CIENCIAS
JURIDICAS, EMPRESARIALES Y PEDAGOGICAS
TEMA :
LOS SIETE ENSAYOS
DE LA REALIDAD
ESQUEMA DE LA
EVOLUCIÓN ECONÓMICA
INTEGRANTES : ALEXANDER
PUMALLAYA ROJAS
REYNA PALMA YENGLE
LUZ PERDOMO VALDEZ
BRIGITH PERDOMO VALDEZ
JORGE ROMERO AMESQUITA
PROFESOR : EFREN MEDARDO HUAYAPA
CARRERA : DERECHO
CICLO : II SEMESTRE
MOQUEGUA – PERÚ 2016
I.
ESQUEMA
DE LA EVOLUCIÓN ECONÓMICA
I. LA ECONOMÍA COLONIAL
En el plano de la economía se percibe mejor que en ningún otro hasta
qué punto la Conquista escinde la historia del Perú. La Conquista aparece en
este terreno, más netamente que en cualquiera otro, como una solución de
continuidad. Hasta la Conquista se desenvolvió en el Perú una economía que
brotaba espontánea y libremente del suelo y la gente peruanos. En el Imperio de
los Inkas, agrupación de comunas agrícolas y sedentarias, lo más interesante
era la economía. Todos los testimonios históricos coinciden en la aserción de
que el pueblo inkaico –laborioso, disciplinado, panteísta y sencillo– vivía con
bienestar material. Las subsistencias abundaban; la población crecía.
El Imperio ignoró radicalmente el problema de Malthus. La
organización colectivista, regida por los Inkas, había enervado en los indios
el impulso individual; pero había desarrollado extraordinariamente en ellos, en
provecho de este régimen económico, el hábito de una humilde y religiosa
obediencia a su deber social. Los Inkas sacaban toda la utilidad social posible
de esta virtud de su pueblo, valorizaban el vasto territorio del Imperio
construyendo caminos, canales, etc., lo extendían sometiendo a su autoridad
tribus vecinas. El trabajo colectivo, el esfuerzo común, se empleaban
fructuosamente en fines sociales.
Los conquistadores españoles destruyeron, sin poder naturalmente
reemplazarla, esta formidable máquina de producción. La sociedad indígena, la
economía inkaica, se descompusieron y anonadaron completamente al golpe de la
conquista. Rotos los vínculos de su unidad, la nación se disolvió en
comunidades dispersas. El trabajo indígena cesó de funcionar de un modo
solidario y orgánico. Los conquistadores no se ocuparon casi sino de
distribuirse y disputarse el pingüe botín de guerra. Despojaron los templos y
los palacios de los tesoros que guardaban; se repartieron las tierras y los
hombres, sin preguntarse siquiera por su porvenir como fuerzas y medios de
producción.
El Virreinato señala el comienzo del difícil y complejo proceso de
formación de una nueva economía. En este período, España se esforzó por dar una
organización política y económica a su inmensa colonia. Los españoles empezaron
a cultivar el suelo y a explotar las minas de oro y plata. Sobre las ruinas y
los residuos de una economía socialista, echaron las bases de una economía
feudal.
Pero no envió España al Perú, como del resto no envió tampoco a sus
otras posesiones, una densa masa colonizadora. La debilidad del imperio español
residió precisamente en su carácter y estructura de empresa militar y
eclesiástica más que política y económica. En las colonias españolas no
desembarcaron como en las costas de Nueva Inglaterra grandes bandadas de
pioneers. A la América Española no
vinieron casi sino virreyes, cortesanos, aventureros, clérigos, doctores y
soldados. No se formó, por esto, en el Perú una verdadera fuerza de
colonización. La población de Lima estaba compuesta por una pequeña corte, una
burocracia, algunos conventos, inquisidores, mercaderes, criados y esclavos
(1). El pioneer español carecía, además, de aptitud para crear núcleos de
trabajo. En lugar de la utilización del indio, parecía perseguir su exterminio.
Y los colonizadores no se bastaban a sí mismos para crear una economía sólida y
orgánica. La organización colonial fallaba por la base. Le faltaba cimiento
demográfico. Los españoles y los mestizos eran demasiado pocos para explotar,
en vasta escala, las riquezas del territorio. Y, como para el trabajo de las
haciendas de la costa se recurrió a la importación de esclavos negros, a los
elementos y características de una sociedad feudal se mezclaron elementos y
características de una sociedad esclavista.
Sólo los jesuitas, con su orgánico positivismo, mostraron acaso, en
el Perú como en otras tierras de América, aptitud de creación económica. Los
latifundios que les fueron asignados prosperaron. Los vestigios de su
organización restan como una huella duradera. Quien recuerde el vasto
experimento de los jesuitas en el Paraguay, donde tan hábilmente aprovecharon y
explotaron la tendencia natural de los indígenas al comunismo, no puede
sorprenderse absolutamente de que esta congregación de hijos de San Iñigo de
Loyola, como los llama Unamuno, fuese capaz de crear en el suelo peruano los
centros de trabajo y producción que los nobles, doctores y clérigos, entregados
en Lima a una vida muelle y sensual, no se ocuparon nunca de formar.
