionablemente, la absorción de la propiedad indígena por el
latifundismo. La situación del indio, a este respecto, estaba contemplada con
mayor realismo por la legislación española. Pero la reforma jurídica no tiene
más valor práctico que la reforma administrativa, frente a un feudalismo
intacto en su estructura económica.
La apropiación de la mayor parte de la propiedad comunal e individual
indígena está ya cumplida. La experiencia de todos los países que han salido de
su evo feudal, nos demuestra, por otra parte, que sin la disolución del feudo
no ha podido funcionar, en ninguna parte, un derecho liberal.
La suposición de que el problema indígena es un problema étnico, se
nutre del más envejecido repertorio de ideas imperialistas. El concepto de las
razas inferiores sirvió al Occidente blanco para su obra de expansión y
conquista.
Esperar la emancipación indígena de un activo cruzamiento de la raza
aborigen con inmigrantes blancos es una ingenuidad anti sociológica, concebible
sólo en la mente rudimentaria de un importador de carneros merinos. Los pueblos
asiáticos, a los cuales no es inferior en un ápice el pueblo indio, han
asimilado admirablemente la cultura occidental, en lo que tiene de más dinámico
y creador, sin transfusiones de sangre europea. La degeneración del indio
peruano es una barata invención de los leguleyos de la mesa feudal. La
tendencia a considerar el problema indígena como un problema moral, encarna una
concepción liberal, humanitaria, ochocentista, iluminista, que
en el orden político de Occidente anima y motiva las "ligas de los
Derechos del Hombre". Las conferencias y sociedades antiesclavistas, que
en Europa han denunciado más o menos infructuosamente los crímenes de los
colonizadores, nacen de esta tendencia, que ha confiado siempre con exceso en
sus llamamientos al sentido moral de la civilización.
La Asociación Pro-Indígena (1909-1917) representó, ante todo, la misma
esperanza, aunque su verdadera eficacia estuviera en los fines concretos e
inmediatos de defensa del indio que le asignaron sus directores, orientación
que debe mucho, seguramente, al idealismo práctico, característicamente sajón.
El experimento está ampliamente cumplido, en el Perú y en el mundo. La
prédica humanitaria no ha detenido ni embarazado en Europa el imperialismo ni
ha bonificado sus métodos.
La lucha contra el imperialismo, no confía ya sino en la solidaridad y
en la fuerza de los movimientos de emancipación de las masas coloniales. Este
concepto preside en la Europa contemporánea una acción antiimperialista, a la
cual se adhieren espíritus liberales como Albert Einstein y Romain Rolland, y
que por tanto no puede ser considerada de exclusivo carácter socialista. En el
terreno de la razón y la moral, se situaba hace siglos, con mayor energía, o al
menos mayor autoridad, la acción religiosa.
Esta cruzada no obtuvo, sin embargo, sino leyes y providencias muy
sabiamente inspiradas. La suerte de los indios no varió sustancialmente.
González Prada, que como sabemos no consideraba estas cosas con criterio propia
o sectariamente socialista, busca la explicación de este fracaso en la entraña
económica de la cuestión: "No podía suceder de otro modo: oficialmente se
ordenaba la explotación del vencido y se pedía humanidad y
justicia a los ejecutores de la explotación; se pretendía que humanamente se
cometiera iniquidades o equitativamente se consumaran injusticias.
Para extirpar los abusos, habría sido necesario abolir los
repartimientos y las mitas, en dos palabras, cambiar todo el régimen Colonial.
Sin las faenas del indio americano se habrían vaciado las arcas del tesoro
español". Más evidentes posibilidades de éxito que la prédica liberal
tenía, con todo, la prédica religiosa.
Ésta apelaba al exaltado y operante catolicismo español mientras aquélla
intentaba hacerse escuchar del exiguo y formal liberalismo criollo. Pero hoy la
esperanza en una solución eclesiástica es indiscutiblemente la más rezagada y
antihistórica de todas.
Quienes la representan no se preocupan siquiera, como sus distantes -
¡tan distantes!- maestros, de obtener una nueva declaración de los derechos del
indio, con adecuadas autoridades y ordenanzas, sino de encargar al misionero la
función de mediar entre el indio y el gamonal.
La obra que la Iglesia no pudo realizar en un orden medioeval, cuando su
capacidad espiritual e intelectual podía medirse por frailes como el padre de
Las Casas, ¿con qué elementos contaría para prosperar ahora? Las misiones
adventistas, bajo este aspecto, han ganado la delantera al clero católico,
cuyos claustros convocan cada día menor suma de vocaciones de evangelización.
El concepto de que el problema del indio es un problema de educación, no
aparece sufragado ni aun por un criterio estricta y autónomamente pedagógico.
La pedagogía tiene hoy más en cuenta que nunca los factores sociales y
económicos. El pedagogo moderno sabe perfectamente que la educación no es una
mera cuestión de escuela y métodos didácticos. El medio
económico social condiciona inexorablemente la labor del maestro.
El gamonalismo es funda-mentalmente adverso a la educación del indio: su
subsistencia tiene en el mantenimiento de la ignorancia del indio el mismo
interés que en el cultivo de su alcoholismo.
La escuela moderna -en el supuesto de que, dentro de las circunstancias
vigentes, fuera posible multiplicarla en proporción a la población escolar
campesina- es incompatible con el latifundio feudal. La mecánica de la
servidumbre, anularía totalmente la acción de la escuela, si esta misma, por un
milagro inconcebible dentro de la realidad social, consiguiera conservar, en la
atmósfera del feudo, su pura misión pedagógica.
La más eficiente y grandiosa enseñanza normal no podría operar estos
milagros. La escuela y el maestro están irremisiblemente condenados a
desnaturalizarse bajo la presión del ambiente feudal, inconciliable con la más
elemental concepción progresista o evolucionista de las cosas.
Cuando se comprende a media esta verdad, se descubre la fórmula
salvadora en los internados indígenas. Mas la insuficiencia clamorosa de esta
fórmula se muestra en toda su evidencia, apenas se reflexiona en el
insignificante porcentaje de la población escolar indígena que resulta posible
alojar en estas escuelas.
La solución pedagógica, propugnada por muchos con perfecta buena fe,
está ya hasta oficialmente descartada. Los educacionistas son, repito, los que
menos pueden pensar en independizarla de la realidad económico-social. No
existe, pues, en la actualidad, sino como una sugestión vaga e informe, de la
que ningún cuerpo y ninguna doctrina se hace responsable. El nuevo
planteamiento consiste en buscar el problema indígena en el
problema de la tierra. SUMARIA REVISION HISTORICA La población del Imperio
Incaico, conforme a cálculos prudentes, no era menor de diez millones. Hay
quienes la hacen subir a doce y aun a quince millones.
La Conquista fue, ante todo, una tremenda carnicería. Los conquistadores
españoles, por su escaso número, no podían imponer su dominio sino
aterrorizando a la población indígena, en la cual produjeron una impresión
supersticiosa las armas y los caballos de los invasores, mirados como seres
sobrenaturales. La organización política y económica de la Colonia, que siguió
a la Conquista, no puso término al exterminio de la raza indígena.
El Virreinato estableció un régimen de brutal explotación. La codicia de
los metales preciosos, orientó la actividad económica española hacia la
explotación de las minas que, bajo los incas, habían sido trabajadas en muy
modesta escala, en razón de no tener el oro y la plata sino aplicaciones ornamentales
y de ignorar los indios, que componían un pueblo esencialmente agrícola, el
empleo del hierro.
Establecieron los españoles, para la explotación de las minas y los
"obrajes", un sistema abrumador de trabajos forzados y gratuitos, que
diezmó la población aborigen. Esta no quedó así reducida sólo a un estado de
servidumbre - como habría acontecido si los españoles se hubiesen limitado a la
explotación de las tierras conservando el carácter agrario del país- sino, en
gran parte, a un estado de esclavitud.
No faltaron voces humanitarias y civilizadoras que asumieron ante el Rey
de España la defensa de los indios. EI padre de Las Casas sobresalió
eficazmente en esta defensa. Las Leyes de Indias se inspiraron en propósitos de
protección de los indios, reconociendo su organización típica en
"comunidades". Pero, prácticamente, los indios
continuaron a merced de una feudalidad despiadada que destruyó la sociedad y la
economía incaicas, sin sustituirlas con un orden capaz de organizar
progresivamente la producción.
La tendencia de los españoles a establecerse en la Costa ahuyentó de
esta región a los aborígenes a tal punto que se carecía de brazos para el
trabajo.
El Virreinato quiso resolver este problema mediante la importación de
esclavos negros, gente que resulto adecuada al clima y las fatigas de los
valles o llanos cálidos de la Costa, e inaparente, en cambio, para el trabajo
de las minas, situadas en la Sierra fría.
El esclavo negro reforzó la dominación española que a pesar de la
despoblación indígena, se habría sentido de otro modo demográficamente
demasiado débil frente al indio, aunque sometido, hostil y enemigo. El negro
fue dedicado al servicio doméstico y a los oficios. El blanco se mezcló
fácilmente con el negro, produciendo este mestizaje uno de los tipos de
población costeña con características de mayor adhesión a lo español y mayor
resistencia a lo indígena.
La Revolución de la Independencia no constituyó, como se sabe, un
movimiento indígena. La promovieron y usufructuaron los criollos y aun los
españoles de las colonias. Pero aprovechó el apoyo de la masa indígena. Y,
además, algunos indios ilustrados como Pumacahua, tuvieron en su gestación
parte importante. El programa liberal de la Revolución comprendía lógicamente
la redención del indio, consecuencia automática de la aplicación de sus
postulados igualitarios.