Los colonizadores se preocuparon casi únicamente de la explotación
del oro y la plata peruanos. Me he referido más de una vez a la inclinación de
los españoles a instalarse en la tierra baja. Y a la mezcla de respeto y de
desconfianza que les inspiraron siempre los Andes, de los cuales no llegaron
jamás a sentirse realmente señores. Ahora bien. Se debe, sin duda, al trabajo
de las minas la formación de las poblaciones criollas de la sierra. Sin la
codicia de los metales encerrados en las entrañas de los Andes, la conquista de
la sierra hubiese sido mucho más incompleta.
Estas fueron las bases históricas de la nueva economía peruana. De
la economía colonial -colonial desde sus raíces- cuyo proceso no ha terminado
todavía. Examinemos ahora los lineamientos de una segunda etapa. La etapa en
que una economía feudal deviene, poco a poco, economía burguesa. Pero sin cesar
de ser, en el cuadro del mundo, una economía colonial.
II. LAS BASES ECONÓMICAS DE
LA REPÚBLICA
Como la primera, la segunda etapa de esta economía arranca de un
hecho político y militar. La primera etapa nace de la Conquista. La segunda
etapa se inicia con la Independencia. Pero, mientras la Conquista engendra
totalmente el proceso de la formación de nuestra economía colonial, la
Independencia aparece determinada y dominada por ese proceso.
He tenido ya -desde mi primer esfuerzo marxista por fundamentar en
el estudio del hecho económico la historia peruana- ocasión de ocuparme en esta
faz de la revolución de la Independencia, sosteniendo la siguiente tesis:
"Las ideas de la revolución francesa y de la constitución norteamericana
encontraron un clima favorable a su difusión en Sudamérica, a causa de que en
Sudamérica existía ya aunque fuese embrionariamente, una burguesía que, a causa
de sus necesidades e intereses económicos, podía y debía contagiarse del humor
revolucionario de la burguesía europea. La Independencia de Hispanoamérica no
se habría realizado, ciertamente, si no hubiese contado con una generación
heroica, sensible a la emoción de su época, con capacidad y voluntad para
actuar en estos pueblos una verdadera revolución. La Independencia, bajo este
aspecto, se presenta como una empresa romántica. Pero esto no contradice la
tesis de la trama económica de la revolución emancipadora. Los conductores, los
caudillos, los ideólogos de esta revolución no fueron anteriores ni superiores
a las premisas y razones económicas de este acontecimiento. El hecho
intelectual y sentimental no fue anterior al hecho económico".
La política de España obstaculizaba y contrariaba totalmente el
desenvolvimiento económico de las colonias al no permitirles traficar con
ninguna otra nación y reservarse como metrópoli, acaparándolo exclusivamente,
el derecho de todo comercio y empresa en sus dominios.
El impulso natural de las fuerzas productoras de las colonias
pugnaba por romper este lazo. La naciente economía de las embrionarias
formaciones nacionales de América necesitaba imperiosamente, para conseguir su
desarrollo, desvincularse de la rígida autoridad y emanciparse de la medioeval
mentalidad del rey de España. El hombre de estudio de nuestra época no puede
dejar de ver aquí el más dominante factor histórico de la revolución de la
independencia sudamericana, inspirada y movida, de modo demasiado evidente, por
los intereses de la población criolla y aun de la española, mucho más que por
los intereses de la población indígena.
Enfocada sobre el plano de la historia mundial, la independencia
sudamericana se presenta decidida por las necesidades del desarrollo de la
civilización occidental o, mejor dicho, capitalista. El ritmo del fenómeno
capitalista tuvo en la elaboración de la independencia una función menos
aparente y ostensible, pero sin duda mucho más decisiva y profunda que el eco
de la filosofía y la literatura de los enciclopedistas. El Imperio Británico,
destinado a representar tan genuina y trascendentalmente los intereses de la
civilización capitalista, estaba entonces en formación. En Inglaterra, sede del
liberalismo y el protestantismo, la industria y la máquina preparaban el
porvenir del capitalismo, esto es del fenómeno material del cual aquellos dos
fenómenos, político el uno, religioso el otro, aparecen en la historia como la
levadura espiritual y filosófica. Por esto le tocó a Inglaterra –con esa clara
conciencia de su destino y su misión históricas a que debe su hegemonía en la
civilización capitalista–, jugar un papel primario en la independencia de Sudamérica.
Y, por esto, mientras el primer ministro de Francia, de la nación que algunos
años antes les había dado el ejemplo de su gran revolución, se negaba a
reconocer a estas jóvenes repúblicas sudamericanas que podían enviarle
"junto con sus productos sus ideas revolucionarias" (2), Mr. Canning,
traductor y ejecutor fiel del interés de Inglaterra, consagraba con ese
reconocimiento el derecho de estos pueblos a separarse de España y, anexamente,
a organizarse republicana y democráticamente. A Mr. Canning, de otro lado, se
habían adelantado prácticamente los banqueros de Londres que, con sus préstamos
–no por usurarios menos oportunos y eficaces–, habían financiado la fundación
de las nuevas repúblicas.
El Imperio español tramontaba por no reposar sino sobre bases
militares y políticas y, sobre todo, por representar una economía superada.
España no podía abastecer abundantemente a sus colonias sino de eclesiásticos,
doctores y nobles. Sus colonias sentían apetencia de cosas más prácticas y
necesidad de instrumentos más nuevos. Y, en consecuencia, se volvían hacia
Inglaterra, cuyos industriales y cuyos banqueros, colonizadores de nuevo tipo,
querían a su turno enseñorearse en estos mercados, cumpliendo su función de
agentes de un imperio que surgía como creación de una economía manufacturera y
librecambista.
El interés económico de las colonias de España y el interés
económico del Occidente capitalista se correspondían absolutamente, aunque de
esto, como ocurre frecuentemente en la historia, no se diesen exacta cuenta los
protagonistas históricos de una ni otra parte.
Apenas estas naciones fueron independientes, guiadas por el mismo
impulso natural que las había conducido a la revolución de la Independencia, buscaron
en el tráfico con el capital y la industria de Occidente los elementos y las
relaciones que el incremento de su economía requería. Al Occidente capitalista
empezaron a enviar los productos de su suelo y su subsuelo. Y del Occidente
capitalista empezaron a recibir tejidos, máquinas y mil productos industriales.
Se estableció así un contacto continuo y creciente entre la América del Sur y
la civilización occidental. Los países más favorecidos por este tráfico fueron,
naturalmente, a causa de su mayor proximidad a Europa, los países situados
sobre el Atlántico. La Argentina y el Brasil, sobre todo, atrajeron a su
territorio capitales e inmigrantes europeos en gran cantidad. Fuertes y
homogéneos aluviones occidentales aceleraron en estos países la transformación
de la economía y la cultura que adquirieron gradualmente la función y la
estructura de la economía y la cultura europeas. La democracia burguesa y
liberal pudo ahí echar raíces seguras, mientras en el resto de la América del
Sur se lo impedía la subsistencia de tenaces y extensos residuos de feudalidad.
En este período, el proceso histórico general del Perú entra en una
etapa de diferenciación y desvinculación del proceso histórico de otros pueblos
de Sudamérica. Por su geografía, unos estaban destinados a marchar más de prisa
que otros. La independencia los había mancomunado en una empresa común para
separarlos más tarde en empresas individuales. El Perú se encontraba a una
enorme distancia de Europa. Los barcos europeos, para arribar a sus puertos,
debían aventurarse en un viaje larguísimo. Por su posición geográfica, el Perú
resultaba más vecino y más cercano al Oriente. Y el comercio entre el Perú y
Asia comenzó como era lógico a tornarse considerable. La costa peruana recibió
aquellos famosos contingentes de inmigrantes chinos destinados a sustituir en
las haciendas a los esclavos negros, importados por el Virreinato, cuya
manumisión fue también en cierto modo una consecuencia del trabajo de
transformación de una economía feudal en economía más o menos burguesa. Pero el
tráfico con Asia, no podía concurrir eficazmente a la formación de la nueva
economía peruana. El Perú emergido de la Conquista, afirmado en la
Independencia, había menester de las máquinas, de los métodos y de las ideas de
los europeos, de los occidentales.
III. EL PERÍODO DEL GUANO Y
DEL SALITRE
El capítulo de la evolución de la economía peruana que se abre con
el descubrimiento de la riqueza del guano y del salitre y se cierra con su
pérdida, explica totalmente una serie de fenómenos políticos de nuestro proceso
histórico que una concepción anecdótica y retórica más bien que romántica de la
historia peruana se ha complacido tan superficialmente en desfigurar y
contrahacer. Pero este rápido esquema de interpretación no se propone ilustrar
ni enfocar esos fenómenos sino fijar o definir algunos rasgos sustantivos de la
formación de nuestra economía para percibir mejor su carácter de economía
colonial. Consideremos sólo el hecho económico.
Empecemos por constatar que al guano y al salitre, sustancias
humildes y groseras, les tocó jugar en la gesta de la República un rol que
había parecido reservado al oro y a la plata en tiempos más caballerescos y
menos positivistas. España nos quería y nos guardaba como país productor de
metales preciosos. Inglaterra nos prefirió como país productor de guano y
salitre. Pero este diferente gesto no acusaba, por supuesto, un móvil diverso.