Y, así, entre los primeros actos de la República, se contaron varias
leyes y decretos favorables a los indios. Se ordenó el reparto de tierras, la
abolición de los trabajos gratuitos, etc.; pero no representando la revolución
en el Perú el advenimiento de una nueva clase dirigente,
todas estas disposiciones quedaron sólo escritas, faltas de gobernantes capaces
de actuarlas. La aristocracia latifundista de la Colonia, dueña del poder, conservó
intactos sus derechos feudales sobre la tierra y, por consiguiente, sobre el
indio.
Todas las disposiciones aparentemente enderezadas a protegerlo, no han
podido nada contra la feudalidad subsistente hasta hoy. El Virreinato aparece
menos culpable que la República. Al Virreinato le corresponde, originalmente,
toda la responsabilidad de la miseria y la depresión de los indios.
Pero, en ese tiempo inquisitorial, una gran voz cristiana, la de fray
Bartolomé de Las Casas, defendió vibrantemente a los indios contra los métodos
brutales de los colonizadores. No ha habido en la República un defensor tan
eficaz y tan porfiado de la raza aborigen. Mientras el Virreinato era un
régimen medioeval y extranjero, la República es formalmente un régimen peruano
y liberal. Tiene, por consiguiente, la República deberes que no tenía el
Virreinato.
A la República le tocaba elevar la condición del indio. Y contrariando
este deber, la República ha pauperizado al indio, ha agravado su depresión y ha
exasperado su miseria. La República ha significado para los indios la ascensión
de una nueva clase dominante que se ha apropiado sistemáticamente de sus
tierras. En una raza de costumbre y de alma agrarias, como la raza indígena,
este despojo ha constituido una causa de disolución material y moral. La tierra
ha sido siempre toda la alegría del indio.
El indio ha desposado la tierra. Siente que "la vida viene de la
tierra" y vuelve a la tierra. Por ende, el indio puede ser indiferente a
todo, menos a la posesión de la tierra que sus manos y su aliento labran y
fecundan religiosamente.
El gamonalismo invalida inevitablemente toda ley
u ordenanza de protección indígena”. Mariátegui presenta al indio en sus
diversas dimensiones; cierra los ojos a sus defectos; tal vez porque hasta ahí
casi todos insistieron en ellos prescindiendo de sus virtudes. Tradujo al
lenguaje semisocialista y cuasi marxista las viejas protestas del Padre Las
Casas.
El indio constituye la célula elemental de la Patria. Devolverle su
autoridad y posibilidades implica devolvérselas a la nación.
La feudalidad criolla se ha comportado, a este respecto, más ávida y más
duramente que la feudalidad española.
En general, en el encomendero español había frecuentemente algunos
hábitos nobles de señorío. El encomendero criollo tiene todos los defectos del
plebeyo y ninguna de las virtudes del hidalgo. La servidumbre del indio, en
suma, no ha disminuido bajo la República. Todas las revueltas, todas las
tempestades del indio, han sido ahogadas en sangre.
A las reivindicaciones desesperadas del indio les ha sido dada siempre
una respuesta marcial. El silencio de la puna ha guardado luego el trágico
secreto de estas respuestas. La República ha restaurado, en fin, bajo el título
de conscripción vial, el régimen de las mitas. La República, además, es
responsable de haber aletargado y debilitado las energías de la raza. La causa
de la redención del indio se convirtió bajo la República, en una especulación
demagógica de algunos caudillos.
Los partidos criollos la inscribieron en su programa. Disminuyeron así
en los indios la voluntad de luchar por sus reivindicaciones. En la Sierra, la
región habitada principalmente por los indios, subsiste apenas modificada en
sus lineamientos, la más bárbara y omnipotente feudalidad. El dominio de la
tierra coloca en manos de los gamonales, la suerte de la raza indígena, caída
en un grado extremo de depresión y de ignorancia. Además de
la agricultura, trabajada muy primitivamente, la Sierra peruana presenta otra
actividad económica: la minería, casi totalmente en manos de dos grandes
empresas norteamericanas. En las minas rige el salariado; pero la paga es
ínfima, la defensa de la vida del obrero casi nula, la ley de accidentes de
trabajo burlada.
El sistema del "enganche", que por medio de anticipos falaces
esclaviza al obrero, coloca a los indios a merced de estas empresas
capitalistas. Es tanta la miseria a que los condena la feudalidad agraria, que
los indios encuentran preferible, con todo, la suerte que les ofrecen las
minas.
La propagación en el Perú de las ideas socialistas ha traído como
consecuencia un fuerte movimiento de reivindicación indígena. La nueva
generación peruana siente y sabe que el progreso del Perú será ficticio, o por
lo menos no será peruano, mientras no constituya la obra y no signifique el
bienestar de la masa peruana que en sus cuatro quintas partes es indígena y
campesina.
Este mismo movimiento se manifiesta en el arte y en la literatura
nacional en los cuales se nota una creciente revalorización de las formas y
asuntos autóctonos, antes depreciados por el predominio de un espíritu y una
mentalidad coloniales españolas.
La literatura indigenista parece destinada a cumplir la misma función
que la literatura "mujikista" en el período pre-revolucionario ruso.
Los propios indios empiezan a dar señales de una nueva conciencia.
Crece día a día la articulación entre los diversos núcleos indígenas
antes incomunicados por las enormes distancias. Inició esta vinculación, la
reunión periódica de congresos indígenas, patrocinada por el Gobierno, pero
como el carácter
de sus reivindicaciones se hizo pronto
revolucionaria, fue desnaturalizada luego con la exclusión de los elementos
avanzados y la leva de representaciones apócrifas.
La corriente indigenista presiona ya la acción oficial. Por primera vez
el Gobierno se ha visto obligado a aceptar y proclamar puntos de vista
indigenistas, dictando algunas medidas que no tocan los intereses del
gamonalismo y que resultan por esto ineficaces.
Por primera vez también el problema indígena, escamoteado antes por la
retórica de las clases dirigentes, es planteado en sus términos sociales y
económicos, identificándosele ante todo con el problema de la tierra.
Cada día se impone, con más evidencia, la convicción de que este
problema no puede encontrar su solución en una fórmula humanitaria. No puede
ser la consecuencia de un movimiento filantrópico. Los patronatos de caciques y
de rábulas son una befa.
Las ligas del tipo de la extinguida Asociación Pro-Indígena son una voz
que clama en el desierto. La Asociación ProIndígena no llegó en su tiempo a
convertirse en un movimiento. Su acción se redujo gradualmente a la acción
generosa, abnegada, nobilísima, personal de Pedro S. Zulen y Dora Mayer.
Como experimento, el de la Asociación Pro-Indígena sirvió para
contrastar, para medir, la insensibilidad moral de una generación y de una
época. La solución del problema del indio tiene que ser una solución social.
Sus realizadores deben ser los propios indios. Este concepto conduce a ver en
la reunión de los congresos indígenas un hecho histórico. Los congresos
indígenas, desvirtuados en los últimos años por el burocratismo, no
representaban todavía un programa; pero sus primeras reuniones señalaron una
ruta comunicando a los indios de las diversas regiones. A
los indios les falta vinculación nacional. Sus protestas han sido siempre
regionales.
Esto ha contribuido, en gran parte, a su abatimiento. Un pueblo de
cuatro millones de hombres, consciente de su número, no desespera
amauta.lahaine.org 26 nunca de su porvenir. Los mismos cuatro millones de
hombres, mientras no sean sino una masa inorgánica, una muchedumbre dispersa,
son incapaces de decidir su rumbo histórico.
En el prólogo de Tempestad en los Andes de Valcárcel, vehemente y
beligerante evangelio indigenista, he explicado así mi punto de vista: "La
fe en el resurgimiento indígena no proviene de un proceso de
'occidentalización' material de la tierra quechua. No es la civilización, no es
el alfabeto del blanco, lo que levanta el alma del indio.
Es el mito, es la idea de la revolución socialista. La esperanza
indígena es absolutamente revolucionaria. El mismo mito, la misma idea, son
agentes decisivos del despertar de otros viejos pueblos, de otras viejas razas
en colapso: hindúes, chinos, etc. La historia universal tiende hoy como nunca a
regirse por el mismo cuadrante. ¿Por qué ha de ser el pueblo incaico, que
construyó el más desarrollado y armónico sistema comunista, el único insensible
a la emoción mundial? La consanguinidad del movimiento indigenista con las
corrientes revolucionarias mundiales es demasiado evidente para que precise
documentarla.
Yo he dicho ya que he llegado al entendimiento y a la valorización justa
de lo indígena por la vía del socialismo. El caso de Valcárcel demuestra lo
exacto de mi experiencia personal. Hombre de diversa formación intelectual,
influido por sus gustos
tradicionalistas, orientado por distinto género
de sugestiones y estudios, Valcárcel resuelve políticamente su indigenismo en
socialismo.
En este libro nos dice, entre otras cosas, que 'el proletariado indígena
espera su Lenin'. No sería diferente el lenguaje de un marxista. La
reivindicación indígena carece de concreción histórica mientras se mantiene en
un plano filosófico o cultural. Para adquirirla -esto es para adquirir
realidad, corporeidad- necesita convertirse en reivindicación económica y
política.
El socialismo nos ha enseñado a plantear el problema indígena en nuevos
términos. Hemos dejado de considerarlo abstractamente como problema étnico o moral
para reconocerlo concretamente como problema social, económico y político. Y
entonces lo hemos sentido, por primera vez, esclarecido y demarcado. Los que no
han roto todavía el cerco de su educación liberal burguesa y, colocándose en
una posición abstractista y literaria, se entretienen en barajar los aspectos
raciales del problema, olvidan que la política y, por tanto la economía, lo
dominan fundamentalmente.