Lo que cambiaba no era el móvil; era la época. El oro del Perú perdía su poder
de atracción en una época en que, en América, la vara del pioneer descubría el
oro de California. En cambio el guano y el salitre –que para anteriores
civilizaciones hubieran carecido de valor pero que para una civilización
industrial adquirían un precio extraordinario– constituían una reserva casi
exclusivamente nuestra. El industrialismo europeo u occidental –fenómeno en
pleno desarrollo– necesitaba abastecerse de estas materias en el lejano litoral
del sur del Pacífico. A la explotación de los dos productos no se oponía, de
otro lado, como a la de otros productos peruanos, el estado rudimentario y
primitivo de los transportes terrestres. Mientras que para extraer de las
entrañas de los Andes el oro, la plata, el cobre, el carbón, se tenía que
salvar ásperas montañas y enormes distancias, el salitre y el guano yacían en
la costa casi al alcance de los barcos que venían a buscarlos.
La fácil explotación de este recurso natural dominó todas las otras
manifestaciones de la vida económica del país. El guano y el salitre ocuparon
un puesto desmesurado en la economía peruana. Sus rendimientos se convirtieron
en la principal renta fiscal. El país se sintió rico. El Estado usó sin medida
de su crédito. Vivió en el derroche, hipotecando su porvenir a la finanza
inglesa.
Esta es a grandes rasgos toda la historia del guano y del salitre
para el observador que se siente puramente economista. Lo demás, a primera
vista, pertenece al historiador. Pero, en este caso, como en todos, el hecho
económico es mucho más complejo y trascendental de lo que parece.
El guano y el salitre, ante todo, cumplieron la función de crear un
activo tráfico con el mundo occidental en un período en que el Perú, mal
situado geográficamente, no disponía de grandes medios de atraer a su suelo las
corrientes colonizadoras y civilizadoras que fecundaban ya otros países de la
América indo-ibera. Este tráfico colocó nuestra economía bajo el control del
capital británico al cual, a consecuencia de las deudas contraídas con la
garantía de ambos productos, debíamos entregar más tarde la administración de
los ferrocarriles, esto es, de los resortes mismos de la explotación de
nuestros recursos.
Las utilidades del guano y del salitre crearon en el Perú, donde la
propiedad había conservado hasta entonces un carácter aristocrático y feudal,
los primeros elementos sólidos de capital comercial y bancario. Los profiteurs
directos e indirectos de las riquezas del litoral empezaron a constituir una
clase capitalista. Se formó en el Perú una burguesía, confundida y enlazada en
su origen y su estructura con la aristocracia, formada principalmente por los
sucesores de los encomenderos y terratenientes de la colonia, pero obligada por
su función a adoptar los principios fundamentales de la economía y la política
liberales. Con este fenómeno –al cual me refiero en varios pasajes de los
estudios que componen este libro–, se relacionan las siguientes constataciones:
"En los primeros tiempos de la Independencia, la lucha de facciones y
jefes militares aparece como una consecuencia de la falta de una burguesía orgánica.
En el Perú, la revolución hallaba menos definidos, más retrasados que en otros
pueblos hispanoamericanos, los elementos de un orden liberal burgués. Para que
este orden funcionase más o menos embrionariamente tenía que constituirse una
clase capitalista vigorosa. Mientras esta clase se organizaba, el poder estaba
a merced de los caudillos militares. El gobierno de Castilla marcó la etapa de
solidificación de una clase capitalista. Las concesiones del Estado y los
beneficios del guano y del salitre crearon un capitalismo y una burguesía. Y
esta clase, que se organizó luego en el 'civilismo', se movió muy pronto a la
conquista total del poder".
Otra faz de este capítulo de la historia económica de la República
es la afirmación de la nueva economía como economía prevalentemente costeña. La
búsqueda del oro y de la plata obligó a los españoles –contra su tendencia a
instalarse en la costa–, a mantener y ensanchar en la sierra sus puestos
avanzados. La minería –actividad fundamental del régimen económico implantado
por España en el territorio sobre el cual prosperó antes una sociedad genuina y
típicamente agraria–, exigió que se estableciesen en la sierra las bases de la
Colonia. El guano y el salitre vinieron a rectificar esta situación.
Fortalecieron el poder de la costa. Estimularon la sedimentación del Perú nuevo
en la tierra baja. Y acentuaron el dualismo y el conflicto que hasta ahora
constituyen nuestro mayor problema histórico.