Emplean un lenguaje seudoidealista para escamotear la realidad
disimulándola bajo sus atributos y consecuencias. Oponen a la dialéctica
revolucionaria un confuso galimatías crítico, conforme al cual la solución del
problema indígena no puede partir de una reforma o hecho político porque a los
efectos inmediatos de éste escaparía una compleja multitud de costumbres y
vicios que sólo pueden transformarse a través de una evolución lenta y normal.
La historia, afortunadamente, resuelve todas las dudas y desvanece todos los
equívocos.
La Conquista fue un hecho político. Interrumpió bruscamente el proceso
autónomo de la nación quechua, pero no implicó una repentina sustitución de las
leyes y costumbres de los nativos por las de los conquistadores. Sin embargo,
ese hecho político abrió, en todos los órdenes de cosas, así
espirituales como materiales, un nuevo período.
El cambio de régimen bastó para mudar desde sus cimientos la vida del
pueblo quechua. La Independencia fue otro hecho político. Tampoco correspondió
a una radical transformación de la estructura económica y social del Perú; pero
inauguró, no obstante, otro período de nuestra historia, y si no mejoró
prácticamente la condición del indígena, por no haber tocado casi la
infraestructura económica colonial, cambió su situación jurídica, y franqueó el
camino de su emancipación política y social.
Si la República no siguió este camino, la responsabilidad de la omisión
corresponde exclusivamente a la clase que usufructuó la obra de los
libertadores tan rica potencialmente en valores y principios creadores. El
problema indígena no admite ya la mistificación a que perpetuamente lo ha
sometido una turba de abogados y literatos, consciente o inconscientemente
mancomunados con los intereses de la casta latifundista.
La miseria moral y material de la raza indígena aparece demasiado
netamente como una simple consecuencia del régimen económico y social que sobre
ella pesa desde hace siglos. Este régimen sucesor de la feudalidad colonial, es
el gamonalismo. Bajo su imperio, no se puede hablar seriamente de redención del
indio. El término 'gamonalismo' no designa sólo una categoría social y
económica: la de los latifundistas o grandes propietarios agrarios. Designa
todo un fenómeno.
El gamonalismo no está representado sólo por los gamonales propiamente
dichos. Comprende una larga jerarquía de funcionarios, intermediarios, agentes,
parásitos, etc. El indio alfabeto se transforma en un explotador de su propia
raza porque se pone al servicio del gamonalismo.
El factor central del fenómeno es la hegemonía
de la gran propiedad semifeudal en la política y el mecanismo del Estado. Por
consiguiente, es sobre este factor sobre el que se debe actuar si se quiere
atacar en su raíz un mal del cual algunos se empeñan en no contemplar sino las
expresiones episódicas o subsidiarias.
Esa liquidación del gamonalismo, o de la feudalidad, podía haber sido
realizada por la República dentro de los principios liberales y capitalistas.
Pero por las razones que llevo ya señaladas estos principios no han dirigido
efectiva y plenamente nuestro proceso histórico.
Saboteados por la propia clase encargada de aplicarlos, durante más de
un siglo han sido impotentes para redimir al indio de una servidumbre que
constituía un hecho absolutamente solidario con el de la feudalidad. No es el
caso de esperar que hoy, que estos principios están en crisis en el mundo,
adquieran repentinamente en el Perú una insólita vitalidad creadora. El
pensamiento revolucionario, y aun el reformista, no puede ser ya liberal sino
socialista.
El socialismo aparece en nuestra historia no por una razón de azar, de
imitación o de moda, como espíritus superficiales suponen, sino como una
fatalidad histórica. Y sucede que mientras, de un lado, los que profesamos el
socialismo propugnamos lógica y coherentemente la reorganización del país sobre
bases socialistas y -constatando que el régimen económico y político que
combatimos se ha convertido gradualmente en una fuerza de colonización del país
por los capitalismos imperialistas extranjeros-, proclamamos que este es un
instante de nuestra historia en que no es posible ser efectivamente
nacionalista y revolucionario sin ser socialista; de otro lado no existe en el
Perú, como no ha existido nunca, una burguesía progresista, con
sentido nacional, que se profese liberal y democrática y que inspire su
política en los postulados de su doctrina".
González Prada, que ya en uno de sus primeros discursos de agitador
intelectual había dicho que formaban el verdadero Perú los millones de indios
de los valles andinos, en el capítulo "Nuestros indios" incluido en
la última edición de Horas de Lucha, tiene juicios que lo señalan como el
precursor de una nueva conciencia social: "Nada cambia más pronto ni más
radicalmente la psicología del hombre que la propiedad: al sacudir la
esclavitud del vientre, crece en cien palmos.
Con sólo adquirir algo el individuo asciende algunos peldaños en la
escala social, porque las clases se reducen a grupos clasificados por el monto
de la riqueza. A la inversa del globo aerostático, sube más el que más pesa. Al
que diga: la escuela, respóndasele: la escuela y el pan.
La cuestión del indio, más que pedagógica, es económica, es
social". "Sostener la condición económica del indio -escribe Encinas-
es el mejor modo de elevar su condición social. Su fuerza económica se
encuentra en la tierra, allí se encuentra toda su actividad. Retirarlo de la
tierra es variar, profunda y peligrosamente, ancestrales tendencias de la raza.
No hay como el trabajo de la tierra para mejorar sus condiciones
económicas. En ninguna otra parte, ni en ninguna otra forma puede encontrar mayor
fuente de riqueza como en la tierra" (Contribución a una legislación
tutelar indígena, p. 39).
Encinas, en otra parte, dice: "Las instituciones jurídicas
relativas a la propiedad tienen su origen en las necesidades económicas.
Nuestro Código Civil no está en armonía con los principios económicos, porque
es individualista en lo que se
refiere a la propiedad. La ilimitación del
derecho de propiedad ha creado el latifundio con detrimento de la propiedad
indígena. La propiedad del suelo improductivo ha creado la enfeudación de la
raza y su miseria" (p. 13). 4. González Prada, Horas de Lucha, 2ª edición,
"Nuestros indios".
Dora Mayer de Zulen resume así el carácter del experimento Pro-Indígena:
"En fría concreción de datos prácticos, la Asociación Pro-Indígena
significa para los historiadores lo que Mariátegui supone un experimento de
rescate de la atrasada y esclavizada Raza Indígena por medio de un cuerpo
protector extraño a ella, que gratuitamente y por vías legales ha procurado
servirle como abogado en sus reclamos ante los Poderes del Estado".
Pero, como aparece en el mismo interesante balance de la Pro-Indigena,
Dora Mayer piensa que esta asociación trabajó, sobre todo, por la formación de
un sentido de responsabilidad. "Dormida estaba -anota- a los cien años de
la emancipación republicana del Perú, la conciencia de los gobernantes, la
conciencia de los gamonales, la conciencia del clero, la conciencia del público
ilustrado y semiilustrado, respecto a sus obligaciones para con la población
que no sólo merecía un filantrópico rescate de vejámenes inhumanos, sino a la
cual el patriotismo peruano debía un resarcimiento de honor nacional, porque la
Raza Incaica había descendido a escarnio de propios y extraños".
El mejor resultado de la Pro-Indígena resulta sin embargo, según el leal
testimonio de Dora Mayer, su influencia en el despertar indígena. "Lo que
era deseable que sucediera, estaba sucediendo; que los indígenas mismos,
saliendo de la tutela de las clases ajenas concibieran los medios de su reivindicación".
Obra citada. "Sólo el misionero -escribe el
señor José León y Bueno, uno de los líderes de la 'Acción Social de la
Juventud'- puede redimir y restituir al indio. Siendo el intermedia-rio
incansable entre el gamonal y el colono, entre el latifundista y el comunero,
evitando las arbitrariedades del Gobernador que obedece sobre todo al interés
político del cacique criollo; explicando con sencillez la lección objetiva de
la naturaleza e interpretando la vida en su fatalidad y en su libertad; condenando
el desborde sensual de las muchedumbres en las fiestas; segando la
incontinencia en sus mismas fuentes y revelando a la raza su misión excelsa,
puede devolver al Perú su unidad, su dignidad y su fuerza" (Boletín de la
A. S. J., Mayo de 1928).
Es demasiado sabido que la producción -y también el contrabando- de
aguardiente de caña, constituye uno de los más lucrativos negocios de los
hacendados de la Sierra. Aun los de la Costa, explotan en cierta escala este
filón. El alcoholismo del peón y del colono resulta indispensable a la
prosperidad de nuestra gran propiedad agrícola. Esta "Sumaria revisión
histórica" fue escrita por J.C.M. a pedido de la Agencia Tass, con el
título "Sobre el problema indígena. Sumaria revisión histórica", fue
precedida por una Nota de Redacción, escrita por el autor, en la que señala que
estos apuntes "complementan en cierta forma el capítulo sobre el problema
del indio de Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana”.
El esfuerzo de José Carlos Mariátegui por retratarnos la realidad del
Perú en su tiempo, de manera precisa, abarcando diversas realidades cobra
importancia para los objetivos que nos motiva. Mariátegui hace un análisis
reflexivo de la situación del país, basándose en una mirada transversal a procesos
históricos de larga data que influyen en los fenómenos de ese momento, o en las
formas de interpretar la realidad de los intelectuales de la época. En el país
Mariátegui descubre la existencia de encuentros y desencuentros de diversas
realidades y divergentes en algunos momentos, que pese a serlo coexisten en un
mismo territorio.
El método usado por Mariátegui es el del materialismo histórico, y él
está preocupado en esta obra por hallar el basamento material de las clases en
el país. Sin embargo su reflexión no es solamente económica, veremos que
Mariátegui se ocupa de otros problemas tales como el de la literatura en su
último ensayo.
La relación capital trabajo y las relaciones sociales que son
configuradas de acuerdo a esta relación también son un tópico de la obra. Esta
relación engendra las desigualdades sociales evidenciadas en el texto. Por
ejemplo, en el repaso de los problemas de la educación, la tierra y el del
indio, es donde se reflejan los efectos acumulados de los procesos socio-históricos
atribuidos al choque de civilizaciones producido en la conquista del Perú, que
produjo según JCM un corte del procesos “evolutivo” por llamarlo de alguna
manera, que se daba en el país durante el auge del Imperio Incaico.
Otra problemática similar es la educativa, que según el autor refleja
igualmente las consecuencias de procesos atávicos. El Perú de los años veinte
ha sido reflejado en estos siete ensayos como un país con problemas producidos
por procesos históricos longevos y de nacimiento prístino.
Es importante considerar la importancia de este corte analítico en una etapa en
la que el periodo oligárquico empezaba a virar hacia la apertura –al menos
temática- que involucra nuevos problemas, incluyendo a su vez nuevos grupos
poblacionales, al menos en el discurso.
Por ejemplo, el indigenismo fue producido y reproducido por el poder
estatal pero también por los intelectuales de la época, de la denominada
generación del
900. Y siendo así, la apertura y estas nuevas miradas
incluyen al Perú antes colonial y luego republicano al nuevo mundo, donde los
asomos demagógicos se podrían leer como un proceso de involucramiento político
de la sociedad.
Las nuevas temáticas tales como la del indigenismo se muestran
incluyentes aunque no sean del todo efectiva en términos reivindicativos, y dan
cuenta por vez primera de una diversidad que debe ser revalorada en medio de
modelos de aplicación mundialmente estandarizados. El Perú no es Europa y parte
de estos siete ensayos lo denuncian, haciendo que la reflexión se forme en
torno a nuestra propia naturaleza, y a la naturaleza de las acciones que
debemos tomar para cambiar la realidad. Al margen de la naturaleza del régimen
político de ese entonces, el abanico político se diversifica y analiza
posibilidades de intervención social, en un sistema en el que los intelectuales
como Mariátegui leen al Perú desde adentro, aunque en este caso lo haya hecho
desde europa.
UNIVERSIDAD
JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI
FACULTAD : CIENCIAS JURÍDICAS,
ADMINISTRATIVAS Y
PEDAGÓGICOS.
CARRERA : CONTABILIDAD
CURSO
: ANÁLISIS DE LA REALIDAD
TEMA : LOS SIETE ENSAYOS DE
INTERPRETACIÓN DE
LA REALIDAD
PERUANA: EL
PROBLEMA DE LA TIERRA
INTEGRANTES : ESTEBA COLQUE DIGNA
ESTEBA
COLQUE YULI
GARCÍA MERINO VIVIAN
MAMANI MAMANCHURA WALTER
PAYE AROCUTIPA BRENDA
PAXI
AROCUTIPA RONEY
DOCENTE :
EFRÉN MEDARDO HUAYAPA MERMA
SICLO : II GRUPO :
“B”
MOQUEGUA 2017
DEDICATORIA
Este trabajo
monográfico está dedicado, en especial a Dios, y a nuestros padres por el apoyo
incondicional que nos brindan a los docentes por la enseñanza que nos imparten
para formarnos como profesionales para el desarrollo de nuestro país.
PRESENTACIÓN
El
presente trabajo monográfico tiene como título “el problema de la tierra en el
antiguo Perú” y comprende de los siguientes contenidos.
Capítulo I: Comprende de
los sientes temas; el problema de la tierra, el problema agrario y el problema
del indio, colonialismo = feudalismola política del coloniaje: despoblación y
esclavitud, el colonizador español y la "comunidad" bajo el
coloniaje.
capitulo II: comprende de
los siguientes temas; la revolución y la propiedad agraria, la revolución de la
independencia y la propiedad agraria, política agraria de la república, la gran
propiedad y el poder político, la "comunidad" bajo la república, la
"comunidad" y el latifundio
Capitulo III: El régimen
de trabajo servidumbre y salariado, el régimen de trabajo servidumbre y
salariado, "colonialismo" de nuestra agricultura y proposiciones
finales
Espero que la presente monografía sea
de suma importancia al lector por ser un tema de actualidad.
Autores:
Esteba Colque Dina.
Esteba
Colque Yuli.
García Merino Vivian.
Mamani
Mamanchura Walter.
Paye
Arocutipa Brenda.
Paxi
Arocutipa Roney.
CAPITULO I
EL PROBLEMA DE LA TIERRA
1.
EL PROBLEMA DE LA TIERRA
1.1.
EL PROBLEMA AGRARIO Y EL PROBLEMA DEL INDIO
Mariátegui estudia la cuestión agraria unida
ineludiblemente a la del indio, reivindicando el derecho a la tierra, para lo
cual era necesario sacarlo del estado de servidumbre que suponía el feudalismo
de los gamonales. Establecer su carácter de problema
fundamentalmente económico. Insurgimos primeramente, contra la tendencia
instintiva -y defensiva- del criollo o "misti", a disminuir a un
problema exclusivamente administrativo, pedagógico, étnico o moral, para
escapar del plano de la economía. el más absurdo de los reproches que se nos
pueden dirigir es el de lirismo o literaturismo. Colocando en primer plano el
problema económico y social, asumimos la actitud menos lírica y menos literaria
posible. No nos contentamos con reivindicar el derecho del indio a la
educación, a la cultura, al progreso, al amor y al cielo. Comenzamos por
reivindicar, categóricamente, su derecho a la tierra.
1.1.1.
EL
PROBLEMA AGRARIO
El problema agrario se presenta, ante todo, como el problema de la
liquidación de la feudalidad en el Perú.
La antigua clase feudal
disfrazada de burguesía republicana ha conservado sus posiciones.
Fundamentalmente este factor incontestable y concreto que
da un carácter peculiar a nuestro problema agrario, la supervivencia de la
comunidad y de elementos de socialismo práctico
en la agricultura y vidas indígenas. Pero quienes se mantienen dentro de la
doctrina demo liberal si buscan de veras una solución al problema del indio,
que redima a éste, ante todo, de su servidumbre, pueden dirigir la mirada a la
experiencia checa o rumana, dado que la mexicana, por su inspiración y su
proceso, les parece un ejemplo peligroso. Para ellos es aún tiempo de
propugnar la fórmula liberal. Si lo hicieran, lograrían, al menos, que en
el debate
del problema agrario provocado por la nueva generación, no estuviese del todo
ausente el pensamiento liberal,
que, según la historia escrita, rige la vida del Perú desde la fundación de la
República.
1.2.
COLONIALISMO FEUDALISMO
El problema de la tierra esclarece la
actitud socialista, ante las supervivencias del Virreinato.
1.2.1. LA
HERENCIA COLONIAL.
Quiere
liquidar fundamentalmente, la de "tapadas" y celosías, pero si la del
régimen económico feudal, cuyas expresiones son el gamonalismo, el latifundio y
la servidumbre. La literatura colonialista -evocación nostálgica del
Virreinato. Según algunos cronistas el Virreinato no sobrevive en el
"perricholismo” Puesto que, sobrevive en el feudalismo, No renegamos, propiamente, la herencia española; la herencia
feudal de España nos trajo el Medioevo, inquisición, feudalidad. Luego
trajo, la Contrarreforma el espíritu reaccionario, método jesuítico, casuismo
escolástico casi la mayor parte de estas cosas, los peruanos fueron liberándose
penosamente, mediante la asimilación de la cultura occidental, obtenida a
través de la propia España. Pero de su cimiento económico, es decir, la herencia feudal, permaneció tras la
revolución independiente, no se ha liberado aun. Los raigones de la
feudalidad están intactos. Su subsistencia es responsable, por ejemplo, el atraso
de nuestro desarrollo capitalista.
v
El
régimen de propiedad de la tierra determinó el régimen político y
administrativo de toda nación.
v
El
problema agrario que la República no se ha podido hasta ahora resolver todos
los problemas de la nuestra. Sobre una economía semifeudal no pueden superar ni
funcionar en instituciones democráticas y liberales. En lo que concierne al
problema indígena, la subordinación al problema de la tierra resulta más
absoluta aún, por razones especiales.
1.2.2. LA
RAZA INDÍGENA.
La raza indígena es una raza de
agricultores. El pueblo incaico era un pueblo de campesinos fuertes, dedicados
a la agricultura y el pastoreo. Las industrias, las artes, tenían un carácter
doméstico, rural y legítimo.
En Perú de los Incas era más cierto que en
pueblo alguno el principio de que "la vida viene de la tierra". Los
trabajos públicos, las obras colectivas más admirables del Tawantinsuyo,
tuvieron un objeto militar, religioso o agrícola. Los canales de irrigación de
la sierra y de la costa, los andenes y terrazas de cultivo de los Andes
magníficamente construidos, quedan como los mejores testimonios del grado de
organización económica alcanzado por el antiguo Perú incaico. Su civilización
se caracterizaba, en todos sus rasgos dominantes, como una civilización
agraria, Son los siguientes.
v Propiedad colectiva de la tierra
cultivable.
v Propiedad colectiva de las aguas,
bosques, tierras de pasto.
v Cooperación común en el trabajo.
v Apropiación individual de las
cosechas y los frutos.