Este capítulo del guano y del salitre no se deja, por consiguiente,
aislar del desenvolvimiento posterior de nuestra economía. Están ahí las raíces
y los factores del capítulo que ha seguido. La guerra del Pacífico,
consecuencia del guano y del salitre, no canceló las otras consecuencias del
descubrimiento y la explotación de estos recursos, cuya pérdida nos reveló
trágicamente el peligro de una prosperidad económica apoyada o cimentada casi
exclusivamente sobre la posesión de una riqueza natural, expuesta a la codicia
y al asalto de un imperialismo extranjero o a la decadencia de sus aplicaciones
por efecto de las continuas mutaciones producidas en el campo industrial por
los inventos de la ciencia. Caillaux nos habla con evidente actualidad
capitalista, de la inestabilidad económica e industrial que engendra el
progreso científico (3).
En el período dominado y caracterizado por el comercio del guano y
del salitre, el proceso de la transformación de nuestra economía, de feudal en
burguesa, recibió su primera enérgica propulsión. Es, a mi juicio, indiscutible
que, si en vez de una mediocre metamorfosis de la antigua clase dominante, se
hubiese operado el advenimiento de una clase de savia y élan nuevos, ese
proceso habría avanzado más orgánica y seguramente. La historia de nuestra
posguerra lo demuestra. La derrota –que causó, con la pérdida de los
territorios del salitre, un largo colapso de las fuerzas productoras– no trajo
como una compensación, siquiera en este orden de cosas, una liquidación del
pasado.
IV. CARÁCTER DE NUESTRA
ECONOMÍA ACTUAL
El último capítulo de la evolución de la economía peruana es el de
nuestra posguerra. Este capítulo empieza con un período de casi absoluto
colapso de las fuerzas productoras.
La derrota no sólo significó para la economía nacional la pérdida de
sus principales fuentes: el salitre y el guano. Significó, además, la
paralización de las fuerzas productoras nacientes, la depresión general de la
producción y del comercio, la depreciación de la moneda nacional, la ruina del
crédito exterior. Desangrada, mutilada, la nación sufría una terrible anemia.
El poder volvió a caer, como después de la Independencia, en manos
de los jefes militares, espiritual y orgánicamente inadecuados para dirigir un
trabajo de reconstrucción económica. Pero, muy pronto, la capa capitalista
formada en los tiempos del guano y del salitre, reasumió su función y regresó a
su puesto. De suerte que la política de reorganización de la economía del país
se acomodó totalmente a sus intereses de clase. La solución que se dio al
problema monetario, por ejemplo, correspondió típicamente a un criterio de
latifundistas o propietarios, indiferentes no sólo al interés del proletariado
sino también al de la pequeña y media burguesía, únicas capas sociales a las
cuales podía damnificar la súbita anulación del billete.
Esta medida y el contrato Grace fueron, sin duda, los actos más
sustantivos y más característicos de una liquidación de las consecuencias
económicas de la guerra, inspirada por los intereses y los conceptos de la
plutocracia terrateniente.
El contrato Grace, que ratificó el predominio británico en el Perú,
entregando los ferrocarriles del Estado a los banqueros ingleses que hasta
entonces habían financiado la República y sus derroches, dio al mercado
financiero de Londres las prendas y las garantías necesarias para nuevas
inversiones en negocios peruanos. En la restauración del crédito del Estado no
se obtuvieron los resultados inmediatos. Pero inversiones prudentes y seguras
empezaron de nuevo a atraer al capital británico. La economía peruana, mediante
el reconocimiento práctico de su condición de economía colonial, consiguió
alguna ayuda para su convalecencia. La terminación del ferrocarril a La Oroya
abrió al tránsito y al tráfico industriales del departamento de Junín,
permitiendo la explotación en vasta escala de su riqueza minera.
La política económica de Piérola se ajustó plenamente a los mismos
intereses. El caudillo demócrata, que durante tanto tiempo agitara
estruendosamente a las masas contra la plutocracia, se esmeró en hacer una
administración "civilista". Su método tributario, su sistema fiscal,
disipan todos los equívocos que pueden crear su fraseario y su metafísica. Lo
que confirma el principio de que en el plano económico se percibe siempre con
más claridad que en el político el sentido y el contorno de la política, de sus
hombres y de sus hechos.
Las faces fundamentales de este capítulo en que nuestra economía,
convaleciente de la crisis postbélica, se organiza lentamente sobre bases menos
pingües, pero más sólidas que las del guano y del salitre, pueden ser
concretadas esquemáticamente en los siguientes hechos:
·
La aparición de la industria
moderna. El establecimiento de fábricas, usinas, transportes, etc. que
transforman, sobre todo, la vida de la costa. La formación de un proletariado
industrial con creciente y natural tendencia a adoptar un ideario clasista, que
siega una de las antiguas fuentes del proselitismo caudillista y cambia los
términos de la lucha política.