El régimen colonial desorganizó y
aniquiló la economía agraria incaica, sin reemplazarla por una economía de
mayores rendimientos.
Se observa que el régimen colonial
español resultó incapaz de desarrollar en el Perú una economía de puro tipo
feudal y que injerta en ella elementos de la economía esclavista.
El colonizador español, no tiene idea
como desarrollar el valor económico del hombre. A pesar de una economía indígena, orgánica, nativa,
se forma sola. Ella misma determina espontáneamente sus instituciones. Pero la
economía colonial se establece sobre las bases en parte artificiales y
extranjeras, tanto es la codicia de tesoros preciosos, cuando el colonizador
español estableció una política de despoblamiento o exterminio a la sociedad
indígena, así deshacer velozmente un capital subestimado en grado inverosímil
por los colonizadores. Cada día necesitan la mano de obra. Llegó el momento en
que los españoles se vieron necesitados de mano de obra para la explotación,
aprovechan los tesoros conquistadas, entonces recurren al sistema más
despreciada que es el antisocial, recurrieron entonces a la importación y
compra de personas negros como esclavos
trayendo así la esclavitud.
1.3.1.
EL RÉGIMEN
ESCLAVISTA.
Los indios sufren del régimen
esclavista, pues la actividad preferida de los españoles, es la minería oro,
cobre, prácticamente necesario el trabajo de esclavos, para engañar en ese
aspecto, los españoles implantaron la mita minera, un sistema de trabajo
supuestamente inspirado en la mita incaica, pero que no fue, sino una forma de
esclavitud en la que muchos indígenas se vieron sometidos, el carácter colonial
de la agricultura de la costa provenía del sistema esclavista. Debido a que el
latifundista costeño, más que hombres, pedía brazos para el cultivo de sus
tierras. Miles de indios bajaban a las haciendas costeras, donde laboraban como
peones en las peores condiciones y acaban con la comunidad incaica.
v
Con la práctica de la mita, aniquilaron el capital humano, trayendo la
decadencia de la agricultura.
v
De este hecho nació la necesidad de imponer al indio la dura ley de la
esclavitud.
1.4.
EL COLONIZADOR ESPAÑOL
La incapacidad de coloniaje
organizar la economía peruana sobre sus bases agrícolas, se describe al
colonizador que nos tocó. Mientras
tanto la colonización en Norteamérica depositó los gérmenes de un espíritu y
una economía que se plasmaban entonces en Europa y a los cuales pertenecía el
porvenir, a la América española trajo los efectos y los métodos de un espíritu
y un sistema de economía absurdo.
v
El
colonizador español nunca fue un creador de riqueza, como si lo fue el
anglosajón. Sin embargo, el miedo de un alzamiento y el afán conquistador
provocaron la decisión de ejecutar al Inca.
Con ello demuestran el nivel de ambición los españoles.
1.4.1. LA
EXPLOTACIÓN DE LAS RIQUEZAS.
Los colonizadores consideraban que
la pura riqueza era los metales preciosos, en especial el oro y plata que
sobreexplotaron en las minas desesperados por la riqueza, forzando a los indios
a trabajar para satisfacerlos y si estos no obedecían sus órdenes eran
duramente castigados e incluso le causan la muerte por desacato. El español no
tenía las condiciones de colonización del anglosajón, pues este no creaba
riqueza solo explotaba y explotaba. Los conquistadores eran de una estirpe
heroica; los colonizadores, no. Los que pensaron que la riqueza del Perú eran
sus metales preciosos, convirtieron a la minería, con la práctica de las mitas,
en un factor de aniquilamiento del capital humano y de decadencia de la
agricultura.
v
pues este no creaba riqueza solo explotaba y
explotaba. Los conquistadores eran de una estirpe heroica; los colonizadores,
pensaron que la riqueza del Perú eran sus metales preciosos, convirtieron a la
minería, con la práctica de las mitas, en un factor de aniquilamiento del
capital humano y de decadencia de la agricultura.
v Tal vez las únicas falanges de verdaderos
colonizadores que nos envió España fueron las misiones de jesuitas y dominicos.
Ambas congregaciones, especialmente la de jesuitas, crearon en el Perú varios
interesantes núcleos de producción. . Estos grandes
feudos, lejos de dividirse con el transcurso del tiempo, se concentraron y
consolidaron en pocas manos a causa de que la
propiedad inmueble estaba sujeta a innumerables
trabas y gravámenes perpetuos que la inmovilizaron, tales como los mayorazgos,
las capellanías, las fundaciones, los patronatos y demás vinculaciones de la
propiedad.
1.5.
COMUNIDAD BAJO EL
COLONIAJE
Para sostener legalmente sus colonias,
la Corona emitió las Leyes de Indias, mediante las cuales se regulaba la vida
social, económica y política de las colonias. Respecto a las Leyes de Indias,
caben destacar las revisiones a las que fueron sometidas las “Leyes de Burgos”,
las primeras aplicadas en América, las cuales establecían el trato que debía
recibir el nativo, estipulando que los indios son libres.
v
Las Leyes de Indias amparaban la propiedad indígena y
reconocían su organización comunista. La legislación relativa a las
"comunidades" indígenas, se adaptó a la necesidad de no atacar las
instituciones ni las costumbres indiferentes al espíritu religioso y al
carácter político del Coloniaje.
1.5.1. EL RÉGIMEN MEDIEVAL.
El régimen medieval, teórica y
prácticamente, conciliaba la propiedad feudal con la propiedad comunitaria.
Para los españoles la comunidad debía subsistir, para el mayor provecho del Rey
y de la Iglesia. Pero en realidad las tierras comunales de los indígenas no
gozaron de una completa protección, sino que buen parte de ellas fueron
engullidas por el latifundismo feudal. Ambos sistemas convivieron: el indio
comunero laboraba a la vez como siervo en las tierras del terrateniente. La
forma de organización del trabajo indígena dominante durante los primeros años de
la sociedad colonial fue la encomienda de una institución que era.
ü
Primer lugar un sistema de control y utilización de mano de
obra.
ü
Segundo término un mecanismo de aculturación de los indios y
de defensa militar de los establecimientos españoles contra las rebeliones
indígenas.
El encargado del cobro de los
tributos era encomendero de la educación y cristianización de sus tributarios.
Pero en la realidad era como un disfraz pues era un señor feudal, dueño de
grandes extensiones de tierras y de las vidas de los indios que le servían como
herramientas de trabajo. Lo único que le interesaba al español recibir la
encomienda era la clave posibilidad de apropiarse de una buena porción de la
riqueza del grupo indígena que se le entregaba, o de utilizar la mano de obra
de los indios para la producción de nueva riqueza.
v
La forma de utilizar el trabajo indígena era como la
prestación de "servicios": transporte, tareas domésticas, servicios
sexuales, y para la producción de algunos objetos de consumo directo del
encomendero: la construcción de su vivienda, el corte de leña, el acarreo de
agua, etc.
El caso más visible es sin duda el de
la producción de oro -único producto para el mercado mundial de esta época-:
los españoles, siempre que pudieron, utilizaron a los indios para la extracción
y lavado de oro en las minas, bajo el control de mayordomos y dentro de una
organización del trabajo completamente independiente de la comunidad indígena y
dictada por el español.
1.5.2. EL
RÉGIMEN COLONIAL.
v
En general régimen agrario colonial determinó la sustitución
de una gran parte de las comunidades agrarias indígenas por latifundios de
propiedad individual, cultivados por los indios bajo una organización feudal.
v
La
comunidad sobrevivía, pero dentro de un régimen de servidumbre.
v
El
liberalismo de las leyes de la República, impotente para destruir la feudalidad
y para crear el capitalismo, debía, más tarde, negarle el amparo formal que le
había concedido el absolutismo de las leyes de la Colonia que eran totalmente
beneficiosas para los españoles y perjudiciales para nuestro antepasados.
CAPITULO II
LA REVOLUCIÓN Y LA
PROPIEDAD AGRARIA
2. LA REVOLUCIÓN Y LA PROPIEDAD AGRARIA.
2.1.
REVOLUCIÓN DE LA
INDEPENDENCIA Y LA PROPIEDAD AGRARIA.
La revolución de la independencia,
encontró al Perú retrasado en la formación de su burguesía. Los elementos de
una economía capitalista eran en nuestro país más embrionarios que en otros
países de América donde la revolución contó con una burguesía menos larvada,
menos incipiente.
La organización política social de los
españoles fue la siguiente;
la aristocracia estaba compuesta en su mayor parte de españoles.
v
Primero
fueron pocos americanos.
v
segundo
era los cabildos.
v
Tercero,
única productora por el trabajo manual, compuesta de artesanos y proletarios de
todo género.
En cuanto a la revolución americana, entre la
nobleza terrateniente y la burguesía comerciante hubieron apoyos mutuos en
algunos casos, ya por la impregnación de ideas liberales que acusaba la
aristocracia, ya porque ésta en muchos casos no veía en esa revolución sino un
movimiento de emancipación de la corona de España.
v
En la comunidad campesina del Perú no había una persona con presencia directa, activa para la
revolución.
v
la Republica se constituyó sobre principios liberales y
burgueses. Sólo que las consecuencias prácticas de la revolución en lo que se
relacionaba con la propiedad agraria, no podían dejar de detenerse en el límite
que les fijaban los intereses de los grandes propietarios.
v
Desde los tiempos coloniales la metrópoli, los virreyes y
gobernadores generales han tratado de solucionar el desorden de los títulos
legales de acceso a la tierra y los conflictos sangrientos derivados de las
formas de tenencia que surgieron de la época de la “conquista” y de la
implantación de la economía mercantilista en el campo latinoamericano.
Posteriormente
las nuevas leyes ordenaban el reparto de tierras a los indígenas. Así pues el
nuevo régimen fue de mal en peor porque no dio fin al dominio feudal de la
tierra convirtiendo a los indígenas en pequeños propietario.
2.1.1. LA
NUEVA POLÍTICA.
La nueva política abolía
formalmente las "mitas", encomiendas, etc. Comprendía un
conjunto de medidas que significaban la emancipación del indígena como siervo. Pero como, de otro lado, dejaba intactos el
poder y la fuerza de la propiedad feudal,
invalidaba sus propias medidas de protección de la pequeña propiedad y del
trabajador de la tierra.
v
La aristocracia terrateniente, seguía siendo en el Perú la clase dominante.
v
La
revolución no había realmente elevado al poder a una nueva clase.
v
La
burguesía profesional y comerciante era muy débil para gobernar, así que no
hubo grandes cambios para los indígenas
2.2.
POLÍTICA AGRARIA DE LA REPÚBLICA.
Durante el período del caudillaje militar, la revolución de la
independencia, no pudo desarrollarse, ni siquiera, como una política de
liberalismo sobre la propiedad agraria. Era desarticular al pueblo indígena.
Pero, no prosperó. El latifundio se fortalece, dentro de esta situación, tenía
que ser ejercido por los militares de la revolución que, de un lado, gozaban
del prestigio marcial de sus laureles de guerra y, de otro lado, estaban en
grado de mantenerse en el gobierno por la fuerza de las armas. El pueblo
indígena fue totalmente afectado, tanto por las ambiciones de los
terratenientes, en el conflicto de intereses entre liberales y conservadores,
faltaba una directa reivindicación campesina que obligase a los primeros a
incluir en su programa la redistribución de la propiedad agraria.
v Este problema básico ha sido advertido por un
estadista superior, pero ninguno de los caciques militares de este período lo
era.
v Los terratenientes lideran y dirigen política desde
la capital desatinada.
2.2.1.
EL MILITARISMO
El militarismo representaba un orden
elemental y provisorio, que apenas dejase de ser indispensable, tenía que ser
sustituido por un orden más avanzado y orgánico, una agrupación, más no una
clase. Estaban en grado de mantenerse en el gobierno por
la fuerza de
las armas, cuando la clase existe, el caudillo funciona como su intérprete y su
fiduciario.
Ya no viene ser arbitrio personal,
sino un conjunto de intereses y necesidades colectivas de su política. El Perú
carecía de una clase burguesa capaz de organizar un Estado fuerte y presto para
ejecutar.
Esto le indujo a
evitar con cautela todo acto seriamente opuesto a los intereses y principios de
la clase conservadora. Pero los méritos de su política residen en lo que tuvo
de reformadora y progresista. Sus actos de mayor significación histórica, la
abolición de la esclavitud de los negros y de la contribución de indígenas,
representan su actitud liberal.
2.3.
LA GRAN PROPIEDAD Y EL PODER POLÍTICO.
Las dos clases del poder político
que se opusieron a que las revoluciones de la independencia son:
a) Feudalismo.
b) Latifundio.
Plantea abordar el problema agrario
extrema insipiencia de la burguesía urbana y situación extra social, impidieron
más tarde que los gobiernos de la República desarrollen una política dirigida
en alguna forma a una distribución menos
desigual e injusta de la tierra.
v Durante
el período del caudillaje militar, en vez de fortalecerse los demos urbanos, se
robusteció la aristocracia latifundista.
v En
poder de extranjeros el comercio y la finanza, no era posible económicamente el
surgimiento de una vigorosa burguesía urbana.
La educación española, extraña
radicalmente a los fines y necesidades del industrialismo y del capitalismo, no
preparaba comerciantes ni técnicos sino abogados, literatos, teólogos, etc.
Estos, a menos de sentir una especial vocación por el jacobinismo o la
demagogia, tenían que constituir la clientela de la casta propietaria.
2.3.1.
EL
CAPITAL COMERCIAL.
El capital comercial, casi exclusivamente
extranjero, no podía a su vez hacer otra cosa que entenderse y asociarse con
esta aristocracia que, por otra parte, explícitamente, conservaba su predominio
político. Fue así como la aristocracia terrateniente y sus ralléis resultaron
usufructuarios de la política fiscal y
de la explotación del guano y del salitre. Fue así también como esta casta,
forzada por su rol económico, asumió en el Perú la función de clase burguesa,
aunque sin perder sus resabios y prejuicios coloniales y aristocráticos. Fue
así, en fin, como las categorías burguesas urbanas -profesionales,
comerciantes- concluyeron por ser absorbidas por el civilismo. El poder de esta
clase -civilistas o "neogodos"- procedía en buena cuenta de la
propiedad de la tierra. En los primeros años de la Independencia, no era
precisamente una clase de capitalistas sino una clase de propietarios. Su
condición de clase propietaria -y no de clase ilustrada- le había consentido
solidarizar sus intereses con los de los comerciantes y prestamistas
extranjeros y traficar a este título con el Estado y la riqueza pública.
v La
propiedad de la tierra, debida al Virreinato, le había dado bajo la República
la posesión del capital comercial. Los privilegios de la Colonia habían
engendrado los privilegios de la República.
2.4.
LA "COMUNIDAD" BAJO LA
REPÚBLICA
Hemos visto ya cómo el liberalismo
formal de la legislación republicana no se ha mostrado activo sino frente a la
"comunidad" indígena. Puede decirse que el concepto de propiedad
individual casi ha tenido una función antisocial en la República a causa de su
conflicto con la subsistencia de la "comunidad". En efecto, si la
disolución y expropiación de ésta hubiese sido decretada y realizada por un
capitalismo en vigoroso y autónomo crecimiento, habría aparecido como una
imposición del progreso económico.
2.4.1. EL
RÉGIMEN MIXTO
El indio entonces habría pasado de
un régimen mixto de comunismo y servidumbre a un régimen de salario libre. Este
cambio lo habría desnaturalizado un poco; pero lo habría puesto en grado de
organizarse y emanciparse como clase, por la vía de los demás proletariados del
mundo.
En tanto, la expropiación y
absorción graduales de la "comunidad" por el latifundismo, de un lado
lo hundía más en la servidumbre y de otro destruía la institución económica y
jurídica que salvaguardaba en parte el espíritu y la materia de su antigua
civilización.
El indio, a
pesar de las leyes de cien años de régimen republicano, no se ha hecho
individualista. Y esto no proviene que sea refractario al progreso como
pretende el simplismo de sus interesados detractores. Depende, más bien, de que
el individualismo, bajo un régimen feudal, no encuentra las condiciones
necesarias para afirmarse y desarrollarse.
v El comunismo, en cambio, ha seguido siendo para el indio su única
defensa. El individualismo no puede prosperar, y ni siquiera existe
efectivamente, sino dentro de un régimen de libre concurrencia. Y el indio no
se ha sentido nunca menos libre.
2.5.
LA "COMUNIDAD" Y EL
LATIFUNDIO.
La defensa de la
"comunidad" indígena no reposa en principios abstractos de justicia ni
en sentimentales consideraciones tradicionalistas, sino en razones concretas y
prácticas de orden económico y social. La propiedad comunal no representa en el
Perú una economía primitiva a la que haya reemplazado gradualmente una economía
progresiva fundada de la propiedad individual. Dentro del régimen capitalista,
la gran propiedad sustituye y desaloja a la pequeña propiedad agrícola por su
aptitud para intensificar la producción mediante el empleo de
una técnica avanzada de cultivo. La industrialización.
v A
pesar de la tendencia en la republica era desaparecer la comunidad indígena
para dar propiedades individuales.
2.5.1. EL LATIFUNDIO.
La agricultura, trae aparejada la
concentración de la propiedad agraria. La gran propiedad aparece entonces
justificada por el interés de la producción, identificado, teóricamente por lo
menos, con el interés de la sociedad
v La comparación del latifundio serrano
con la comunidad indígena como empresa de producción agrícola, desfavorecía al
primero.
CAPITULO III
EL RÉGIMEN DE TRABAJO SERVIDUMBRE
Y SALARIADO.
3. EL
RÉGIMEN DE TRABAJO Y SERVIDUMBRE
Y SALARIADO.
3.1.
EL RÉGIMEN DE
TRABAJO Y SERVIDUMBRE
Al sobrevivir en el Perú el
latifundio feudal, sobrevive el servidumbre en el régimen de trabajo está
determinado principalmente, en la agricultura, por el régimen de propiedad. No
es posible, es la misma medida en que sobrevive en el Perú el latifundio
feudal, sobreviva también, bajo diversas formas y con distintos nombres, la
servidumbre. La diferencia entre la agricultura de la costa y la agricultura de
la sierra, aparece menor en lo que concierne al trabajo que en lo que respecta
a la técnica.
v
La
agricultura de la costa ha evolucionado con más o menos prontitud hacia una
técnica capitalista en el cultivo del suelo y l la transformación y comercio de
los productos.
3.1.1. EL
RÉGIMEN DEL TRABADOR.
Se mantiene respecto al trabajo.