·
La función del capital
financiero. El surgimiento de bancos nacionales que financian diversas empresas
industriales y comerciales, pero que se mueven dentro de un ámbito estrecho,
enfeudados a los intereses del capital extranjero y de la gran propiedad
agraria; y el establecimiento de sucursales de bancos extranjeros que sirven
los intereses de la finanza norteamericana e inglesa.
·
El acortamiento de las
distancias y el aumento del tráfico entre el Perú y Estados Unidos y Europa. A
consecuencia de la apertura del Canal de Panamá, que mejora notablemente
nuestra posición geográfica, se acelera el proceso de incorporación del Perú en
la civilización occidental.
·
La gradual superación del poder
británico por el poder norteamericano. El Canal de Panamá, más que a Europa,
parece haber aproximado el Perú a los Estados Unidos. La participación del
capital norteamericano en la explotación del cobre y del petróleo peruanos, que
se convierten en dos de nuestros mayores productos, proporciona una ancha y
durable base al creciente predominio yanqui. La exportación a Inglaterra que en
1898 constituía el 56.7% de la exportación total, en 1923 no llegaba sino al
33.2%. En el mismo período la exportación a los Estados Unidos subía del 9.5 al
39.7%. Y este movimiento se acentuaba más aún en la importación, pues mientras
la de Estados Unidos en dicho período de veinticinco años pasaba del 10.0 al
38.9%, la de la Gran Bretaña bajaba del 44.7 al 19.6% (4).
·
El desenvolvimiento de una
clase capitalista, dentro de la cual cesa de prevalecer como antes la antigua
aristocracia. La propiedad agraria conserva su potencia; pero declina la de los
apellidos virreinales. Se constata el robustecimiento de la burguesía.
·
La ilusión del caucho. En los
años de su apogeo el país cree haber encontrado El Dorado en la montaña, que
adquiere temporalmente un valor extraordinario en la economía y, sobre todo, en
la imaginación del país. Afluyen a la montaña muchos individuos de "la
fuerte raza de los aventureros". Con la baja del caucho, tramonta esta
ilusión bastante tropical en su origen y en sus características (5).
·
Las sobreutilidades del período
europeo. El alza de los productos peruanos causa un rápido crecimiento de la
fortuna privada nacional. Se opera un reforzamiento de la hegemonía de la costa
en la economía peruana.
·
La política de los empréstitos.
El restablecimiento del crédito peruano en el extranjero ha conducido
nuevamente al Estado a recurrir a los préstamos para la ejecución de su
programa de obras públicas (6). También en esta función, Norteamérica ha
reemplazado a la Gran Bretaña. Pletórico de oro, el mercado de Nueva York es el
que ofrece las mejores condiciones. Los banqueros yanquis estudian directamente
las posibilidades de colocación de capital en préstamos a los Estados
latinoamericanos. Y cuidan, por supuesto, de que sean invertidos con beneficio
para la industria y el comercio norteamericanos.
Me parece que estos son los principales aspectos de la evolución
económica del Perú en el período que comienza con nuestra posguerra. No cabe en
esta serie de sumarios apuntes un examen prolijo de las anteriores
comprobaciones o proposiciones. Me he propuesto solamente la definición
esquemática de algunos rasgos esenciales de la formación y el desarrollo de la
economía peruana.
Apuntaré una constatación final: la de que en el Perú actual
coexisten elementos de tres economías diferentes. Bajo el régimen de economía
feudal nacido de la Conquista subsisten en la sierra algunos residuos vivos
todavía de la economía comunista indígena. En la costa, sobre un suelo feudal,
crece una economía burguesa que, por lo menos en su desarrollo mental, da la impresión
de una economía retardada.
V.
ECONOMÍA AGRARIA Y LATIFUNDISMO
FEUDAL
El Perú, mantiene, no obstante el incremento de la minería, su
carácter de país agrícola. El cultivo de la tierra ocupa a la gran mayoría de
la población nacional. El indio, que representa las cuatro quintas partes de
ésta, es tradicional y habitualmente agricultor. Desde 1925, a consecuencia del
descenso de los precios del azúcar y el algodón y de la disminución de las
cosechas, las exportaciones de la minería han sobrepasado largamente a las de
la agricultura. La exportación de petróleo y sus derivados, en rápido ascenso,
influye poderosamente en este suceso (De Lp. 1'387,778 en 1916 se ha elevado a
Lp. 7'421,128 en 1926). Pero la producción agropecuaria no está representada
sino en una parte por los productos exportados: algodón, azúcar y derivados,
lanas, cueros, gomas. La agricultura y ganadería nacionales proveen al consumo
nacional, mientras los productos mineros son casi íntegramente exportados. Las
importaciones de sustancias alimenticias y bebidas alcanzaron en 1925 a Lp.