Acerca del trabajador, el latifundio colonial no ha renunciado a sus hábitos
feudales las mismas circunstancias se lo han exigido de modo exigente. Se
explica, no sólo por el hecho de haber conservado la propiedad de la tierra los
antiguos señores feudales, que han adoptado, como intermediarios del capital
extranjero, la práctica, más no el espíritu del capitalismo moderno. Se explica
además por la mentalidad colonial de esta casta de propietarios, acostumbrados a
considerar el trabajo con el criterio de esclavistas y "negreros". En
Europa, el señor feudal encarnaba, hasta cierto punto, la primitiva tradición
patriarcal, de suerte que respecto de sus siervos se sentía naturalmente
superior.
v El yanaconazgo consistía en que un
campesino o yanacona laboraba en las tierras de un propietario recibiendo a
cambio de su trabajo una parte de la producción.
v
Al
propio terrateniente aristócrata de Europa le ha sido dable aceptar un nuevo
concepto y una nueva práctica en sus relaciones con el trabajador de la tierra.
En la América colonial, mientras tanto, se ha opuesto a esta evolución, la
orgullosa y arraigada convicción del blanco, de la Inferioridad de los hombres
de color.
En el latifundista costeño, han
actuado a la vez los sentimientos del aristócrata medioeval y del colonizador
blanco, saturados de prejuicios de raza.
El yanaconazgo y el "enganche"
no son la única expresión de la subsistencia de métodos más o menos feudales en
la agricultura costeña.
v
El
ambiente de la hacienda se mantiene íntegramente señorial.
v
Las
leyes del Estado no son válidas en el latifundio, mientras no obtienen el
consenso tácito o formal de los grandes propietarios.
v
v
La
autoridad de los funcionarios políticos o administrativos, se encuentra de
hecho sometida a la autoridad del terrateniente en el territorio de su dominio.
v
Este
considera prácticamente a su latifundio fuera de la potestad del Estado, sin
preocuparse mínimamente.
v
En
la costa peruana el trabajador de la tierra, no ha sido el indio, pues ha sido
el negro esclavo, el culi chino, mirados, reciben un trato de mayor desprecio.
v El terrateniente costeño admitía, aunque muy
atenuado, el régimen del salario y del trabajo libre.
v El terrateniente en la sierra, el poder del era
prácticamente absoluto y mantenía el feudalismo en toda su dimensión.
3.2.
COLONIALISMO DE NUESTRA AGRICULTURA
COSTEÑA
El desarrollo alcanzado por la
industrialización de la agricultura, bajo un régimen y una técnica
capitalistas, en los valles de la costa peruana como es la caña de azúcar y algodón, su
principal factor en el interesa miento del capital británico y norteamericano
en la producción peruana de azúcar y algodón. Estos dedican sus tierras a las
producciones de algodón y caña financiadas o habilitadas por fuertes firmas
exportadoras. Sino porque únicamente ellos importan, en la actualidad, a los
comerciantes ingleses y yanquis.
v
El
crédito agrícola subordinado absolutamente a los intereses de estas firmas,
mientras no se establezca el Banco Agrícola Nacional, no impulsa ningún otro
cultivo.
El desplazamiento de los
tradicionales cultivos donde subsiste la pequeña propiedad, ha constituido una
de las causas más visibles del encarecimiento de las subsistencias en las
poblaciones de la costa.
El agricultor encuentra facilidades
comerciales. Las habilitaciones están reservadas, de arriba abajo, casi
exclusivamente al algodonero. Se produce para el mercado mundial, sin un
control que prevea en el interés de esta economía, las posibles bajas de los
precios derivados de períodos de crisis industrial o de superproducción
algodonera. La economía peruana exige, desde hace mucho tiempo, que el país
produzca el trigo, cereales, necesario para el pan de su población. Si este
objetivo hubiese sido alcanzado, el Perú no tendría ya que seguir pagando al
extranjero doce o más millones de soles al año por el trigo que consumen las
ciudades de la costa.
¿Por qué no se ha resuelto este
problema de nuestra economía?
El suelo peruano era muy buenas para la
cosecha, No es sólo porque el Estado no se ha preocupado aún de hacer una
política de subsistencia. Porque el cultivo de la caña y el de algodón son los
más adecuados al suelo y al clima y valles costeños, uno solo de los llanos interandinos
algunos kilómetros de ferrocarriles y caminos abrirían al tráfico puede
abastecer superabundantemente de trigo, cebada, etc., a toda la población del
Perú. En la misma costa, los españoles cultivaron trigo en los primeros tiempos
de la colonia, hasta el cataclismo que mudó las condiciones climatéricas del
litoral. No se estudió posteriormente en forma científica y orgánica, la
posibilidad de establecer ese cultivo. Y el experimento practicado en el Norte,
en tierras del “Salamanca”, demuestra que existen variedades de trigo
resistentes a las plagas que atacan en la costa este cereal y que la pereza
criolla, hasta este experimento, parecía haber renunciado a cosechar.
Estos mercados miran en el Perú un
depósito de materias primas y una plaza para sus manufacturas. La agricultura
peruana obtiene, por eso, créditos y transportes sólo para los productos que
puede ofrecer con ventaja en los grandes mercados. La finanza extranjera se
interesa un día por el caucho, otro día por el algodón, otro día por el azúcar.
Lo que nos muestra que la economía del Perú es una
economía colonial, pues su movimiento y su desarrollo estaban subordinados a
los intereses y necesidades de las grandes potencias.
3.3.
PROPOSICIONES FINALES.
a) El carácter de la propiedad agraria en el Perú se
presenta como una de las mayores trabas del propio desarrollo del capitalismo
nacional.
b) El latifundismo existente en el Perú es la más
grave barrera para la inmigración blanca o europea, debido a que no resulta
atrayente por sus bajos salarios y su sistema casi esclavista.
c) La orientación de la agricultura de la costa a los
intereses de los capitales británicos y norteamericanos (agro exportación)
impide que se ensaye y adopte nuevos cultivos de necesidad nacional.
d) La propiedad agraria de la costa se muestra incapaz
de atender los problemas de salubridad rural.
e) En la sierra, el feudalismo agrario sobreviviente
se muestra del todo inepto como creador de riqueza y de progreso. Los
latifundios tienen una producción miserable.
f) La razón de que esa situación de los latifundios
serranos no se debía solo a lo difícil de las comunicaciones, sino más que nada
al gamonalismo (caciquismo latifundista).
CONCLUSIONES
El problema agrario se presenta
como el de la cancelación del feudalismo, los colonizadores no tienen idea como
planificar el desarrollo de la economía en el Perú, cuyas expresiones
encontraba en su época, el latifundio y la servidumbre es duro para la
población indígena son esclavizados de forma obligado a la explotación de
metales preciosos. A la vez compra de eclvos negros para la mano de obra, con
fin de apropiarse de las propiedades indígenas que lamentablemente perdieron
todos sus propiedades si derecho alguno el feudalismo, latifundio en la
agricultura de la costa, sobre todo a través del yanaconaje y del enganche, y
en la de la sierra a través del gamonalismo del propietario de la tierra y de
la condición de siervo del indio.
“FACULTAD DE CIENCIAS JURÍDICAS
EMPRESARIALES Y PEDAGÓGICAS”
CARRERA PROFESINAL DE
CONTABILIDAD
TRABAJO MOOGRAFICO
“ESQUEMA DE LA EVOLVION ECONOMICA”
|
PRESENTADO POR:
DOCENTE:
EFREN MEDARDO HUAYAPA MERMA
SEMESTRE: II
SECCION: B
MOQUEGUA-PERU
2017
DEDICATORIA
INDICE
La economía
colonial…………………………………………...4
Las bases económicas de la
republica……………………….6
El periodo del guano y el
salitre……………………………….7
Carácter de nuestra economía
actual………………………...8
Economía agraria y latinfundismo
feudal……………………..9
Conclusiones…………………………………………………...11
Bibliografía……………………………………………………...12
1 LA ECONOMIA COLONIAL
La Conquista escinde la historia del Perú.
La Conquista aparecen este terreno, más netamente que en
cualquier otro. Hasta la Conquista se desenvolvió en el Perú una
economía que brotaba espontánea y libremente del suelo. En el Imperio de
los Incas, agrupación de comunas agrícolas y sedentarias, lo más interesante
era la economía. Todos los testimonios históricos coinciden en la aserción
de que el pueblo incaico –laborioso, disciplinado, panteísta y
sencillo –vivía con bienestar material. Las subsistencias abundaban;
la población crecía.
DIVISION DE LAS TIERRAS
·
TIERRAS DEL SOL
·
TIERRAS DEL INCA
·
TIERRAS DEL PUEBLO
EN EL IMPERIO INCAICO
El Imperio ignoró
radicalmente el problema de Malthus. Pero había desarrollado extraordinariamente en ellos, en provecho de este régimen económico, el hábito de una humilde y
religiosa obediencia su deber social. Los Incas sacaban toda la utilidad social
posible de esta virtud de
su pueblo, valorizaban el
territorio del Imperio construyendo caminos, canales, etc., lo extendían
sometiendo a su autoridad tribus
vecinas. El trabajo colectivo,
el esfuerzo común, se empleaban fructuosamente
en fines sociales.
Los conquistadores españoles
destruyeron, sin poder naturalmente reemplazarla, esta formidable máquina de
producción. La sociedad indígena, la economía incaica, se descompusieron y
anonadaron completamente al golpe de la conquista. Rotos los vínculos de su
unidad, la nación se disolvió en comunidades dispersas. Los conquistadores no
se ocuparon casi sino de distribuirse y disputarse el pingüe botín de
guerra. Despojaron los templos y los palacios de los tesoros que guardaban; se
repartieron las tierras y los hombres, sin preguntarse siquiera por su porvenir
como fuerzas y medios de producción. El Virreinato señalo el comienzo
de una difícil y complejo proceso de formación de una nueva
economía.
El Virreinato señalo el
comienzo de una difícil y complejo proceso de formación de una nueva economía.