4'148,311. El más grueso renglón de estas importaciones, corresponde al trigo,
que se produce en el país en cantidad muy insuficiente aún. No existe
estadística completa de la producción y el consumo nacionales. Calculando un
consumo diario de 50 centavos de sol por habitante en productos agrícolas y
pecuarios del país se obtendrá un total de más de Lp. 84'000,000 sobre la
población de 4'609,999 que arroja el cómputo de 1896. Si se supone una
población de 5'000,000 de habitantes, el valor del consumo nacional sube a Lp.
91'250,000. Estas cifras atribuyen una enorme primacía a la producción
agropecuaria en la economía del país.
La minería, de otra parte, ocupa a un número reducido aún de
trabajadores. Conforme al Extracto Estadístico, en 1926 trabajaban en esta
industria 28,592 obreros. La industria manufacturera emplea también un
contingente modesto de brazos (7). Sólo las haciendas de caña de azúcar
ocupaban en 1926 en sus faenas de campo 22,367 hombres y 1,173 mujeres. Las
haciendas de algodón de la costa, en la campaña de 1922-23, la última a que
alcanza la estadística publicada, se sirvieron de 40,557 braceros; y las
haciendas de arroz, en la campaña 1924p;25, de 11,332.
La mayor parte de los productos agrícolas y ganaderos que se
consumen en el país proceden de los valles y planicies de la Sierra. En las
haciendas de la costa, los cultivos alimenticios están por debajo del mínimum
obligatorio que señala una ley expedida en el período en que el alza del algodón
y el azúcar incitó a los terratenientes a suprimir casi totalmente aquellos
cultivos, con grave efecto en el encarecimiento de las subsistencias.
La clase terrateniente no ha logrado transformarse en una burguesía
capitalista, patrona de la economía nacional (8). La minería, el comercio, los
transportes, se encuentran en manos del capital extranjero. Los latifundistas
se han contentado con servir de intermediarios a éste, en la producción de
algodón y azúcar. Este sistema económico, ha mantenido en la agricultura, una
organización semifeudal que constituye el más pesado lastre del desarrollo del
país.
La supervivencia de la feudalidad en la Costa, se traduce en la
languidez y pobreza de su vida urbana. El número de burgos y ciudades de la
Costa, es insignificante. Y la aldea propiamente dicha, no existe casi sino en
los pocos retazos de tierra donde la campiña enciende todavía la alegría de sus
parcelas en medio del agro feudalizado.
En Europa, la aldea desciende del feudo disuelto (9). En la costa
peruana la aldea no existe casi, porque el feudo, más o menos intacto, subsiste
todavía. La hacienda –con su casa más o menos clásica, la ranchería
generalmente miserable, y el ingenio y sus colcas–, es el tipo dominante de
agrupación rural. Todos los puntos de un itinerario están señalados por nombres
de haciendas. La ausencia de la aldea, la rareza del burgo, prolonga el
desierto dentro del valle, en la tierra cultivada y productiva.
Las ciudades, conforme a una ley de geografía económica, se forman
regularmente en los valles, en el punto donde se entrecruzan sus caminos. En la
costa peruana, valles ricos y extensos, que ocupan un lugar conspicuo en la
estadística de la producción nacional, no han dado vida hasta ahora a una
ciudad. Apenas si en sus cruceros o sus estaciones, medra a veces un burgo, un
pueblo estagnado, palúdico, macilento, sin salud rural y sin traje urbano. Y,
en algunos casos, como en el del valle de Chicama, el latifundio ha empezado a
sofocar a la ciudad. La negociación capitalista se torna más hostil a los
fueros de la ciudad que el castillo o el dominio feudal. Le disputa su
comercio, la despoja de su función.
Dentro de la feudalidad europea los elementos de crecimiento, los
factores de vida del burgo, eran, a pesar de la economía rural, mucho mayores
que dentro de la semifeudalidad criolla. El campo necesitaba de los servicios
del burgo, por clausurado que se mantuviese. Disponía, sobre todo, de un
remanente de productos de la tierra que tenía que ofrecerle. Mientras tanto, la
hacienda costeña produce algodón o caña para mercados lejanos. Asegurado el
transporte de estos productos, su comunicación con la vecindad no le interesa
sino secundariamente. El cultivo de frutos alimenticios, cuando no ha sido
totalmente extinguido por el cultivo del algodón o la caña, tiene por objeto
abastecer al consumo de la hacienda. El burgo, en muchos valles, no recibe nada
del campo ni posee nada en el campo. Vive, por esto, en la miseria, de uno que
otro oficio urbano, de los hombres que suministra al trabajo de las haciendas,
de su fatiga triste de estación por donde pasan anualmente muchos miles de
toneladas de frutos de la tierra. Una porción de campiña, con sus hombres
libres, con su comunidad hacendosa, es un raro oasis en una sucesión de feudos
deformados, con máquinas y rieles, sin los timbres de la tradición señorial.
La hacienda, en gran número de casos, cierra completamente sus
puertas a todo comercio con el exterior: los "tambos" tienen la
exclusiva del aprovisionamiento de su población. Esta práctica que, por una
parte, acusa el hábito de tratar al peón como una cosa y no como una persona,
por otra parte impide que los pueblos tengan la función que garantizaría su
subsistencia y desarrollo, dentro de la economía rural de los valles. La
hacienda, acaparando con la tierra y las industrias anexas, el comercio y los
transportes, priva de medios de vida al burgo, lo condena a una existencia
sórdida y exigua.
Las industrias y el comercio de las ciudades están sujetos a un
contralor, reglamentos, contribuciones municipales. La vida y los servicios
comunales se alimentan de su actividad. El latifundio, en tanto, escapa a estas
reglas y tasas. Puede hacer a la industria y comercio urbanos una competencia
desleal. Está en actitud de arruinarlos.
El argumento favorito de los abogados de la gran propiedad es el de
la imposibilidad de crear, sin ella, grandes centros de producción. La
agricultura moderna -se arguye- requiere costosas maquinarias, ingentes
inversiones, administración experta. La pequeña propiedad no se concilia con
estas necesidades. Las exportaciones de azúcar y algodón establecen el
equilibrio de nuestra balanza comercial.
Mas los cultivos, los "ingenios" y las exportaciones de
que se enorgullecen los latifundistas, están muy lejos de constituir su propia
obra. La producción de algodón y azúcar ha prosperado al impulso de créditos
obtenidos con este objeto, sobre la base de tierras apropiadas y mano de obra
barata. La organización financiera de estos cultivos, cuyo desarrollo y cuyas
utilidades están regidas por el mercado mundial, no es un resultado de la
previsión ni la cooperación de los latifundistas. La gran propiedad no ha hecho
sino adaptarse al impulso que le ha venido de fuera. El capitalismo extranjero,
en su perenne búsqueda de tierras, brazos y mercados, ha financiado y dirigido
el trabajo de los propietarios, prestándoles dinero con la garantía de sus
productos y de sus tierras. Ya muchas propiedades cargadas de hipotecas han
empezado a pasar a la administración directa de las firmas exportadoras.
La experiencia más vasta y típica de la capacidad de los
terratenientes del país, nos la ofrece el departarnento de La Libertad. Las
grandes haciendas de sus valles se encontraban en manos de su aristocracia
latifundista. El balance de largos años de desarrollo capitalista se resume en
los hechos notorios: la concentración de la industria azucarera de la región en
dos grandes centrales, la de Cartavio y la de Casa Grande, extranjeras ambas:
la absorción de las negociaciones nacionales por estas dos empresas,
particularmente por la segunda; el acaparamiento del propio comercio de
importación por esta misma empresa; la decadencia comercial de la ciudad de
Trujillo y la liquidación de la mayor parte de sus firmas importadoras (10).
Los sistemas provinciales, los hábitos feudales de los antiguos
grandes propietarios de La Libertad no han podido resistir a la expansión de
las empresas capitalistas extranjeras. Estas no deben su éxito exclusivamente a
sus capitales: lo deben también a su técnica, a sus métodos, a su disciplina.
Lo deben a su voluntad de potencia. Lo deben, en general, a todo aquello que ha
faltado a los propietarios locales, algunos de los cuales habrían podido hacer
lo mismo que la empresa alemana ha hecho, si hubiesen tenido condiciones de capitanes
de industria.
Pesan sobre el propietario criollo la herencia y educación
españolas, que le impiden percibir y entender netamente todo lo que distingue
al capitalismo de la feudalidad. Los elementos morales, políticos, psicológicos
del capitalismo no parecen haber encontrado aquí su clima (11). El capitalista,
o mejor el propietario criollo, tiene el concepto de la renta antes que el de
la producción. El sentimiento de aventura, el ímpetu de creación, el poder
organizador, que caracterizan al capitalista auténtico, son entre nosotros casi
desconocidos.
La concentración capitalista ha estado precedida por una etapa de
libre concurrencia. La gran propiedad moderna no surge, por consiguiente, de la
gran propiedad feudal, como los terratenientes criollos se imaginan
probablemente. Todo lo contrario, para que la gran propiedad moderna surgiese,
fue necesario el fraccionamiento, la disolución de la gran propiedad feudal. El
capitalismo es un fenómeno urbano: tiene el espíritu del burgo industrial,
manufacturero, mercantil. Por esto, uno de sus primeros actos fue la liberación
de la tierra, la destrucción del feudo. El desarrollo de la ciudad necesitaba
nutrirse de la actividad libre del campesino.
En el Perú, contra el sentido de la emancipación republicana, se ha
encargado al espíritu del feudo –antítesis y negación del espíritu del burgo–
la creación de una economía capitalista.
el Periódico Sur Moquegua para un poblador comprometido...
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