En este período, España se esforzó por dar una organización política y
económica a su inmensa colonia. Los españoles empezaron a cultivar el suelo y a
explotar las minas de oro y plata. Sobre las ruinas y los residuos de una
economía socialista, echaron las bases de una economía feudal.
LA DEBILIDAD DE LA COLONIA ESPAÑOLA
La debilidad del imperio
español residió precisamente en su carácter y estructura de empresa militar y
eclesiástica más que política y económica. No se formó, por esto, en el Peruana
verdadera fuerza de colonización. La población de Lima estaba compuesta por una
pequeña corte, una burocracia, algunos conventos, inquisidores, mercaderes,
criados y esclavos El Pioneer español carecía, además, de aptitud para crear
núcleos de trabajo.
Los colonizadores no se
bastaban a sí mismos para crear una economía sólida y orgánica. La organización
colonial fallaba perla base. Le faltaba cimiento demográfico. Los españoles y
los mestizos eran demasiado pocos para explotar, en vasta escala, las riquezas
del territorio. Y, como para el trabajo de las haciendas de la costa se
recurrió la importación de esclavos negros, a los elementos y características
de una sociedad feudal se mezclaron elementos y características de una sociedad
esclavista.
LOS JESUITAS SALVACIÓN DE LA ECONOMÍA COLONIAL
·
Sólo los jesuitas, con su
orgánico positivismo, mostraron acaso, en el Perú como en otras tierras
de América, aptitud de creación económica. Los latifundios que les fueron asignados prosperaron.
·
La congregación de hijos de
San Ignacio de Loyola, como los llama Unamuno, fue capaz de crear en el suelo
peruano los centros de trabajo y producción que los nobles, doctores y
clérigos, entregados en Lima a una vida muelle y sensual, no se ocuparon nunca
de formar.
·
Los colonizadores se
preocuparon casi únicamente de la explotación del oro y la plata peruanos.
2 LAS BASES ECONOMICAS DE LA
REPUBLICA
Recordemos que la primera
etapa nace de la conquista. La segunda etapa de esta economía parte de un hecho
político y militar. En esta se inicia con la independencia.
Mientras la conquista
engendra totalmente el proceso de la formación de nuestra dependencia aparece
determinada y dominada por ese proceso de la formación de nuestra economía
colonial.
ü
El factor de la
independencia tuvo lugar gracias a una generación heroica.
ü
El nombre de estudio de
nuestra época no puede dejar de ver aquí el más dominante factor histórico de
la revolución de la independencia sudamericana, inspirada y movida, de modo
demasiado evidente, por los intereses de la población criolla y aún de la española,
mucho más por los intereses de la población indígena.
ü
En el plano de la historia
mundial, la independencia sudamericana se presenta decidida por las necesidades
del desarrollo de la civilización capitalista.
ü
El ritmo del fenómeno
capitalista fue más decisiva y profunda que el eco de la filosofía y de la
literatura de los enciclopedistas.
ü
Inglaterra fue la sede del
liberalismo y el protestantismo, la industria y la máquina preparando así el
porvenir del capitalismo. El fenómeno político y religioso. Aparecen en la
historia como la levadura espiritual y filosófica.
ü
El imperio español
tramontaba por no reposar sino sobre bases MILITARES y POLÍTICAS y, sobre todo,
por representar una economía superada. España no podía abastecer a sus colonias
sino de eclesiásticos, doctores y nobles.
ü
Al occidente capitalista
empezaron a recibir tejidos, máquinas y mil productos industriales. Se
estableció así un contacto continuo y creciente entre América del Sur y la
civilización occidental.
3 EL PERIODO DEL GUANO Y EL
SALITREEl capítulo dela evolución
de la economía peruana que se abre con el descubrimiento de la riqueza del
guano y del salitre y se cierra con su pérdida
ESPAÑA
ü
Por el oro y la plata se
instalaron en la sierra.
ü
Actividad fundamental: La
minería
INGLATERRA
ü
El guano de islas y el
salitre fortalecen el poder de la costa.
ü
Origino la guerra del
pacifico.
4 CARÁCTER DE NUESTRA ECONOMIA
ACTUAL
El último capítulo dela
evolución de la economía peruana es el de nuestra posguerra. Empieza con un
período de casi absoluto colapso de las fuerzas productoras.
La derrota no sólo significó
para la economía nacional la pérdida de sus principales fuentes: el salitre y
el guano. Significó, además, la paralización de las fuerzas productoras
nacientes, la depresión general de la producción del comercio, la depreciación
de la moneda nacional, la ruina del crédito exterior. Desangrada, mutilada, la
nación sufría una terrible anemia.
ü
El poder volvió a caer como
después de la independencia, en manos de los jefes militares, espiritual y
orgánicamente inadecuados para dirigir un trabajo de reconstrucción económica
ü
El contrato Grace, que
ratificó el predominio británico en el Perú, entregando los ferrocarriles del
Estado a los banqueros ingleses que hasta entonces habían financiado la
República y sus derroches, dio al mercado financiero de Londres las prendas y
las garantías necesarias para nuevas inversiones en negocios peruanos.
ü
Pero inversiones prudentes y
seguras empezaron de nuevo a atraer al capital británico.
ü
La terminación del
ferrocarril a La Oroya abrió al tránsito yal tráfico industriales del
departamento de Junín, permitiendo la explotación en vasta escala de su riqueza
minera.
ü
Apuntaré una constatación
final: la de que en el Perú actual coexisten elementos de tres economías
diferentes. Bajo el régimen de economía feudal nacido de la Conquista subsisten
en la sierra algunos residuos vivos todavía de la economía comunista indígena.
En la costa, sobre un suelo feudal, crece una economía burguesa que, por lo
menos en su desarrollo mental, da la impresión de una economía retardada.
5 ECONOMIA AGRARIA Y LATIFUNDISMO
FEUDAL
ü
El cultivo de la tierra
ocupa a la gran mayoría de la población nacional.
ü
El indio, que representa las
cuatro quintas partes de ésta, es tradicional y habitualmente agricultor.
ü
A consecuencia del descenso
de los precios del azúcar y el algodón. Desde 1925.
Pero las exportaciones de la
minería han sobrepasado largamente a la agricultura.
Pero la producción
agropecuaria no está representada sino en una parte por los productos
exportados: algodón, azúcar y derivados, lanas, cueros, gomas. La agricultura y
ganadería nacionales proveen al consumo nacional, mientras los productos
mineros son casi íntegramente exportados.
La mayor parte de los
productos agrícolas y ganaderos que se consumen en el país proceden de los
valles y planicies de la Sierra.
La clase terrateniente no ha
lo grado transformarse en una burguesía capitalista, patrona de la economía
nacional. La minería, el comercio, los transportes, se encuentran en manos del
capital extranjero.
LOS LATIFUNDISTAS
Se han contentado conservar
de intermediarios éste, en la producción de algodón y azúcar. Este sistema
económico, ha mantenido en la agricultura, una organización semifeudal que
constituye el más pesado lastre del desarrollo del país.
La supervivencia de la
feudalidad en la Costa, se traduce en la pobreza de su vida urbana. El número
de burgos ciudades de la Costa, es insignificante.
ü
En la costa peruana, valles
ricos y extensos, que ocupan un lugar conspicuo en la estadística de la
producción nacional, no han dado vida hasta ahora a una ciudad. La negociación
capitalista se torna.
ü
La hacienda costeña produce
algodón o caña para mercados lejanos. Asegurado el transporte de estos
productos, su comunicación con la vecindad no le interesa. El cultivo de frutos
alimenticios, cuando no ha sido totalmente extinguido por el cultivo del
algodón o la caña, tiene por objeto abastecerla consumo de la hacienda. El
burgo, en muchos valles, no recibe nada del campo ni posee nada en el campo.
LA INDUSTRIA Y EL COMERCIO DE LAS CIUDADES
Están sujetos a un
contralor, reglamentos, contribuciones municipales. La vida y los servicios
comunales se alimentan de su actividad. El latifundio, en tanto, escapa a estas
reglas y tasas. Puede hacer a la industria y comercio urbanos una competencia
desleal. Está en actitud de arruinarlos.
El capitalismo extranjero,
en su perenne búsqueda de tierras, brazos mercados, ha financiado y dirigido el
trabajo de los propietarios, prestándoles dinero con la garantía de sus
productos y de sus tierras.
La concentración capitalista
ha estado precedida por una etapa de libre concurrencia. El capitalismo es un
fenómeno urbano: tiene el espíritu del burgo industrial, manufacturero,
mercantil.
En el Perú los desarrollos
de las ciudades necesitaban nutrirse de la actividad libre del campesino.
CONCLUSIONES
España no supo aprovechar el
suelo peruano
ESPAÑA
ü
Militar
ü
Religiosa
PRESENCIA DE:
ü
VIRREYES
ü
CORTESANOS
ü
GLERICOS
ü
DOCTORES
ü
SOLDADOS
Y no de la presencia de
grandes colonias españolas como lo que sucedió en nueva Inglaterra donde
arribaron gran cantidad de Pioneer.
EL ESPAÑOL CARECIA DE UNA
APTITUD PARA CREAR MEDIOS DETRABAJO.
ü
Exterminio de los incas.
ü
Importación de esclavos
negros
SOLO LOS JESUITAS SUPIERON
CÓMO O MOSTRARON COMO TRABAJAR EN EL PERÚ.
ü
Y fueron capaces de crearen
el Perú centros de trabajo
No como los españoles que lo único que hicieron fue explotar las minas
del Perú que contenían Oro y platael Periódico Sur Moquegua para un poblador comprometido...
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